4. Una sudadera y una chica rebelde

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LIAM

Caminaba tranquilo por los pasillos mientras hablaba con mi compañero de química, Alex. Me estaba comentando sobre su idea para nuestro proyecto de ciencias, cuando de repente me tropecé con alguien frente de mí.

Sin mirar aún a la persona maldije por lo bajo.

—Lo siento. —dijo aún con la cabeza baja. Su uniforme rosado por lo que parecía ser una bebida.

—¿Jenna? —dije tomando su brazo antes de que escapara. Levantó la mirada y era un mar de preocupación y pena.

"¿Qué le ha pasado?"

Pensé.

—Alex, te veo luego ¿Vale? —le dije a mi amigo que me miraba confundido, pero que al final asintió y se fue.

Llevé nuevamente la mirada hacia ella:

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Cómo te hiciste eso? —pregunté señalando su ropa manchada.

—No es nada. —Se soltó de mi agarre y tratando de limpiar con una servilleta la gran mancha de su uniforme.

La tomé de nuevo por el brazo. No pensaba dejarla ir así.

—No deberías hacer eso, solo lo empeoras —dije refiriéndome a como trata de "Limpiar" la mancha—. Mejor espera a llegar a tu casa para lavarlo.

Ella me miró y dio un largo suspiro.

—Entonces, ¿Qué hago mientras tanto, genio? —preguntó con cansancio.

—Podrías empezar por decirme qué pasó y después de eso te puedo ayudar. Si quieres. —dije con la esperanza que me dijera qué fue lo que sucedió.

Jenna me miró, al parecer, dudando unos segundos para luego responder.

—Refresco de fresa ¿Te suena familiar? —Bajó de nuevo la mirada.

Le sonreí.

En realidad si me sonaba familiar. Yo también había pasado cosas iguales o peor que lo que le sucedió.

—No te preocupes —respondí ocultando un mechón de cabello detrás de su oreja—. Te prestaré algo que ocultará esa mancha. —Le extendí mi mano.

Ella me miró con algo de desconfianza, pero al final optó por seguirme.

Al abrir mi casillero empecé a mover los libros buscando algo que pudiera servir para ayudarle, mientras ella seguía mirándome. Se me escapó una sonrisa por lo bajo.

—Toma. Es mía así que de seguro te quedará grande y cubrirá el uniforme manchado. —Acerqué la sudadera a sus manos.

—Pero... Puede mancharse también. —inquirió.

Puse los ojos en blanco ¿Por qué tenía que ser tan terca?

—Bien, si no te lo pones tú... Yo te lo pondré. —dije.

Y cuando estuve a punto de jalarla hacia mí, ella habló:

—Espera, espera... Bien. —Satisfecho vi como se la ponía y cuando terminó de hacerlo no pude evitar pensar que se veía preciosa.

Mi suéter, como dije, era grande, lo que hacía que le sentara como una especie de camisón gris con capucha.

Sin dudas, le lucía más que a mí, ¡Maldición! No paraba de pensarlo, ella era hermosa.

—¿Y bien? —dijo mientras se miraba a sí misma y echaba hacia atrás las mangas de la sudadera.

—No está mal —Me miró con algo que percibí era decepción, así que agregué—. Te ves preciosa.

A través de tu mirada.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora