Prólogo - Egmont.

8 3 0
                                    

"Ascensión."

Tres pasos me separaban de la puerta.

Había recorrido un duro camino para llegar hasta donde me encontraba, claro que en realidad no había resultado ser más que un mero trámite. Cuatro años atrás, cruzaba las puertas de la academia militar, siguiendo los pasos de mi padre, general de la unidad de intervención especial, quizás la unidad más reconocida del ejército del régimen. Pese a que ello no me garantizaba éxito alguno, estaba bastante convencido de poder destacar entre los miles de simples soldados que se registraban cada año en las listas para servir a su patria. Simplemente, lo sabía.

Dos pasos.

La academia había sido algo parecido a caminar por el campo, si en ese campo hubiesen instalado una cinta automática que se deslizase a través de todo el camino. Para orgullo de mi padre, me gradué como mejor tirador de la promoción, conté con instructores privados, tiradores de élite, contratados para entrenarme única y exclusivamente; algo normal contando con mi posición. Como estratega, destacaba en casi todos los aspectos, genio, decían algunos; presumido, decían otros.

"-Puta envidia...- me dije"

Un paso, alargué la mano hacia el pomo de la puerta.

Ahora estaba aquí, en la oficina de mi padre. Hacía apenas dos horas, mientras yacía tumbado en el camastro de los barracones de la academia, una llamada ordenaba presentarme inmediatamente en el cuartel general, órdenes directas. Una escolta me acompañó a un Jeep militar, uno de esos modernos, la economía del régimen se basaba casi exclusivamente en eso, producir material militar con el que poder seguir expandiendo nuestro poder. En la puerta podía distinguir claramente el logotipo que se presentaba en todos los productos producidos por nuestras fábricas.

- Hola, hijo – Mi padre se encontraba sentado en una cómoda butaca, detrás de un escritorio de un material que parecía ser caoba – Siéntate, tenemos que hablar.

Me senté al otro lado de la mesa, en frente de una copa que ya estaba esperándome.

"- Brandy, probablemente de esa cosecha del 78 que expropiaron a esa escoria la semana pasada "– pensé. No me gustaba el brandy, a mi padre parecía encantarle sin embargo. Así que alargué la mano hacia la copa tan solo por aparentar respeto ante aquel hombre de avanzada edad. La semana anterior se produjo una redada en un vecindario a no menos de 10 quilómetros de donde se encontraba la academia militar, a las cuatro de la mañana, aproximadamente, se podía distinguir los disparos entre el ruido de los coches y el sonido vibrante de las bombillas del millar de focos que iluminaban los alrededores de la academia. Poco después un camión llegaba al recinto, dos soldados se bajaban de él y colocaban a cuatro civiles frente a un paredón.

Desde mi barracón pude distinguir que se trataba de dos hombres, una mujer y un anciano. Los golpearon durante unos veinte minutos antes de meter una bala en la cabeza a cada uno. Probablemente el final que se merecen, aunque quizás demasiado compasivo para ellos.

- Escúchame atentamente Egmont – me sobresalté, tan absorto me hallaba en mis pensamientos que olvidé dónde me encontraba durante un momento – Tengo algo que encargarte. El tono no me gustaba demasiado, era casi como si le costase pronunciar cada palabra.

Alcé la vista y lo miré fijamente. ¿Qué querría ahora ese viejo? Probablemente mandarme a alguna misión a cachear a algunos de esos desgraciados. Como siempre, me tocaría a mí sacar la basura.

- Mañana, a primera hora, pasarás a ser el líder del grupo S. Baermann te estará esperando fuera con instrucciones de tu primera misión. No debería llevarte demasiado tiempo, ya verás los detalles luego. – vaya, aquello era nuevo. Me estaba encargando un escuadrón de élite. ¡A mí! – Pero lo más importante es lo que te voy a contar ahora, en cuanto te hayas encargado de ese asunto, irás directamente a estas coordenadas.

          

Mi padre se levantó, y abrió una caja fuerte a su espalda.


"- 2020. Vaya código tan fanático hacia nuestro líder, padre, el 20 corresponde a la posición de la letra S en el alfabeto español, tienes un gusto curioso, y retorcido..." – Me sonreí, pues los españoles fueron los primeros en caer en el alzamiento del régimen.

Me entregó un trozo de papel, amarillento, con dos coordenadas escritas con una caligrafía fluida.

"- No me lo puedo creer..." – Se trataba de un campo de concentración, uno de los últimos construidos recientemente, subterráneos, para contener a una enorme cantidad de escoria que era mejor alejar de las calles.

- ¿Por qué me mandas a este lugar, padre? – pregunté alzando una ceja, mirando directamente a los ojos de aquel hombre que me había engendrado.

- A partir de mañana, te encargarás de ese lugar, hijo. La orden será emitida a las 00:01 de esta noche. Esto no le hará gracia al coronel Schrönder, se ha ocupado de los centros de la zona durante más de veinte años pero... ya sabes... le toca jubilarse. – me miró a la cara, entendí perfectamente el mensaje.

- Me encargaré en persona de que reciba su jubilación, padre. – repliqué con una sonrisa divertida.

El coronel Schrönder no era más que un viejo, 67 años y no podía valerse apenas por sí mismo, siempre en su silla de ruedas, con aire de superioridad... estaba seguro de que su jubilación le llegaría en forma de perros de caza, si... parecía adecuado, a la vez que irónico. A ese cabrón le encantaba cazar.

- Bien hijo, tienes tus órdenes, Baermann te está esperando fuera para darte los detalles de la misión. Buena suerte. – dijo mientras se levantaba y me acompañaba a la puerta.

- No creo que la necesite padre – repliqué, quizás en un acto de egocentrismo.

- Esperemos que no, hijo, esperemos que no... - cerró la puerta detrás de mí.

Avancé por el pasillo que había recorrido unos minutos atrás, en pos de la salida. Era bastante extraño (o al menos me lo parecía) que mi padre, que a duras penas me había dirigido la palabra durante los años que pasé en la academia, de golpe me impusiese una responsabilidad tan grande. Algo había encerrado en todo ese asunto, pero no era momento para pensar en ello. Tal y como dijo padre, Baermann me estaba esperando fuera, junto con otros cuatro soldados desconocidos para mí.

- Egmont – Baermann tendió la mano hacia mí – veo que ahora estás tú al mando, déjame presentarte al resto. Este de aquí es Breuer, oficial de comunicaciones.

El tal Breuer hizo un movimiento con la cabeza en mi dirección, parecía un hombre duro, tendría unos 30 años, pelo rubio y muy corto, pero lo que más resaltaba era una enorme cicatriz que le cruzaba la cara desde la parte derecha de la frente, pasaba por su ojo derecho, el cual parecía haber perdido, atravesaba su nariz, la parte superior del labio y acababa a la izquierda de su barbilla.

- A su derecha tienes a Emil y Eldwin Degener. Como verás son gemelos y nuestros artilleros.

Los hermanos eran idénticos, y no me refiero a la evidencia de que eran gemelos, si no a excéntricamente idénticos. Ambos parecían tener una extraña devoción por los artilugios explosivos, estaban cargados hasta arriba de granadas, municiones y lo que parecían ser paquetes de C4. Interesante.

- El último es Kofman, nuestro piloto y conductor.

Kofman estaba sentado en el coche, no había dejado de mirarme ni un segundo desde que había llegado.

- No te preocupes, a Kofman le cortaron la lengua hace años, cuando fue capturado durante la guerra – A Baermann parecía divertirle.

- Bien... ahora que ya nos hemos presentado, Baermann, dame los datos de la misión, mañana tenemos trabajo – estaba impaciente por separarme de aquel grupo de rarezas. Tendría que buscarles un lugar alejado cuando volviésemos al campo de concentración al día siguiente, no los quería cerca de mí.

- Sí, claro... - Baermann me tendió un informe, bastante extenso cabe decir – aquí tienes los datos, adjuntadas algunas fotografías que demuestran los hechos, aunque realmente no las necesitamos – dijo riendo – esas ratas se reúnen en un descampado, lee el reporte, nos encontraremos mañana en tu barracón al toque de diana. – Baermann subió a un Jeep con el resto y se alejaron por la carretera.

- Lo espero con ansia... - obviamente, en tono irónico. Me di la vuelta y me dispuse a volver de nuevo a la academia. Tan solo faltaban dos horas para el toque de queda, y debía encontrarme en mi barracón a la hora dispuesta, ese asunto me disgustaba, pues en ese momento ya gozaba de una posición mucho más elevada que la del resto de soldados que allí se encontraban. Pero no sería oficial hasta un minuto pasada la medianoche.

Esa noche, tendido en mi camastro, tuve de nuevo esa pesadilla.
Un recuerdo de cuando apenas tenía 7 años, el régimen ya había triunfado pero en ese momento la actividad de los renegados era más alta que nunca. En una de esas ocasiones, un grupo de esa escoria fue arrinconado, desarmado y ejecutado, ejecución en la que participé, siendo tan solo un crío.


Recuerdo perfectamente las caras de aquellos pobres desgraciados, el terror se dibujaba en sus rostros y unas gotas de sudor frío corrían por sus frentes mientras se encontraban arrodillados delante de la patrulla de mi padre. Uno a uno fueron ejecutados, primero, las mujeres, después, los niños. Los últimos fueron los hombres, una tortura psicológica sin igual, viendo morir a aquellos que querían proteger.


Recuerdo que, el último de ellos, era un hombre de edad avanzada, con pelo canoso y arrugas en la cara. Mi padre me puso la pistola en la mano, me miró y lanzó unas palabras que aún puedo oír claramente en mi cabeza

- Con éste, serás un hombre, hijo. – Me dio la espalda, y esperó al sonido del disparo.

Yo, a esa edad, aún guardaba algo de la inocencia propia de un niño, pero mis ganas de seguir los pasos de mi padre, al cual admiraba, eran muy superiores a los deseos infantiles de cualquier muchacho. Así que, tan solo vacilando un segundo, apoyé el cañón en la frente del hombre y apreté el gatillo.

Esos ojos...

Desperté empapado en mi propio sudor, esos ojos... me atormentaban cada noche. No había reproche en ellos, ni odio, tan solo compasión. ¿Por qué compasión? Hubiese sido mucho más sencillo si hubiesen expresado ira, o asco. Pero la compasión... era algo que no alcanzaba a entender y eso era lo que más me torturaba.


Pero esos asuntos no eran importantes, era casi la hora acordada con Baermann. Tenía que prepararme.

Lo único que alcanzaba a escuchar era el ruido de mis botas con cada paso que daba, esas botas de cuero endurecido, reglamentarias del uniforme militar.

Hacía semanas que los observábamos o eso decía el reporte que recibí de Bermann, sabíamos que una vez a la semana se reunían en una vieja cabaña en medio de un solar abandonado, tres familias, tres estúpidas familias reunidas para llenar la cabeza de sus hijos de las mentiras más absurdas.

- Estúpidos... - me dije, no podía creer que aún existiesen ese tipo de personas, dejando divagar sus mentes, creyendo en habladurías y arraigando ideales absurdamente contradictorios al del régimen. Pero no podía seguir absorto en mí, estábamos en frente de la cabaña.

Mandé el alto.

Baermann se posicionó justo debajo de la trampilla. Un veterano, Baermann, vio la victoria del régimen veintidós años atrás, y para entonces ya era considerado un viejo lobo. Pese a haber sido condecorado numerosas veces se negaba a adquirir un cargo con más responsabilidad.

- El lugar de un soldado está en la calle – solía decir – ahí es donde encuentras la chusma, la podredumbre que afecta a nuestra sociedad. Mi deber, como el tuyo, es encontrarlos, y erradicarlos.

Muy elocuente Baermann.

Justo al llegar el viejo soldado al borde de la escalinata se abrió la trampilla. No hizo falta ni media palabra, cuando vieron dónde estábamos entendieron el mensaje, y entendieron lo que venía luego.

Un niño pequeño, de unos trece años mira hacia la trampilla, asustado a la vez que preocupado. – Queda alguien dentro... - pienso. Me encaramo y abro la trampilla, para encontrarme de cara con otro de esos indeseables.

"- Hoy no es tu día de suerte" – me sonrío mientras lo lanzo al suelo. 

Prisionero #3Onde histórias criam vida. Descubra agora