2019

1.4K 136 121
                                    


—¿Tan nervioso estás, rubio?

—¿Por qué lo preguntas?

—Te has puesto la camiseta del revés —me responde.

Miro hacia abajo y, efectivamente, la etiqueta que me pincha el cuello cuando me muevo llama mi atención.

Pero yo no diría que estoy tan nervioso.

—Anda, ven, que yo te lo arreglo —se ofrece Robyn.

Llevamos casi un año follando y cuatro meses como pareja oficial, pero todavía no sé qué es lo que vio en mí la intérprete más guapa del Parlamento.

Robyn se acerca y comienza a levantarme la camiseta, despacio, jugando.

Me río y le sujeto las manos.

—Ahora no, preciosa —le digo—, que llegamos tarde.

Ella pone los ojos en blanco.

—Vaaaaaaaale.

Tras un último beso en la barbilla, se aleja de mis labios y termina de sacarme la camiseta por encima de la cabeza.

Yo mismo me encargo de ponérmela bien y siento que sí, que un poco nervioso sí que estoy. Al fin y al cabo, estuve dos años viviendo con mis compañeros, se convirtieron en una pequeña familia de cabezas locas, y llevamos cuatro años sin saber nada los unos de los otros. Normas del centro.

Probablemente no estarán todos, pero me encantará ver a cualquiera de ellos. He de admitir que los he echado un poco en falta todo este tiempo.

—¿Tú no estás nerviosa por conocerlos? —le pregunto en voz alta, porque está en el salón—. Mira que si no te dan el visto bueno...

La oigo reírse y sus pies descalzos recorren el camino de vuelta hasta nuestro dormitorio.

—¿No crees que me lo vayan a dar?

Me giro en dirección a la puerta, donde está mi despampanante novia con un vestido rojo hasta el suelo, no demasiado elegante, pero desde luego muy poco informal.

No es una cena cutre que hayamos organizado nosotros, es una cena que el director del centro piensa que está a la altura de sus espectaculares alumnos criados con mano dura.

—Espero que no se pasen dándotelo —bromeo.

Robyn y yo salimos juntos de casa y en cuestión de unas cuantas malas palabras al GPS y treinta minutos, llegamos a mi antiguo internado.

Me pregunto si habrán juntado las mesas del comedor como hacían en las fiestas de Navidad o si sonará de fondo el himno como cada día a la hora de la cena. Y espero que nos dejen dar un último paseo por las instalaciones, ver nuestras antiguas habitaciones, los pasillos, el patio, las duchas...

Bueno, las duchas tampoco hace falta verlas.

Robyn me coge de la mano y nos disponemos a cruzar el portón del edificio, que siempre me ha parecido demasiado grande para un total de treinta y cuatro estudiantes, donde nos recibe un host que nos acompaña hasta donde está todo el mundo.

Hay algunos de mis antiguos profesores (doña Rosa, don Miguel y doña Esperanza) y de mis antiguos compañeros veo a trece junto a las que supongo que son sus respectivas parejas. Faltan el de Andalucía, el de Navarra, el de las Baleares y el de Galicia, si no recuerdo mal. Normalmente, no asistir a esta reunión es señal de que uno ha llegado tan lejos como se esperaba de él, así que nadie va a hacer comentarios negativos con respecto a sus ausencias.

Todos se levantan a recibirnos en cuanto llegamos.

—¡Raoulito, tío!

—¡Hombreeeee, ese Vázqueeeeeez!

Burnin' UpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora