Juntos

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Yukisada se dio cuenta mucho antes que Shirogane misma; su apetito había aumentado, así como los cambios de humor, la cintura de la loba creció un par de centímetros, su peso aumentó, incluso su rutina de sueño se vio alterada. Yukisada lo confirmó a la segunda semana cuando Shirogane corrió al sanitario a vomitar el poco desayuno que tomó. El búho sabía que Shirogane estaba premiada.

Y sabía que las crías eran suyas, no se necesitaba ser un genio para saberlo realmente. Yukisada era él único que ayudaba a Shirogane durante los calores de la loba. Shirogane, con su naturaleza depresiva y baja autoestima, no permitía que nadie se acercase a ella durante la semana que duraba su calor, Yukisada mismo tuvo complicaciones para que ella lo dejará entrar a la habitación en la cual se enclaustraba.

Desde la primera vez que logró convencer a Shirogane de que él la ayudaría, de que un calor era mejor pasarlo con alguien que en solitario, se volvió la pareja fija de la loba. Nadie más que ellos sabían de dicho secreto, o eso pensaba Shirogane, ya que Yukisada estaba seguro que Rocma sabía lo que pasaba entre ellos.

Una parte de la culpa la tenía el búho, era medico, se suponía que él debía estar más alerta. Pero cuando el calor de Shirogane se sincronizó con la época de apareamiento de Yukisada... Las cosas no salieron tan controladas al final, el búho olvidó usar preservativo y Shirogane perdía la lógica durante esa semana entera. Si se pensaba mejor, Yukisada tenía mucho más que la mitad de responsabilidad.

Observó la figura de la loba por la rendija de la puerta del baño, Shirogane sollozaba en el suelo con una prueba de embarazo a su lado. El búho la siguió después de verla andar nerviosa al baño, llevaban ya cinco semanas de embarazo. La pequeña cintura de Shirogane desaparecía poco a poco, su apetito aumentaba progresivamente, era cuestión de tiempo que ella misma se diera cuenta y sospechará.

Se giró y caminó sigilosamente, sus pasos apenas audibles, ligeros y ágiles. Bajó las escaleras y fue al consultorio, se sentó frente a su escritorio y sacó una carpeta que guardaba al fondo de todas las demás, la sacó y abrió el expediente de Shirogane, en el cual tenía todo el progreso de aquellas cinco semanas. Tomó el bolígrafo y comenzó a escribir.

La depresión de Shirogane, así como su ansiedad y ataques de pánico eran factores que afectarían a las crías no natas de ambos, y usar medicamentos para tratarlos sería demasiado peligroso para la salud de la loba y las crías. Tachó el nombre de los medicamentos. ¿Y sí Shirogane no quería tener las crías? Yukisada dejó el bolígrafo sobre el papel, creando un punto de color negro.

¿Y si Shirogane prefería no tenerlos? ¿Y si le daba un ataque y terminaba saliendo de casa? ¿Y si Idate se enteraba...? Yukisada suspiró y se llevó una mano al rostro, se masajeó las sienes. ¿Y si Shirogane lo culpaba y nunca lo querría ver de nuevo? La puerta crujió y giró a ver. La loba le miraba, apenas y se asomaba por el pequeño hueco que creó para entrar, el búho sonrió.

—¿Pasa algo?—.

Los ojos rojos e hinchados de Shirogane delataban su llanto, la loba bajó la mirada e ingresó casi arrastrando los pies. Se detuvo junto a Yukisada, quién giró su silla para quedar frente a ella, el búho aún sonreía; siempre sonriente para calmar los nervios de Shirogane, aunque en esos momentos él mismo se moría de nervios. La loba llevó las manos al borde de su falda y lo apretujó con fuerza.

Sin aviso se arrojó sobre Yukisada, se tiró de rodillas y abrazó la cintura del búho, enterrando el rostro en el regazo del medico. Las lágrimas corriendo de nuevo, gritos ahogados y la cola entre sus piernas. Yukisada llevó las manos al cabello de Shirogane, acarició su cabeza y rascó detrás de las orejas gachas que temblaban. Arrulló a Shirogane, asegurandole en murmullos que estaba bien, que todo saldría bien, que él estaba con ella.

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