Consecuencias

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Cuando finalmente se dio cuenta de lo que había hecho, solo pudo mirar pasmado la escena que había delante de él. Intentó buscar entre sus pensamientos alguna razón para justificarse, pero no encontró ninguna. En cambio, un torrente de imágenes de lo que vendría se desbordó de su cerebro e inundó su cuerpo en segundos.

Pensó en huir, en esconderse, pero sería totalmente inútil, oía ya sus voces a lo lejos, preguntándose que había sido aquel estruendo en el jardín. Igual, tampoco hubiera podido, sus patas estaban totalmente rígidas, como si alguien las hubiera clavado al suelo, y él se encontraba todavía en la misma posición cuando la señora salió. No hubo un algarabío, ni un grito prolongado, eso no acostumbraba oírse en la casa, ni era eso lo que todavía lo mantenía con el hocico totalmente reseco y los pelos erizados. Solo hubo una exclamación de asombro que vino de ella primero, y después del señor que entraba detrás.

Ella se acercó. Observó el desorden, luego lo miró a él, con tierra desde la barriga hasta las orejas. El señor la siguió, repitió la misma operación y decidió tomarlo del collar para sacarlo de ahí. No hubo palabras bruscas, ni insultos, o golpes, ellos no actuaban así, y no era eso lo que hacía que su pulso se acelerara más con cada paso que daba.

En el momento que llegó al patio, su corazón empezó a martillearle el pecho con fuerza, como si quisiera romperlo para salir huyendo de ahí sin el resto de su cuerpo. Un hormigueo fastidioso salía de su estómago y recorría todo el camino hasta su ingle, arruinándole por completo todo intento de calma o control. El señor lo llevó hasta el fregadero con intensión de amarrarlo ahí, tal vez adrede, tal vez solo de forma inconsciente, pero ahí, done podía esperar que él volviera de la cocina oliendo a cada instante aquel frío hedor del agua, que parecía no conformarse con llenar cada rincón de su nariz, sino que bajaba hasta su lengua, como intentando llamar la atención de más de uno de sus sentidos a la vez.

Esperó ahí, sus orejas en alto, sus músculos tensionados, su respiración al mínimo. Cada eco ahogado de las suelas de cuero de los zapatos del señor lo oía resonar con fuerza mientras éste caminaba de un lado a otro en la cocina. El chirriar de las bisagras oxidadas le destemplaba sus colmillos al punto de querer sacárselos para terminar con el dolor. El ligero roce entre cada parte de plástico dentro de la llave del grifo parecía meterse en su cuello y recorrer toda su columna como un escalofrío. Pero fue el repiquetear metálico, el sonido estridente de miles de gotas de agua cayendo al unísono sobre la palangana de aluminio, lo que finalmente le hizo perder totalmente la calma que intentaba aparentar. Ese irritante sonido logró finalmente poner a cada uno de sus sentidos bajo el yugo de ese despreciable líquido, y su húmeda imagen era lo único que ahora se dibujaba en su mente.

La llave se cerró. Un silencio tanto o más irritante que la algarabía anterior llenó el lugar, ese silencio desesperante que siempre se hacía presente con un agudo pitico directamente en el oído. Su ánimo, carácter y firmeza estaban ya destruidos, así que cuando oyó de nuevo el impacto de lo zapatos con la baldosa, estalló en gritos, gemidos y aullidos. Ponía en cada ladrido todo lo que le quedaba de energía, suplicando a voz en cuello algo de perdón y misericordia, pero finalmente cayó frustrado cuando vio entrar de nuevo al señor en el patio con la palangana llena de agua espumosa en los brazos. Se dio cuenta que hasta ese momento había ignorado por completo el aroma sintético que el jabón producía justo cuando se abría la botella y unas cuantas gotas entraban a perderse entre las otras miles de agua en el ambiente.

A estas alturas, él ya no tenía voluntad alguna para luchar o defenderse, estaba totalmente a disposición del señor, quien, complacido por su actitud, dio comienzo a la actividad, aquel acto que lo había hecho temblar desde la punta de la cola hasta el extremo de la nariz, que había destruido su mente con imágenes en cuestión de segundos. Su amo había comenzado a bañarlo.

Un bloque de agua helada cayó sobre su espalda y su cabeza, transformando su pelaje en un pesado trapo. El jabón era ya una espuma blanquecina que pronto se llenó de manchitas de tierra por todas partes, y a pesar que él cerraba los ojos lo más fuerte que podía, este siempre encontraba algún camino hacia ellos para irritárselos y fastidiarle aún más el proceso del baño. Cuando su amo sacó el cepillo de la nada, preparó su cuerpo para recibir la abatida de miles de dientecitos de plástico que lo rasguñaban al tiempo, y que parecían querer sacar la suciedad, no de su piel, sino de sus mismos huesos.

Todo terminó con una última enjuagada que le quitó los retos de espuma del cuerpo, para luego ahogarse en el fétido olor guardado de la toalla que solía usar para secarse. Se hizo a un lado para sacudir todo su cuerpo, esperando que con eso cualquier despreciable gota saliera volando y por fin lo dejara en paz, cuando la señora entró, llena de tierra como él lo había estado antes. Lo miró a él, empapado y con el pelaje alborotado, y le sonrió con satisfacción. Luego miró al señor.

“Que bien, ya acabaste con el perro” dijo, mientras sumergía valientemente sus manos de lleno en el fregadero.

“Si, fue fácil, la verdad es que a él le gusta bañarse, nunca ha puesto problema” respondió con tranquilidad. El perro lo miró, pero decidió dejar pasar aquel tonto comentario, y se dirigió aturdido a la sala para recostarse un rato, definitivamente no quería salir al jardín en un buen tiempo.

ConsecuenciasWhere stories live. Discover now