Juego mental

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Voces. Su nombre. Francisco no volteó en ningún momento mientras doblaba en una esquina. Sus brazos, reposaban en la silla mientras medía la velocidad con un pequeño control. Se dirigió al hospital. Donde por primera vez se reuniría con un grupo de apoyo. Estaba nervioso, sin duda. Las personas lo rechazarían pero la costumbre a ello hizo que su descontrolada respiración se calmara. Avanzó mientras el deseo de tirar su pelo castaño por la desesperación lo invadía, pero el pensar que la gente lo miraría más si lo hacía solo lo hizo cerrar los puños.

El sol de las seis de la tarde relucía en todas las ventanas de los altos edificios. Santiago estaba lleno de ellos.

Divisó el alto edificio al que se dirigía y su pulso se aceleró. Se sintió de repente muy triste. Por tener que usar una silla de ruedas eléctrica. Por ser inválido. Por los rechazos de la mayoría de las personas que alguna vez cruzaron sus 37 años de vida.

Los recuerdos aletearon frente a sus ojos y se detuvieron en un día lluvioso y frío. Las piernas no le dolían a pesar de que había estado caminando desde las cuatro de la mañana. Las carreteras vacías anunciaban el inicio de las fiestas patrias. Los santiaguinos migraban fuera de la ciudad buscando salir de la monótona rutina. Francisco cruzó tranquila y lentamente. Las gotas de lluvia se camuflaban con los susurros que parecían venir del viento y de los árboles agitándose. Estuvo en paz. Todas las voces hicieron silencio y el tiempo se paró cuando Francisco giró la cabeza y vio dos encandilantes luces que se acercaron de una manera increíblemente lenta. Sus pies tropezaron, sin saber si avanzar o retroceder. El inmenso dolor de sus piernas lo cegó.

Dobló en una calle para tomar un atajo. Las calles se tornaron más cerradas a medida que avanzaba. Una voz se añadió a sus pensamientos

—Te perdiste.

Francisco reparó en la niña que se encontraba a su lado y su corazón dio un vuelco al ver que en vez de ojos tenía una gruesa cicatriz que cubría el lugar. Nadie rondaba por la pequeña calle por lo tanto Francisco se sintió asustado.

—Francisco, ¿Te duelen las piernas? —Ni siquiera se preguntó la razón por la que esta niña sabía su nombre, ya que no tenía amigos—. Te puedo ayudar.

­—¿Quién eres? —Tartamudeó.

—Tengo algo que podría servirte.

Sus manos apenas rozaron las de Francisco al depositar un frasco de plástico con pastillas en su interior.

—Me han ayudado bastante —. La pequeña niña sonrió. Luego caminó en otra dirección.

Francisco, desconcertado, se devolvió por donde había venido sin siquiera pensar en el grupo de apoyo al que se dirigía.

El cielo ya oscurecía. Olvidándose de las pastillas, se dirigió con su silla al bar que frecuentaba.

Cuando iba a estos lugares, un personaje dominaba su mente y personalidad. Era alguien con más confianza. Francisco admiraba ligeramente este lado de su persona. Pero luego el mal sentimiento del rechazo que abundaba en noches como esa lo llevaba hacia abajo.

Se acercó a una mujer que, con su cartera apoyada en las piernas, tomaba algo, concentrada en su teléfono celular.

Al acercarse a ella percibió el fuertísimo olor de su perfume. Confundido y mareado, Francisco entabló un corto diálogo en el que ninguno miraba al otro. La mujer miraba al techo ya la silla de ruedas mientras que Francisco miraba las palmas de sus manos sudorosas.

Los ojos de la morena se abrieron de golpe y Francisco cayó al suelo golpeándose fuertemente con la silla de la mujer. Con dificultad volteó a ver a un tipo alto y pasado de peso mirándolo con rabia.

Juego mentalWhere stories live. Discover now