Prólogo

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Con su cuerpo casi inerte sobre el suelo, el joven intentaba realizar sus últimos respiros y miradas hacia su alrededor desamparado. Su mente divagaba por universos oscuros y alternos, que llevaban su locura al punto máximo y su cuerpo al Limbo más cercano y escalofriante. La luz era casi nítida en la habitación, pero aún los ruidos del afuera podían oírse. La furiosa ciudad de París no se detendría ni un minuto por una muerto, menos por alguien tan tóxico y destructivo como Zéphyr. Aún con sus brazos débiles y temblorosos, logró abrir una de las puertas para abrirse hacia un sinfín de escaleras y caminos.

Arrastrándose lentamente, parecía un cadaver emergiendo de las más profundas tinieblas. Era una escena indigna de ver, y lamentablemente Lydie no pudo escapar de ella. Cuando la joven lo encontró agonizante sobre los suelos, no tardó en vociferar un gran grito de sorpresa y desesperación. Torpemente levantó su vestido y subió las escaleras lo más rápido posible. Una vez que estaba junto a él, una lágrima brotó de sus ojos mojando cada rincón de su rosada mejilla. Las palabras se habían estancado en su boca, inhibiéndola a formular preguntas y respuestas o un simple suspiro en agonía.

Como una helada entrante, una fina sensación de desasosiego sobrevino el lugar. Pero no para Zéphyr, sino para las almas que habitaban cada rincón del lugar. La oscuridad envolvió sus almas como un manto negro, emitiendo el peor de los gritos y ruidos ensordecedores que volvían insano hasta el más duro de domar. El lugar se tiñó de de muerte y todo quedó en las más pequeñas cenizas. Ya nada sería como antes, porque el pecado terminó de destruir sus almas y la llamas ardientes del infierno borró los restos de ambos. Porque a veces la vida tiene sus jinetes más débiles y allí en ese valle de sombras, están depositados lo más inocentes. Pero también los más culpables.

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