como un oso polar

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          Llovía, pero Alice parecía no sentirlo. Reía descontrolada saltando los charcos y salpicándolo todo a su alrededor. Su vestido blanco se le pegaba al cuerpo a causa del agua, al igual que los rubios mechones que eran su pelo, y, mientras extendía los bracitos a sus costados y cerraba los ojos con la cabeza inclinada al cielo, casi pensé que era un ángel. Mi pequeño ángel caído.

La pegué un grito para que se diera prisa. Sus ojos garzos se abrieron y me sonrió por toda respuesta, corriendo hacia mí. Apreté su cuerpecito al mío y traté de protegerla de la fría lluvia. 

-No tengo frío, papi.- me dijo como si oyera mis pensamientos. Le sonreí y, tapándola con la chaqueta como buenamente pude la contesté con dulzura.

-Lo se cariño, pero te pondrás a cuarenta de fiebre como te mojes más. Alice hizo un mohín pero no discutió. Le encantaba la lluvia.

La tormenta nos había alcanzado al salir del zoo. Alice llevaba meses pidiéndome ir a ver las jirafas y después de tanto tiempo insistiendo, decidí llevarla por su cumpleaños. Aquel domingo, aquel 7 de Abril, habíamos cogido el coche y la había hecho pensar que íbamos a casa de mis padres como cada fin de semana. Casi me salí de la carretera cuando la oí chillar al ver el enorme cartel del zoo a la entrada del parking. Perecía tan feliz, tan llena de vida...

Estuvimos tres horas dando vueltas por el recinto y viendo todos los espectáculos y los animales hasta que, en un momento dado, vi como Alice se paraba junto a la jaula de los osos polares. Uno de los animales se encontraba sentado delante de la pared de cemento contigua a la que estábamos nosotros; miraba el dibujo de la tundra que habían pintado en ella mientras gemía, tratando de alcanzar aquel lugar inexistente. Alice lo señaló con su peluche, apenada.

-Papá, eso no está bien. 

-¿Y por qué no? - la pregunté con una sonrisa, sabiendo de antemano lo que iba a contestar. A veces me sorprendía la forma en la que se comportaba, madura para su edad.

-Papi, el oso está triste porque esta encerrado. Eso no esta bien... yo quiero que esté feliz y saltando, ¡como yo! .-contestó pegando un brinco para constatarlo.

-Pero, si estuviese libre, no podríamos verlo. -La recordé, tratando de hacerla usar la cabeza, hacerla pensar por si misma y rebatirme.

-¡Me da igual! -respondió cruzándose de brazos.- Yo no estaría contenta si me encerraran. 

-Si tú estuvieses encerrada, iría a por ti.- la dije con una sonrisa. A ella se le iluminó la cara.

-¡Eso es, vamos a liberarle, porfa! -gritó.- vamos, vamos

-No podemos hacer eso, Alice, ¿dónde lo guardaríamos? Además, los del zoo no nos dejarían llevárnoslo.

-Entonces vamonos. Porfi, vamonos papá... si no viene nadie al zoo los tendrán que soltar.- dijo, excitada. Se despidió del oso lanzándole un beso a través del cristal y echó a correr sin esperar una respuesta, o a mí.

Llegamos al parking absolutamente empapados y traté de recordar dónde había aparcado el coche. 

-Alice, -la dije.- quédate bajo ésta cornisa para no mojarte mientras voy por el coche, ¿vale?- ella, con el gesto agriado por no haberla dejado jugar bajo la lluvia, asintió rápidamente. No había ni un alma en el aparcamiento, por lo que, tras varios minutos bajo la intemperie, encontré el coche sin mayor dificultad. Abrí la puerta y me senté pesadamente, soltando un quejido. Allí, en el asiento del copiloto, había olvidado el paraguas. Encendí el motor y la calefacción, y saqué de la guantera el regalo que le había comprado a mi hija, envuelto en papel rosado. Mientras arrancaba, traté de imaginar su cara cuando lo abriera. Ella no me lo había pedido en voz alta, era muy caro y, en contra de lo propio a su edad, no era una niña caprichosa; aun así, no me había importado apretarme un poco el cinturón por ella, sobretodo después de haber perdido tan recientemente a su madre... a mi mujer. Al llegar a la cornisa en la que se había refugiado, no conseguí verla. 

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⏰ Last updated: Oct 26, 2014 ⏰

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