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Aquella noche de copas, besos y caricias, trajo consigo la primera de las consecuencias inesperadas que se desatarían.
Diane y Edward nunca habían hablado de casarse, de querer vivir juntos. Les encantaba su libertad. Él seguía atendiendo la agencia de bienes raíces de su familia, y ella llevaba orgullosa la dirección de aquella, que en poco tiempo, se había convertido en de la posada más concurrida por los viajeros que visitaban la región.
Con el paso de los días la joven comenzaba a preocuparse, pues las dudas y preguntas abordaban su cabeza: ¿Cómo tomaría su amado la noticia? ¿Se sentiría feliz como ella? ¿Le odiaría y echaría en cara su descuido? No lo sabría hasta que lo hablaran.
Así que una noche de primavera, al caer la noche y después de un día difícil en el trabajo,
Edward se pasó por la posada de Diane, con la intención de olvidarse de todo lo demás.
Porque a pesar de estar cansado mentalmente, aún tenía fuerzas para amar con pasión y dedicación a la rubia.
Sin embargo al llegar a aquel sitio se encontró con una extraña situación, al parecer Diane estaba preocupada por algo, y se veía atormentada por lo que sea que estuviese callando.
—¿Qué ocurre? —preguntó el rubio a la mujer cuando estuvieron a solas en su habitación.
Ella no respondió, caminó hasta el balcón y se apoyó de la baranda limitándose a observar el cielo nocturno que aquella noche le ofrecía. Una ráfaga de aire fresco les hizo estremecer y el aroma del mar golpeó con fuerza sus fosas nasales.
—Diane, sabes que puedes contarme lo que sea —dijo intentando mirarle a los ojos, pero la chica rehuía de su mirada —. ¿Hay problemas con la posada?
—No, todo va mejor de lo que puedes imaginarte —habló luego de un silencio sepulcral que inundo la habitación.
—¿Entonces, qué ocurre? —preguntó nuevamente —. Te conozco, algo no está bien y eso te preocupa.
—Yo... —comenzó a decir pero sin mirarle, porque las lágrimas estaban traicionándole —. Lo siento... —el hombre le miró preocupado cuando le escuchó sollozar, debatiéndose entre acercarse y abrazarle o simplemente quedarse estático en su sitio.
El silencio volvió a reinar entre ellos bajo aquel manto estrellado que les cubría, era como si todo el castillo hubiese quedado suspendido en el tiempo para que aquellos dos seres
pudiesen hablar tranquilamente.
—Edward, nunca tuvimos oportunidad de hablar sobre esto—dijo cuando sus sollozos disminuyeron y recobró su tono de voz—. No nos juramos amor eterno, solo dijimos que estaríamos juntos mientras ambos lo quisiéramos—el joven asintió aunque no entendía a donde quería llegar con todo lo que le estaba diciendo—. Así que lo que diré a continuación no tiene porque cambiar nuestros planes.
—Diane, me estás asustando—susurró colocando una mano en el hombro de la rubia, en señal de apoyo, ella suspiró con pesadez, soltando todo el aire acumulado en sus pulmones
antes de hablar.
—Hace unos días descubrí algo que, realmente me sorprendió. Porque no lo esperaba, al menos no ahora—con una de sus delicadas manos apartó un mechón de cabello de su rostro, para mirar mejor a su amado —. Pero allí está, sin pensarlo sucedió. Edward, estoy esperando un hijo nuestro —y él por primera vez le miró sonreír como siempre lo hacía, como si el peso de aquel secreto que había estado guardando se hubiese desvanecido.
El joven abrió la boca, en repetidas ocasiones, intentando decir algo pero las palabras y su voz se habían marchado con el viento que soplaba y erizaba su piel. Esa era la reacción que Diane estaba esperando, sabía que aquella noticia le dejaría sin palabras, pero eso no le preocupaba.
—No quiero que pienses que si digo esto es porque...
—¡Cásate conmigo! —soltó interrumpiendo a la chica haciéndole reír —¿Qué es tan gracioso? Te estás riendo de mí —le miró indignado.
—Es solo que... —comenzó a decir cuando terminó de reír—. Eso es justamente lo que no quiero que ocurra —se apresuró a decir—. No quiero atarme a ti—Edward sintió que aquellas palabras laceraban su corazón—. Te quiero, eso no tienes que dudarlo—dio un paso hacia él, pero le vio alejarse titubeante—. Estamos bien sin un papel que nos adjudique un título que no necesitamos, somos felices así.
El ojo azul meditó un momento sus palabras, reponiéndose del dolor que acababa de sufrir.
Miró durante varios segundos aquel sitio, pensando en lo que un hijo implicaba.
—Tenéis razón—soltó después de lo que a Diane le pareció una eternidad—. Estamos juntos, es lo que importa.
Ella sonrió feliz de que Edward se lo hubiese tomado de la mejor manera, aunque hubiese dramatizado un poco con ese silencio perturbador, al final todo salió bien...
Por ahora.

Más Allá De La SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora