CAPÍTULO SEGUNDO

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Pasaron meses con la misma monotonía, el joven acompañando al más mayor en sus tareas diarias, mientras leía una y otra vez Cuento de Navidad.
La ola de frio, por suerte para los dos menores nunca llegó. Y los dos amigos cada día se cuidaban más el uno al otro.

Una de esas mañanas Tom miro a Erik fijamente, pero no dijo palabra alguna. El menor, que se había dado cuenta no pudo evitar preguntar.
- ¿Qué ocurre Tom?
- Nada, es una chorrada, pero es que me preguntaba si nunca te aburres de ese libro, por lo menos lo has leído cuatro o cinco veces.
- Siete.
- ¿Siete? – repitió, a lo que Erik le confirmo con la mirada – pero si te lo debes saber de memoria. ¿Por qué no te compras otro de una vez?
- Sabes que no tengo dinero – dijo avergonzado mientras disimulaba mirando las baldosas del suelo.
- A sí, es verdad, sobre eso te quería hablar. Toma unos reales y te compras un libro de segunda mano en la librería del barrio, seguro que estará encantado de tenerte como cliente.
- No puedo aceptar.
- Ya me lo devolverás con tu primera paga.
- No, de verdad, no puedo aceptar nada mas de tu parte amigo, a saber, cuando tengo trabajo, puede pasar mucho tiempo antes de que te lo pueda devolver. Como todo lo que ya te debo.
- Es cierto, esto, debería comentarte una cosa.
- Dime – contesto Erik, que por un momento se preocupó de que su amigo se hubiera cansado de la carga que le suponía.
- Luis, un hombre que vendía diarios en el puesto de la plaza de abastos, ha dejado el trabajo disponible, ha encontrado un sitio como ayudante de repartidor de fruta.
- ¿y que tengo yo que ver?, ¿lo conozco?
- No, no, o bueno, creo que no, pero no lo digo por eso. Te lo comentaba porque me he tomado la libertad de hablar con mi jefe, le he hablado de ti, de tu aspecto aseado y de que encima, sabes leer. Todo un portento, ¡vaya! Y estará encantado, si aceptas, de darte a ti aquel puesto.
- ¡Claro!, desde luego que si. Pero espera Tom, ese sitio es mejor que este, porque no lo coges tu y me quedo yo aquí.
- Ni habla jovencito. Seguro que tu consigues más clientela que yo, quien va a negarse a comprar a esos ojazos – Erik, agradecido, sonrió.
- Pues que maravilla Tom, en serio, de verdad, me has hecho muy feliz, te quiero Tom.
Los dos jóvenes se quedaron mirándose, pétreos, tras la sincera confesión.
- Y yo a ti pequeño – contesto su amigo sin pudor.
- Me voy a comprar el libro – Erik había salido corriendo en dirección a la librería – ¡Muchas gracias! – se le oía gritar mientras se alejaba.

El tiempo pasó, el frio dejó sitio al calor, y el poco verde que habitaba en aquel barrio obrero luchaba por la supervivencia, demostrando un brío digno de sus vecinos.
Igual de rápido que pasaron los meses, lo hicieron los años.
Los dos, ahora adolescentes, crecieron entre diarios y en especial Erik, entre libros.

El más pequeño, con cada salario hacia lo mismo, primero, pagaba la pequeña habitación que tenía alquilada.
Desde hacía un tiempo vivía en el mismo edificio que su amigo Tom, pero para cachondeo incesante del más pequeño de los dos, lo hacía en una habitación el doble de grande que la de su amigo.
Esto siempre era razón, para que el día de pago, el mayor de los dos chicos se quejara a la casera. Su alegato, aunque infértil, siempre era el mismo, “ya no se respeta a los mayores”, decía siempre tras pagar, y dar un empujón a Erik.

Una de esas templadas mañanas Tom se acercó al puesto de venta de periódicos del mercado, como siempre Erik lo tenía repleto de posibles clientes, prácticamente todo eran madres acompañados de sus hijas, a las que obligaban a saludar al vendedor como si fuera su futuro en ello.

La verdad es que el pequeño se había convertido en un adolescente muy agraciado, con esos ojos, y un cuerpo formidable. Educado y de costumbres sanas.

Muy pocas veces Tom se acercaba al trabajo de Erik, pero en esta ocasión no tenía más remedio.
- ¿Qué te pasa Tom? – preguntó su amigo al verlo llegar, una vez que se había despedido de la última niña que lo miraba con ojos de enamorada.
- Nada, ¿por?
- Por esa cara Tom, amigo mío, ¿Qué ocurre?
- Erik –dijo entre sollozos – mi padre ha muerto, y me tengo que ir al pueblo a cuidar de mi madre y hermanas.

El más joven de los dos habría abrazado a su amigo, pero sabía de sobra que no le gustaba demasiado que lo tocaran.

- Entiendo, ¿Cuándo marchar?, y ¿Cuándo volverás?
- Ya Erik, me marcho ya mismo, el tren sale en veinte minutos. Y si te soy sincero, amigo mío, no creo que vuelva. Tengo que cuidar de los míos ahora que me necesitan.
- Pero – Refunfuño el más joven – bueno, estarás bien, no te preocupes.
- Te voy a echar mucho de menos hermano, no sabes cuánto.
- No creo, pues me voy contigo – suplico con los ojos glaucos repletos de lágrimas, que, como agua hirviendo, estaban a punto de saltársele.
- No Erik, no vas a venir. Tienes que quedarte aquí, trabajar duro y forjarte un futuro – Tom le dio un beso en la frente – vendré a verte muy a menudo, estoy orgulloso de ti.

Erik bajo la mirada, pero rápidamente reacciono, y antes de que su amigo añadiera nada más, que le rompiera el alma, saco el libro que siempre llevaba en su zurrón, y se lo regaló.
- Llévatelo amigo, por favor.

No tuvo que insistir mucho, Tom se guardó Cuento de Navidad en su bolsa, y se dispuso a marchar. No sabía por cuanto tiempo.

- Pobre de ti, Erik, que cuando venga por sorpresa, un día, te encuentre con la cara llena de churretones y el pelo desaliñado – dijo como despedida.
- Descuida amigo – contesto al tiempo que atendía a una señora que le pedía un periódico.

UN LIBRO TE CAMBIA LA VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora