Toda historia llega a su fin

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El rostro del Tarandrágor se había revelado y era humano. Aún conservaba cierta cualidad fantasmagórica, pero era reconocible. Baltezar sonrió más ampliamente al ver aquellas facciones que no había olvidado, pese a lo avejentadas que se mostraran.

-Baltezar... -Aquella no era la voz del Tarandrágor, aunque sonó demasiado débil y distante. La figura del habitante del laberinto se retorció y extendió sus manos como si quisiera apartar algo indeseado de su presencia-. ¡No, maldito seas! ¿Qué me has hecho? -El trueno regresó a la boca del Tarandrágor, pero había miedo en su tono.

-Estoy liberando a mi amigo, y por lo que veo tú, Tarandrágor, eres su prisión. Sólo me falta una llave para abrir la puerta. ¡Por eso te llamo, Mirlo! ¡Amigo mío, sé fuerte y recuerda lo que viste! ¿Qué era el secreto de Esplendor de Cardia? ¿Qué fue lo que provocó su caída?

El Tarandrágor, entre jadeos ahogados, se desplomó, como un guerrero vencido por las heridas en el combate aún dispuesto a alzar la cabeza antes del último golpe de gracia.

-Recuerdo... recuerdo una estancia de oscuras y húmedas paredes. Recuerdo un canto sereno reverberando por toda ella. Recuerdo una sensación de paz, similar a la de un durmiente entregado a sus sueños. Y allí, flotando como una luciérnaga, estaba el corazón tallado en cristal con un fuego azul en su interior. En cuanto me aproximé a él, comenzó a palpitar con una luminosidad más intensa, embriagando mis ojos. Me habló, me dijo que era el último vestigio del soñador que había dado vida a Esplendor de Cardia. Que sus sueños le habían salvado de una enfermedad que estuvo a punto de acabar con su vida hace mucho tiempo, pero se cobraron un precio alto: lo hicieron su prisionero y, mediante esos sueños, él construyó la ciudad para darles un hogar. La carne del soñador había sucumbido tiempo atrás, pero se conservó su corazón, que no era el corazón de cualquier mortal, pues era la fuente de la existencia de Esplendor de Cardia. El corazón me dijo que yo había cometido un pecado al encontrarlo. Me confesó que haberlo descubierto suponía la inevitable destrucción de la fabulosa ciudad, pues ver el origen de la magia fulmina los encantamientos. Tras murmurar un tenue adiós, estalló en pedazos ante mis ojos y la azulada llama que contenía se apagó. Luego... aconteció el desastre. El suelo tembló bajo mis pies, todo se tambaleaba a mi alrededor y, por mucho que intenté huir, cuando el laberinto se desmoronó, quedé atrapado en sus escombros.

-Debo suponer que el Tarandrágor era el castigo reservado a quien descubriera las maravillas de Esplendor de Cardia. Ser encerrado en el cuerpo de una aberración a la que todos los locos que vinieron hasta las ruinas temían y adoraban y ser privado de la memoria de uno mismo, para que la condena fuera más dura. Pagaste con la moneda más cara tus ansias de desvelar el misterio de un lugar mágico que nunca más existirá, Mirlo, mi querido amigo. Aunque por fortuna no desaparecieron todos tus recuerdos. Me gustaría que perdonaran tu crimen involuntario y te permitieran marchar, porque he venido a liberarte. Creo que has expiado tu culpa con creces. Dame la mano, Mirlo. -Baltezar tendió la suya, en un gesto conciliador, sin importarle que el Tarandrágor no hubiese liberado a su amigo todavía.

-Mi pecado es demasiado grave como para merecer perdón y libertad, Baltezar. Te agradezco que hayas venido hasta aquí y me devolvieras la memoria, aunque sea dolorosa, amigo.

-Más feo es tu gesto de no tomar mi mano. Quieras o no, he venido a llevarte conmigo, porque nuestro reencuentro quedó pendiente y creo que estaría bien volver a recorrer el mundo juntos. Si me tengo que enfrentar a algún poder superior para que seas libre, que se manifieste y pongamos un final a este drama.

El Tarandrágor fue sacudido en aquel instante por salvajes convulsiones, que le hicieron revolcarse por el suelo mientras toda su figura se deformaba y su garganta se desgarraba con estridentes alaridos. Baltezar no pudo reprimir los escalofríos que se deslizaron por su piel, impotente ante una escena en la que no sabía cómo intervenir. Del cuerpo del Tarandrágor se desprendió una nube negra que se elevó hasta ser arrastrada por una ráfaga fugaz. En el suelo, a muy escasa distancia de donde se hallaba Baltezar, había un hombre avejentado y harapiento, encogido en posición de recién nacido, con el rostro cubierto tras sus manos. Estaba muy quieto y no mostraba ningún indicio de vida. Baltezar se abalanzó sobre el caído, pues reconoció, pese a las arrugas y las canas, a su amigo.

-Ah, viejo soñador, dime que mi viaje hasta aquí y mi juego no ha sido en vano. Respira, puñetero, no puedes ser tan desgraciado como para morir ahora.-Baltezar separó las manos de la cara de su amigo. Éste tenía los ojos cerrados y una expresión afectada. Baltezar acercó una oreja a la nariz de Mirlo: ¡respiraba! Baltezar lo celebró con una explosiva carcajada-. ¡Ah, loadas las invisibles potencias que tejen los destinos de los que no podemos escapar! ¡Estás vivo, canalla! Mirlo, despierta, despierta ya, que nos queda encontrar el camino de salida de este lugar. -Tan eufórico se sentía Baltezar que escapar del laberinto se le antojaba una minucia.

-Sólo podías conseguirlo tú, Baltezar, fabuloso bufón -dijo Mirlo con voz ronca, abriendo los ojos e intentando incorporarse con torpeza-. Es bueno volver a ser uno mismo y recuperar las alegrías y las tristezas de antaño. Nunca había pensado en la magia que encierran los recuerdos. Aunque me temo que allá donde vaya me perseguirá el estigma de haber provocado la desgracia de una de las ciudades más hermosas que haya visto.

-No es momento de entregarse a penas, amigo. En cuanto reúnas un poco de fuerzas, sólo nos tenemos que preocupar de no quedar atrapados en esta trampa para ratas.

Aquellas palabras sonaron como el chiste más gracioso a oídos de Mirlo, que respondió con una carcajada.

-Desde luego, mi memoria no guarda recuerdo alguno del camino que seguí hasta encontrar el corazón de Esplendor de Cardia. Salir de aquí va a ser toda una aventura, como en los viejos tiempos.

Los dos amigos, riéndose, se fundieron en un abrazo, felices de aquel reencuentro prometido en las circunstancias más insólitas. En cuanto Mirlo estuvo en pie, comenzaron a caminar como si dispusieran de todo el tiempo del mundo, sin preocuparse demasiado de acabar recorriendo el mismo camino en círculos, o de que la salida fuera esquiva. No hizo mella en ellos ni el hambre ni la sed ni la desesperación, Baltezar se encargó de amenizar aquel paseo con relatos sobre sus viajes en los países del norte y Mirlo correspondió con la narración de sus vivencias en la odisea que le llevó hasta Esplendor de Cardia. Querían contarse tantas cosas que no se percataron del desvanecimiento del laberinto, como un espejismo que se disuelve cuando la fiebre remite.

El mundo exterior les dio la bienvenida con una luz que cegaba y que hirió los ojos de Mirlo, acostumbrado a la oscuridad de su prisión y a las brumas que dominaban la vista del Tarandrágor. Los locos que poblaban las ruinas de Esplendor de Cardia daban saltos y proferían aullidos, algunos de terror e incomprensión y otros de júbilo, ante la aparición de los dos amigos y la desaparición del laberinto. Contemplaron a Mirlo y a Baltezar como si fueran más que simples mortales, héroes arrancados de una dimensión más elevada, y ninguno de los parias se atrevió a acercarse a ellos. Los dos amigos saludaron y desearon suerte a los locos y, tras detenerse ante un manantial para calmar la sed, prosiguieron su camino.

-¿Se volverán a separar nuestros senderos ahora, Mirlo? -preguntó Baltezar, cuando las ruinas y sus chiflados habitantes quedaron atrás.

-No sé lo que nos deparan nuestros viajes, Baltezar. ¿Recuerdas nuestra estancia en el templo de los Urdangrard y lo que nos reveló aquella roca profética sobre nuestro futuro?

-Le dije al Tarandrágor que aún no se ha cumplido. ¿Acaso el tuyo era provocar la destrucción de Esplendor de Cardia y ser castigado por ello, y aun así no huiste de él?

-No, amigo mío, no era ése, el mío tampoco ha llegado. Acaba de regresar a mi memoria y, al parecer, aún nos aguardan maravillas por ver. ¿Qué te parece seguir avanzando más al sur?

-Te diré que ojalá tuviera en mis manos una jarra de vino verde para brindar por esa ruta. ¡Siete vientos, espíritus del sendero, demonios de la fortuna, Mirlo y Baltezar vuelven a caminar juntos!

Entre carcajadas propias de quienes celebran la vida a pesar de sus golpes y zancadillas, Mirlo y Baltezar dirigieron sus pasos hacia el sur, a la espera de descubrir sus portentos. Lo que les sucediera en sus nuevos viajes... ésas son otras historias.

FIN

LIBERACIÓN DE MIRLOWhere stories live. Discover now