Capitulo IV

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La gente ya no pasea por las calles, el miedo es un sentimiento común, las personas han trancado las puertas y ventanas con maderas y clavos y la mayoría se esconde en los sótanos. Las madres abrazan a sus hijos con fuerza, con el temor de que algo se los lleve, los padres mientras tanto organizan pequeños grupos y salen cargados con armas blancas, preparados para asaltar alguna tienda y así poder llevar comida a casa. Algún valiente se aventura en las calles, con móviles y cámaras para grabar toda la escena, pocos vuelven a sus casas y los que vuelven carecen del valor para contar lo visto.

Los Ángeles y los demonios han convertido la tierra en el lugar de batalla, la mitad de los ángeles juegan con los humanos, entran en sus casas proclamando ser la salvación, un protector, exigen suculenta comida y vinos caros, violan a las mujeres asegurando ser el mandato de algo más grande que ellos, a cambio, dicho ángel mata a cualquier demonio que se atreva a profanar el lugar.

La otra mitad realmente son puros y bondadosos, llaman a la puerta y no piden más que un poco de agua, duermen en las entradas ya sea dentro o fuera de la casa y también intentan proteger a los individuos de los seres infernales, muchos de esos ángeles ya han caído, siendo devorados por algún demonio salvaje en mitad de la noche y sin dar tiempo al pobre ángel a defenderse.

Los demonios en cambio son ajenos a los humanos, los más sanguinarios matan a los mundanos que se encuentran en el camino y algunos entran en las casas aunque no es lo más habitual, la mayoría se pasean por las calles en busca de un ángel al que cortar las alas, atacan a quien se les acerca pero nunca matan por el simple hecho de disfrutarlo. Existen otros como los íncubos o súcubos que son demonios sexuales, se cuelan en las casas mientras todos duermen y absorben la energía de sus víctimas mientras estás rebosan en un placer involuntario, las personas se hacen adictas y esperan con ansias que llegue la noche para tener de nuevo su placentero sueño, todas acaban muertas una semana después sin energía, los demonios han ido absorbiendo su vida poco a poco y ellos han sido testigos, dejándoles regresar noche tras noche.

Hoy era un día como otro cualquiera, en ciertos lugares los demonios y ángeles luchaban entre sí, en otros, grupos de personas armadas asaltaban un centro comercial disparando a los inmortales cuyas balas no hacían más que causarles algo de daño, con el tiempo fueron descubriendo que la única manera de acabar definitivamente con ellos era cortarles la cabeza y las armas que más se estilaban eran machetes y motosierras.

En un punto en concreto del centro ciudad una masa de especies pelea por sus vidas, los ángeles luchan entre ellos, los buenos contra los corruptos, a estos se les suman los humanos, que atacan a los demonios que se defienden con enormes garras, afilados dientes y puntiagudas colas.

Esa disputa queda silenciada de repente cuando del gris cielo se abre paso un haz de luz, creando una nube de polvo que hace imposible la vista, también se oye el ensordecedor ruido de unas trompetas que hace a la mayoría taparse con fuerza los oídos.

— ¡ya están aquí! — grita uno de los ángeles del grupo y todos ellos huyen, en cambio los demonios se quedan observando, curiosos, al igual que algún tonto humano que se quedó expectante en vez de huir como los alados.

De pronto las trompetas dejan de sonar y se oyen los lentos pasos de unos cascos chocando contra el asfalto, esos pasos duplican su sonido con un segundo par y continúan así hasta que el sonido se ha cuadriplicado. La tensión se ha vuelto palpable en el aire, todo el presente mira espectante hacia el frente hasta que de la nube de polvo salen cuatro corceles con sus respectivos jinetes.

Los humanos asustados por el enorme tamaño de los extraños huyen hacia sus casas, los demonios oliendo el terror en el ambiente también echan a correr.

Un humano, de unos treinta y pocos, bastante flaco y de aspecto desgarbado se acerca a los sementales, maravillado por tan hermosas criaturas, los caballos seguramente le dupliquen el tamaño pero aún así y temblando estira el brazo hacia Túmulo apartando la vista, cerrando los ojos con fuerza y dejando la mano suspendida en el aire. El corcel ansioso por la caricia estira el morro dejando que su suave pelaje blanco haga contacto con la sucia mano del hombre, este dirige la vista al frente y al abrir los ojos se encuentra con los del caballo, completamente dorados, sin pupila, el mundano sorprendido da un bote hacia atrás alejando la mano y espantando al animal que se alza en sus dos patas asustado, la imagen es algo digno de ver. El semental será tres veces el tamaño del hombre, pero él sigue hipnotizado por tan singular ser.

Conquista se mantiene callado encima del caballo, al igual que el resto de jinetes que observan la situación anonadados, sorprendidos de que el mundano siga allí y no haya salido corriendo.

— dicen que la curiosidad mato al gato — habla Guerra y avanza con su caballo, dejando pequeñas huella de ceniza tras de sí, rodeando al humano que empieza a temblar con pavor sintiendo el miedo bombeando en sus sienes.

Su voz es tremendamente grave y eriza los pelos del humano que siente que esas serán sus últimas palabras.

— ¿quie...quie...quiénes sois?

— míralo, parece una hoja de papel al viento, ¡deja de temblar despojo de huesos!

— Guerra basta — esta vez el portavoz es Conquista, su voz es igual de grave que la de su hermano pero esta es más melosa, la de Guerra es rasposa, como si su garganta estuviera en las últimas —. Somos los cuatro jinetes del Apocalipsis.

— a si que so...so...so...sois reales.

— Claro que somos reales. El fin se acerca y tú serás el primero en caer muriendo a manos de mi espada.

Guerra dirige la mano a su espalda y allí envuelve su puño sobre el frío metal, el sonido de la espada al salir de su funda hace que el humano trague saliva de una forma patética, provocando una risa maliciosa en el montado. El jinete posa la punta de su espada en el pecho del varón que extiende los brazos recibiendo ya al más allá.

— patético — una sonrisa ladina extiende la boca de Guerra pero antes de poder ejercer presión para atravesar a la víctima Muerte interrumpe.

— ¡alto!. Hoy tendrás la suerte de vivir, serás nuestro predicador, dirás a todo el mundo que el Apocalipsis ha llegado — la voz de Muerte es más suave que la de sus hermanos, su tono sigue siendo grave y envolvente pero tiene una calma tensa que te hace querer huir, correr y no mirar atrás, rezando porque Óbito no te persiga — el fin a llegado mundano, ¡ve y dilo!

El humano observa a los jinetes como si dudara de su promesa de dejarlo vivir a cambio de predicar su llegada, echa a correr gritando como un loco "ya están aquí, los jinetes han llegado", "el fin se acerca", "esto es el Apocalipsis"

— Muerte, ¿por qué no me has dejado matarlo?

El acusado dirige una inerte mirada a Guerra poniendo en marcha a su caballo dejando la pregunta sin contestar. Guerra se podría considerar el más pequeño de los hermanos, fue el último en ser creado y es el más impulsivo e irascible, convirtiéndose en un arma mortal y descuidada, si no fuera por su inmortalidad hace milenios que ya estaría muerto.

Los tres hermanos siguen a Muerte que anda sobre el caballo sin un rumbo fijo, de pronto arranca en galope y el resto de jinetes imita su acción, corriendo veloces como el viento, avisando con el ruido de los cascos su llegada, dejando tras de sí un camino árido rebosante de destrucción, muerte y lamentos.

La quinta jinete del ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora