16. Dean.

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16.

Los humanos siempre buscaban inmortalizar sus imágenes, de una u otra manera. Con fotos, videos, pinturas, e incluso espejos. Deseaban que todos alabasen su superficial aspecto, como si fuese lo que más relevante que podían poseer. Ignorando por completo lo que en su interior guardaban, ya que, lo que más anhelaban, eran siempre ser bellos; según la moda que en esos momentos ponderara.

Siempre descuidan sus almas, sin saber que al momento en que se les escapara, no podrían volver a reflejarse en un espejo sin sentir las irresistibles ganas de salir corriendo.

Los humanos eran poco inteligentes, les faltaba iluminación.

—Odio no poder verme— Resopló Erin para ella misma. Acomodaba con dificultad el vestido blanco que había decidido llevar ese día, debido a que, el instituto exigía vestir de ese color para poder asistir a la misa de todos los domingos.

Había pasado un día muy tranquilo, no había vuelto a acercarse a aquella ventana, pero no dejaba de pensar en ese episodio que no hacía más que perturbar su tranquilidad. Ella siempre había sabido que su temple no era el más ejemplar, que había tenido muchos momentos de debilidad, pero nunca nada como aquello; por poco caía, si Akihiro no la hubiese sostenido, ella no estuviese en esos momentos dirigiéndose hacia la iglesia.

Cuando vivía en México asistía frecuentemente a la iglesia y le hacía sus oraciones a la virgen sin falta alguna. Pero al llegar allí se había alejado de sus labores divinas, por lo que de una u otra forma se sentía culpable al caer en la tentación del pecado. Ella no era nadie para quitarse la vida, eso era algo que solo le correspondía a Dios; según en lo que su mente había implantado.

Vagó por los pasillos, distrayendo su mente con todo lo que ante sus ojos pasaba.

El día anterior no había logrado encontrar a ninguno de los ocho chicos que últimamente la habían empezado a rodear. Intencionalmente los había buscado por un par de horas, pero al ver que no encontraba rastro o vestigio alguno de sus paraderos, simplemente desistió y volvió a encerrarse en su habitación, para así poder meterse de lleno en sus apuntes escolares, ya que, no tenía nada mejor que hacer. Al pensar en aquello cierta tristeza la invadió. No había tenido nada que hacer. No tenía ambiciones, no tenía metas, no tenía sueños, no era buena en muchas cosas. Nada la apasionaba, todo le sabía igual, lo único que hacia agitar su corazón era cuando alguien mostraba cierto interés en ella, ya que, se sentía tan aburrida y plana que pensaba que nadie en su sano juicio querría estar con ella. No podía ofrecer nada, no tenía nada innovador que dar, además de lástima.

—Erin— Escuchó que alguien la llamaba a la distancia. Ya había llegado a la salida, por lo que solo debió alzar la vista para poder ubicar el lugar de donde procedía aquel sonido.

Era Dean.

Al estar más cerca de él, palmeó disimuladamente las mejillas para dar un poco de color, puesto a que, sin poder tener espejos o algo por el estilo no podía arreglarse como le hubiese gustado.

—Hola, Dean— Contestó cambiando su expresión a una alegre, aunque bien se podía percibir que esa falsa alegría nunca llegaría a sus ojos.

— ¿Ibas a la iglesia? — Preguntó dándole una linda sonrisa que mostraba casi todos sus dientes.

—Sí, me gustaría hablar con el padre un momento— Se sinceró mirándolo fijamente antes de bajar su mirada a su pies.

Era demasiado guapo. Tenía un cabello negro ébano que parecía tener brillo propio, se notaba que era muy suave, y unos ojos oceánicos que lucían más profundos de lo que cualquiera pudiese creer. Además de su porte, estatura, carisma e inteligencia.

Cuando el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora