Prologo

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Al principio solo habitaban dos razas, las cuales se distinguían simplemente por el color que emanaban sus alas:

Los ángeles, seres azulados y blanquecinos, todo dependiendo del humor que tuvieran, cuyo único don era traer la felicidad a su creador, sin importar cuales fuesen sus órdenes. Se describían a sí mismos como los seres más puritanos entre ambas especies.

Por otro lado, existían los Sangrerí, esos seres llenos de templanza, los cuales solo se les conocía el color rojo tenue, como una llama naciente, cuyo poder y lealtad eran igual de indefinidos; para los ángeles eran todo un enigma, puesto que muy poco se sabía acerca de ellos por el hecho de ser demasiado distantes entre sí a causa del fin de La Gran Guerra, la cual los había impregnado a todos con recelo.

Después de dos años al terminó de La Gran Guerra, Elías príncipe heredero de los Sangrerí, recibió una visita algo inusualmente monótona, puesto que cada día de luna naciente, un Santrê le llevaba una mujer para cortejarla y dejar que ella decidiese dejarlo complacerla; sin embargo, esa noche fue una gran sorpresa para él encontrarse con una fémina de tes blanca, con el pelo cobrizo y unos llamativos ojos violetas, a pesar de la gran cantidad de mujeres que habían llegado a parar a sus brazos, jamás vio un par de ojos como esos, pero eso no fue lo más sorpresivo para aquel príncipe, sí no fueron aquellas alas tan azuladas; desde ese momento sus pensamientos se difuminaron, en ese momento solo se veía a si mismo con el objetivo de complacerla y conocer cada detalle de ella.

Lo inusual de los Sangrerí, era el contraste que su esencia podía llegar a ser, cayendo en el control absoluto, pero perdiendo todo atisbo de cordura en el área sentimental, siendo unos amantes excepcionales, simplemente eran unos románticos empedernidos, pero siempre siendo selectivos. Teniendo como credo principal, que solo una vez en toda su inmortal existencia conocerían el verdadero amor.

- ¿Te han tratado mal? - Pregunto el joven príncipe, con demasiada delicadeza.

Ella levanto la cabeza, con algo de sorpresa, de las miles de cosas que cruzaron por su cabeza al encontrarse con el príncipe, nunca se le había ocurrido esa pregunta y mucho menos con aquel tono de voz, pero lo más extraño de toda esa escena, lo que más impresionó a ambos, fue que ella le sonrió, una sonrisa que hacía de su rostro un paraíso capaz de detener al soldado moribundo de soltar su último aliento, solo para contemplarla; y justamente fue esa sonrisa, la que lo desato todo.

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