1. Proyecto Vaerios - Parte 1

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Todo era blanco cuando despertó sobre lo que parecía la camilla de un hospital. A su alrededor, cuatro paredes sin puertas ni ventanas emitían una luz tenue que hacía palidecer la sala todavía más. Justo en el centro de aquel cubo sin salida se encontraba él, desnudo y con el cuerpo entumecido, como si llevase años sumido en un largo sueño. Su única compañía era la camilla sobre la que reposaba, pues ni siquiera sus recuerdos estaban con él; al menos, no todos. En su mente embotada parpadeaba una y otra vez la misma imagen confusa, desgarradora: el cuello de Susana estrangulado a manos de una silueta borrosa.

Con esfuerzo, trató de ponerse de pie, pero las piernas le fallaron en cuanto tocaron el suelo. Las extremidades no le obedecían como de costumbre; las sentía distantes, como si no fueran suyas. Cada movimiento que realizaba le costaba un esfuerzo tremendo que acababa por tumbarlo de nuevo.

Consiguió sostenerse sin perder el equilibrio tras un último intento vacilante. Después estiró los brazos con cuidado, recuperando poco a poco el control sobre sus extremidades.

Solo cuando se sintió seguro decidió explorar la habitación. Aturdido, caminó durante varios minutos, palpando cada rincón de la celda en la que se encontraba. Era lógico suponer que, si alguien lo había encerrado allí, tenía que haber una entrada y, por lo tanto, una salida. Sin embargo, pronto descubrió que se encontraba en una habitación completamente hermética: un cubo perfecto, sin fisuras. El miedo y el agobio no tardaron en hacerse notar. El ritmo de su respiración fue en aumento y los gritos llenaron el silencio mientras golpeaba las paredes con los puños. El temor lo estrangulaba; tenía la sensación de que en realidad no respiraba, de que el aire no llegaba hasta sus pulmones. La ansiedad lo apuñaló con tanta fuerza que sus uñas comenzaron a arañar la estructura de forma violenta. Necesitaba salir de allí.

Estaba a punto de arrancarse las uñas contra el muro cuando oyó tras él un sonido deslizante. Al girarse, comprobó que una de las paredes había desaparecido y ahora un largo pasillo se alejaba de él.

Eso le recordó qué era la desconfianza. Al fin tenía una vía de escape, nada le impedía huir, y por eso sabía que tenía que ser cauteloso. Cabía la posibilidad de que estuviera siendo observado, pero eso le daba igual. Necesitaba recobrar la libertad.

Atravesó docenas de pasillos iguales, corredores largos que se cruzaban y en cuyos laterales se abrían las entradas hacia salas idénticas a la que había abandonado. Una y otra vez se le aparecía el mismo lugar, el mismo corredor blanco, el mismo cubo pálido con su blanca camilla en el centro. Así fue durante lo que le parecieron horas de caminar sin parar, creyendo que se había vuelto loco.

Entonces llegó a una sala distinta. Frente a él se encontraba una pared de cristal desde la que contempló asombrado la infinidad del espacio. El ventanal mostraba una noche eterna salpicada por miles de luces entre las que distinguió un planeta Tierra muy diferente al que conocía. Sabía que se trataba de la Tierra porque distinguió el norte de África queriendo alcanzar una España casi hundida en el océano. La mayor parte de los continentes estaba sumergida y el resto luchaba por mantenerse a flote con un aspecto gris, árido y marchito.

Aquel paisaje le recordó qué era sentir el frío. En su mente despertaron fragmentos de vida, trozos de un proyecto que casi había olvidado. Sin embargo, no solo aquella imagen había llamado su atención. El cuerpo de un hombre, desnudo al igual que él, yacía boca abajo en el suelo sobre un pequeño charco de sangre. Dubitativo, se acercó al cadáver y lo volteó.

Al descubrir los rasgos faciales de la víctima, recordó qué era sentir calor. Sus ojos marrones se reflejaron en los ojos del difunto, también del mismo tono. Aquel tipo tenía el mismo color de pelo que él, la misma cicatriz en el labio y las mismas pecas que salpicaban el puente de la nariz.

Absorto como estaba en la cara del cadáver, no se enteró de que alguien había entrado en la sala hasta que sintió un clic tras la nuca. Entonces la luz blanca que lo había inundado todo hasta ese momento dejó paso a una negrura profunda y vacía.

Se desmayó con el pensamiento todavía activo, intentando comprender cómoera posible que hubiese visto su propio cadáver.


***


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7 Luces OscurasWhere stories live. Discover now