La leyenda de la iguana estudiante

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La leyenda de la iguana estudiante

Maestro Altolio golpeó sobre el podio y llamó al orden a sus estudiantes, quienes curiosos se arremolinaban frente a las ventanas del salón para observar a una iguana de palo atravesar el patio del Colegio Campana-Rosada.

―Jóvenes a sentarse, es la cuarta vez que les llamo la atención, la próxima vez tendré que enviarles un demérito a toda la clase.

Solo así parecieron reaccionar los estudiantes, quienes uno a uno comenzaron a hacer silencio y a regresar a sus pupitres.

―Jóvenes, no siempre tengo que amenazarlos con decirles a sus padres para que usted se porte bien. Ustedes deben desarrollar autocontrol ―dijo el maestro.

Entonces se escucharon nuevos gritos de niños, esta vez con más fuerza. Todos en el interior del salón se esforzaron por ignorarlos y prestarle atención al maestro. Sin embargo, los gritos eran demasiado fuertes y causaban terror entre los estudiantes, quienes mantenían los ojos muy abiertos y la respiración contenida.

Maestro Altolio, capacitado para ofrecer primeros auxilios en caso de emergencia, imaginó lo peor. Quizá algún niño hubiera sufrido una fractura expuesta en la pierna o quizá otro, mientras intentaba golear de cabeza, le hubiera pegado al portero, y ahora tendría a dos con las cabezas rotas. El diligente maestro abrió la puerta para observar que era lo que producía semejante alboroto en el patio. Pronto se dio cuenta que era la misma iguana, que ahora, se había entremetido en el juego de fútbol de los estudiantes de primaria. Los pequeños corrían y gritaban como locos, fingiendo terror por el feo reptil. Tiró la puerta con fuerza. El cerrojo estaba dañado; la puerta rebotó y quedó entreabierta, pero, ni el maestro ni los estudiantes parecieron notarlo.

―Saquen el cuaderno y ábranlo en la página veinte, hoy continuaremos estudiando los conectores lógicos.

En el centro del salón, Roberto, levantaba la mano y agitaba los dedos como si se estuviera ahogando en medio del mar.

―Roberto, por favor, no me interrumpas más que quiero comenzar, dijo el maestro levemente enojado.

―Lo que sucede maestro, es que la iguana entró al salón y está sentada en el asiento de Diego, que fue al baño, explicó Roberto encogiéndose de hombros.

Como una caída de dóminos en secuencia se añadieron una a una las miradas de todos los estudiantes hasta descubrir, que en efecto, en el último asiento de la primera fila, sin permiso de nadie, se había colado la iguana que segundos antes aterrorizaba a los niños de primaria. Allí estaba, con sus patas inferiores cruzadas, mientras que en una de las superiores sostenía el lápiz mecánico que Diego había dejado, y con la otra acariciaba las página veinte del cuaderno. A Liliana se le escapó un grito de asco cuando vio la babosa lengua de la iguana salir y regresar a la boca del animal. Al grito se le unió Marianela, Mara y Ester.

Maestro Altolio elevó su dedo índice y le solicitó con un código visual, silencio a la clase. No fuera a ser que el animal se pusiera violento y los atacara. Los estudiantes se fueron tranquilizando y la algarabía cesó. En la boca de la iguana se dibujó una pequeña sonrisa a la que Ramón, Etien y luego Terry se le unieron. Perecía que a la iguana le gustaba mucho reírse, porque tan pronto escuchó la carcajada que soltó Marcos, entró en un ataque de risa, que ya nadie podía controlar. Todos rebotaban sobre sus sentaderas con la fuerza de sus carcajadas, otros lloraban de la risa y hasta maestro Altolio golpeaba con el puño la madera de su podio. Esta vez no para llamar al orden sino porque también había caído preso de la pavera colectiva de sus estudiantes.

Una vez recuperado el aliento y más calmados debatieron para decidir si la iguana podía permanecer en el salón o no. El intento fue un caos y no lograron ponerse de acuerdo. Al final maestro Altolio dijo:

La leyenda de la iguana estudianteWhere stories live. Discover now