Prólogo

26 2 0
                                    

Los latidos, ahora arrítmicos y frenéticos de su corazón comenzaban a amontonarse en las profundidades de sus oídos, como si quisiesen negar ese sentido delator y hacer que no escuchase con claridad lo que en realidad tenía lugar al otro lado de la habitación. Pero no necesitaba ningún tipo de impedimento que le retuviese más tiempo detrás de la puerta de su dormitorio. Su cerebro ya había empezado a procesar la información que el conjunto de su cuerpo se había encargado de proporcionarle lo mejor que podía, mientras que intentaban convencer esa parte racional que se mantenía en su postura: aquello no podía estar sucediendo.

No en su casa.

No ella.

No ellos.

Apoyó la frente sobre la puerta de madera, sintiendo de inmediato el frío en comparación con el calor que manaba su piel, y eso no era producto de haber estado corriendo más de una hora por El Retiro, a pleno pulmón. En absoluto, aquello solo tenía que ver con lo que estaba sucediendo detrás de la puerta que no se atrevía a abrir porque sabía que desencadenaría un conjunto de sucesos y entonces ya no habría vuelta atrás.

Si le hubiesen preguntado tiempo después si en el fondo sospechaba aquello, apenado, repetiría en su mente las imágenes del día 0, como él se refería al día que cambio su vida y tomó un nuevo sentido para él, incluso un nuevo lugar de comienzo. Habrían brotado dos tipos de respuestas: una dispararía directamente desde el corazón, salpicando sangre y dolor desde dentro, y la otra se originaría en la parte más recóndita de su cerebro.

"Sí. No"

Dos palabras tan contrarias en sí mismas que nunca aparecían juntas dada la repulsión que se profesaban, pero que en aquella situación podrían tener mucho sentido si iban acompañadas.

Sí, porque uno sabe cuándo alguien importante le está haciendo daño a sus espaldas. Porque existe una especie de sensación de alerta que no te deja dormir, que no te deja ver más allá y que termina sin dejarte respirar. El problema es que nosotros elegimos si hacerle caso, o tomarlo como algo insignificante, aunque pueda ser una decisión crucial en el curso de las cosas.

No, porque ellos nunca le harían eso. Porque aquello podría hacerle estallar en mil pedazos y provocar que nunca encontrase todos, o los suficientes, para volver a reconstruirse de nuevo. Para volver a ser alguien.

Porque eran su hermano y su novia.

Porque la traición sería imperdonable.

Sin embargo, los fuertes gemidos de su novia parecían bastante reales. Fuertes, vivos, y sobre todo sentidos. Y aquello último comenzaba a retorcerse en las profundidades de su estómago. Aferró la manivela de la puerta con una falsa seguridad en sí mismo, la que necesitaba aparentar para pasar a la acción. Sino, se habría quedado permanentemente tras aquella puerta, petrificado.

Como imaginaba, la escena era puramente sexual. Era fogosa, desmedida, escandalosa, y sobre todo, sucia. Las dos siluetas se movían como si bailasen en el mismo compás, con los movimientos de la cintura coordinados a la perfección. Su hermano apoyaba sus manos en la cintura desnuda de su novia, quién en ese preciso instante le daba la espalda y una perfecta vista de su culo desnudo y su melena rubia subiendo y bajando.

La habitación estaba cargada de un ambiente sudoroso, primario. Ese olor característico al de dos cuerpos chocando entre sí durante mucho rato.

Sus ojos se llenaron de lágrimas saladas deseando resbalar por sus mejillas para liberar el dolor que sentía en el alma. Lo sintió viajar por todo su cuerpo, ramificándose en una ira cegadora que no hacía más que hervir en su sangre, tanto que el picaporte comenzaba a hacerle una herida en la palma de la mano, y le resultó extraño, porque ese tipo de dolor carnal no llegaba nunca a sus terminales nerviosas.

Todo dejó de girar. Comenzaron a llegar hasta él vagas escenas a cámara lenta en las que su cuerpo quedó suspendido en un tercer plano astral donde ya nada tenía importancia. Ni el grito de sorpresa de la que había sido su novia durante cuatro años, intentando cubrirse a toda prisa el cuerpo desnudo, como si él no lo hubiese visto nunca. Ni el gesto contrariado de su hermano, tumbado en su cama, inmóvil pero al mismo tiempo, con una mueca de satisfacción escondida tras cada rasgo de su rostro.

Sintió ganas de estrangularlo allí mismo. Porque sabía que si alguna vez le preguntase, él respondería que no sentía ningún tipo de culpa, y eso se reflejaba perfectamente en sus ojos. Y de ella probablemente podría decir lo mismo, por mucho que quisiese ocultarlo con una máscara apenada.

Pero en lugar de eso se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, con la mandíbula prieta, tanto que podía observarse el contorno de boca con facilidad. En otro momento quizás habría golpeado la pared con el puño, sin importarle la probabilidad de sufrir una lesión, pero ni siquiera tenía fuerzas para eso.

Les dio la espalda y salió por aquella puerta, la que cerró como si le diese asco. La que no volvió a ver nunca, y la que actúo como pista de lo que sería su nueva vida antes de reiniciarla de cero. 

The NeighbourDonde viven las historias. Descúbrelo ahora