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¡Hola!

Solo os quiero decir que en este fic aparecen muchas referencias de No Puede Ser y si no lo habéis leído, a parte de comeros diez mil spoilers, no vais a entender algunas cosas. Yo aviso. 

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Empezó como cualquier cosa que empieza y no lo sabes. Hay momentos, personas, o incluso objetos que te pueden cambiar la vida, pero nunca sabes cuando van a venir. Nunca sabes qué será, o qué desencadenará, pero cuando te das cuenta, ya hay algo que ha cambiado. Incluso a veces, descubres algo que te hace ver a otras personas de una forma que no habrías imaginado nunca, que te hace cambiar totalmente tu perspectiva respecto a alguien a quien creías que conocías.

Para Miriam fue un libro. Fue un simple libro lo que, sin saberlo, le iba a cambiar la vida. Y sobretodo, su forma de ver a Amaia.

Era una mañana de abril como cualquier otra, y Miriam iba de un lado a otro de su piso acabando de preparar la maleta. Tenía que coger un tren con destino a Barcelona en menos de dos horas y ya casi iba tarde. Mira que siempre intentaba tenerlo todo organizado, pero esa vez se le había pasado por completo, y ahora estaba cogiendo ropa al azar y metiéndola en la maleta a toda prisa.

Cuando por fin lo tuvo todo listo, se lavó los dientes, se puso los zapatos, cogió todas sus cosas y salió corriendo. Estaba a punto de cerrar la puerta con llave cuando se acordó de algo.

—¡Mierda! —se maldijo, volviendo a abrir la puerta y cerrándola a sus espaldas, dejando todo su equipaje en el rellano.

Corrió por el piso hasta llegar a la habitación de Lola. Abrió la caja de la comida y echó varios vasitos de pienso en su cuenco.

—Lo siento, lo siento. —le dijo a su gata, cuando vio que se acercaba a ella. —Casi me olvido de ti, soy lo peor. —la cogió en brazos en contra de su voluntad y le dio un beso en la cabeza. —Mañana vendrá Efrén a darte de comer. Quérote.

La dejó en el suelo y después salió corriendo otra vez. Estaba a punto de salir de nuevo cuando se acordó de otra cosa. Dudó por un momento, pero finalmente se acercó rápido a la estantería del comedor y cogió un libro para leer en el tren. Lo guardó en su bolsa a toda prisa y cogió las llaves de nuevo, saliendo del piso y esta vez cerrando la puerta.

Ahora sí. Lo tenía todo.


Por suerte no encontró muchas fans en la estación, solo las cuatro de siempre que ya conocía y habló dos minutos con ellas antes de pasar por el control. Eran majas, pero las tenía muy vistas. ¿Es que no tenían nada más que hacer que estar siempre persiguiéndola?

No se relajó hasta que no estuvo sentada en su asiento del tren y este ya había arrancado. Se puso los auriculares y le dio al play a una lista de spotify que solía escuchar cuando necesitaba relajarse. Miró sus notificaciones y retwitteó un par de tweets sobre el evento del día siguiente, y después dejó el móvil. Cerró los ojos durante unos minutos, perdiéndose en esos ritmos suaves de una canción que no conocía. Los abrió cuando se acordó del libro que había cogido antes de salir de casa y se giró a coger su bolsa para sacarlo.

Se quedó parada cuando vio una portada que no le sonaba de nada y un título que tampoco.

No puede ser.

—Eso digo yo. —murmuró.

¿Qué coño había cogido? Ese no era el libro que había estado leyendo en su último trayecto en tren. ¿De dónde había sacado eso? ¿Y por qué estaba en su casa?

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