23

10 1 0
                                    


Debería actualizar más seguido, lo sé, o retomar mis proyectos olvidados, una de dos XD. Pero como, exceptuando Stern (que ocupa mi mente aun sin desearlo), no logro hacerlo os dejo esto mientras. Espero que os guste :D

23

_______________________________________________________________

Desde que llego a esa conclusión sobrevivir en la arena se me hace más sencillo. La noche que me quedé en la Cornucopia mis compañeros se fueron a explorar la zona más elevada, no llegaron muy lejos, pero les fue suficiente para descubrir varias cosas:

Primero, la botánica no solo hace de las suyas en la pradera, también allí, donde las plantas, árboles y raíces pueden ser tan beneficiosas como mortíferas. Silber panicaba varias veces por ello hasta que Sheet, harta, decidió sacar a relucir sus habilidades aprendidas, no solo en su distrito, sino también, en la estación de plantas del entrenamiento, y mostrar cuáles son peligrosas y cuáles no. Aquello no solo le atrajo la simpatía de mi aliada, sino que también le permitió encontrar al chico del distrito seis, pero fue Circe quién lo mató.

Segundo, aquella parte de la arena parece ser la zona desde donde se inicia todo, incluido el río bloqueado que nos hidrata y limpia. Tenemos, también, varias mudas que nos permiten adaptarnos a cualquier terreno. Mi compañero de distrito demuestra ser el más hábil en captar las armas de los vigilantes, que incluyen plantas e insectos paralizadores o venenosos, además de los charlajos: pájaros con la habilidad de reproducir conversaciones ajenas. Esos son los que atraen más problemas ya que, no solo pueden desplazarse por toda zona no cubierta, sino que sus voces no hacen más que confundirnos. Por su causa es cada vez más complicado controlar a Geld que, a cada insulto o palabra que cree oír en contra suya, se rebota y ataca. Llego a preguntarme si ese es el fin de los vigilantes para malograr nuestra alianza, que cada vez trabaja mejor, volvernos enemigos.

Lo cual, a mi parecer, es estúpido, todavía recuerdo las palabras de Mags sobre los profesionales: todos abogan por sí mismos y lo demuestran de forma cada vez más obvia a medida que nos encontramos tributos y demás peligros. No mueven un dedo por los demás, lo que me convence para no hacerlo tampoco, salvo con Roy.

El cual, junto con Sheet, parece ser el único que trabaja en nuestra ayuda por algo obvio, cuanto más confiable lo consideren, más se dejarán llevar por él. Ella, sin embargo, no sé a qué juega, pero dado que es de un distrito inferior y de las más débiles de la alianza, junto con Silber, quizás está buscando un truco para no ser de las primeras en morir.

Yo, por mi parte, me dedico a controlar lo más posible mis emociones y a buscar las señales de mi amigo entre los vigilantes, por algo obvio, es el único que me favorece. Según exploro veo que el mejor truco para encontrarlas son las palabras de mi estilista. Todo sus actos se basan en "sorpresas": temblores y demás movimientos del terreno, rayos en momentos inesperados, el movimiento imprevisto de la vegetación, y o, el agua de la arena.

Justo es eso lo que estoy siguiendo esta noche, el curso cambiante de un diminuto riachuelo que me guía por las cuevas. Estoy tranquila y relajada, divirtiéndome como nunca gracias a los diversos juegos que me impongo para disfrutar de mi aventura en la arena. He dejado las notas atrás por algo obvio, la más alta era un seis y varios tributos los tienen, no me sirve. Así que me guío por las valoraciones de mi compañero durante las entrevistas, escuchar mis consejos aquel día le sirvió para no pensar en sus enemigos como igual o más merecedores de la vida que él. Ya no se preocupa por quién muere, ni cómo, solo de matar de forma limpia e identificarlos con peces. Me confesó que ese truco se lo enseñó Finnick, en cierto modo, al atrapar y matar a sus contrincantes como si lo fueran, en sus juegos.

Lo cual me resulta tan o más gracioso que nuestras malas lecciones, aprendidas de los Sexagésimo Sextos Juegos del hambre. El que él se haya convertido en otra ventaja mía, sin quererlo, por nuestra conversación en el tejado, y en la de Roy por ser sus juegos de los más retransmitidos. Me pregunto cómo se sentirá él al respecto, igual no es que pueda preguntarle ahora, de todos modos.

Así que me limito a aceptar sus obsequios y consejos para ganar, como todo tributo lo hace con su mentor. No puedo permitirme pensar en él de otra forma, no dado quién es y su popularidad. No soy estúpida, sus amantes lo adoran y él a ellos, es más que obvio que, incluso aunque nos volvamos amigos, en cuanto salga de esta jaula, no llegaremos más lejos.


—No sé si termina de convencerme este sitio, es tan oscuro, ¡Aah! —Silber salta a abrazar a Geld cuando su linterna enfoca una horda de murciélagos que se lanza al ataque. Los observo tan confusa como él, el como ella se deja proteger como la princesa caprichosa que es. Comienza a ofuscarme su actitud a medida que pasan nuestros días en la jaula, nos pone en ridículo.

Suelto un suspiro, maldiciendo, por primera vez, el hecho de que Cassius se haya quedado en la Cornucopia debido a que uno de los roedores carnívoros de estas cuevas le mordió en la pierna. Al menos sus ganas de derramar rojo nos ayudaban a actuar con discreción.

Geld da golpes cada vez más rabioso, avanzando a favor de los vigilantes, algo que noto al distinguir calor cerca de nuestra posición, algún tributo hizo la tontería de encender fuego aquí. A medida que lo hace los gritos de Silber se calman y se deja guiar hasta que Roy, supongo que cansado por el ruido de alas y gritos, le ayuda a matar a más de la mitad de las aves. Circe le observa como si hubiera hecho algo malo.

—No deberías de hacer eso —le susurra —. Se supone que sus armas están para ayudarnos a ganar.

—Teniendo en cuenta que nuestros tributos llevan tres años sucumbiendo a causa de seguirlas permiteme dudarlo. —Se defiende Roy, con una sonrisa inteligente. Es cierto, desde el año en que Sean malogró los juegos los vigilantes nunca nos dejaron ganar, rebeldes o no. —No soy estúpido, Circe, lo sabes. Solo seguiré lo que pueda controlar a mi favor.

Esas palabras son suficientes para que nuestra aliada se quede más que pálida y Sheet lo observe perspicaz. Me río ligeramente.

—¡Bien dicho, compañero! —Lo alabo. —¿Qué se supone que buscamos aquí?

—Al gobio púrpura, ya sabes esos que navegan en parejas por fondos rocosos. —Resumiendo, los tributos del distrito ocho, son de los pocos aliados que conocemos.

—Sí sí, ya, los del ocho —digo con una sonrisa —. El chico me llamó bastante la atención, por cierto, está tan lleno de sorpresas como esta arena. —Enfatizo la palabra en un susurro casi inaudible, mientras le señalo disimuladamente el movimiento del agua. —Lo único favorable.

—Entonces te dejaré sorprenderlo, Annie —concede Roy con una risa, comprendiendo.

Después de aquello se extiende el silencio. Roy y yo vamos a la cabeza, seguidos por Silber y Geld que, sorprendentemente, van cogidos de las manos, Sheet y Circe. El chico del ocho consiguió algo más que inesperado, domar las criaturas pequeñas pero peligrosas, de estas cuevas.

Al verlas Sheet abre los ojos más que interesada.

—Ahora comprendo porque nos atacaron anoche —me susurra, acercándose —. Me pregunto si habrá un modo de aprovecharlas.

—Intentar que ya no los vean como amigos, ¿dices? —Respondo y ella asiente. —No es mala idea, quizá pueda jugar con las paredes.

—¿Jugar? —Interroga Silber. —Pero si no se desplazan. —Me río.

—No creo que sea necesario —explico —. Basta con lanzar las piedras hacia el lado adecuado, ¿o es que nunca jugasteis al tenis? ¿Qué pasa cuando una pelota golpea un obstáculo?

Aquello es suficiente para que todos me miren como si fuese la solución a sus problemas. Sean tenía razón, jugar es la mejor forma de ganar.

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora