1. Family

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Las vibraciones constantes de un teléfono era lo único audible en la penumbra de aquella humilde habitación.

Una mano se deslizó con torpeza por debajo de las sábanas hacia la mesita de noche, palpando varias veces la superficie de madera en búsqueda del molesto aparato, hasta tomarlo.

Mikasa se sentó perezosa en su cama, mirando la hora en la repisa donde descansaba un reloj digital. 3:21 am. «¿Quién diablos llama tan tarde?». Un tanto disgustada, repensó sobre si contestar al número desconocido en la pantalla o mandar al carajo a quienquiera que se atrevía a interrumpir su descanso. Miró de soslayo hacia el cuerpecito acurrucado en una bolita a su lado, preocupada por que el sonido también la hubiera despertado; mas este parecía dormir como un tronco.

Encogiendo los hombros, terminó por presionar el botón verde. «Podría ser importante».

—Diga —Mikasa contestó el auricular con voz adormilada, al tiempo que se tallaba un ojo y profería un bostezo. Su mente aún medio nebulosa a causa del sueño, no lograba comprender la gravedad de lo que estaba pasando, escuchó con atención, hasta que de repente, se quedó totalmente en blanco.

Ante cada palabra dicha por la persona del otro lado, sentía cómo las manos se le iban poniendo frías, heladas, prácticamente quedó lívida, tiesa en su lugar, su estómago dio una sacudida violenta y su boca se tensó en una mueca desgarradora.

Cubrió esta con su mano evitando que un alarido saliera disparado, no lo podía creer, no podía ser cierto.

Eren no podía estar muerto.

—¡No! —gritó ya sin poder contenerse una vez la llamada finalizó—. ¡No, no, no, NO!

A partir de ahí todo se volvió caótico.

Caminaba por el pasillo como un león enjaulado, sin saber exactamente qué hacer, cómo reaccionar, a quién acudir, se apretaba la cara con ambas manos, jalaba su cabello hacia atrás en un gesto desesperado; inclusive había azotado la puerta sin pensar, olvidándose por completo de su pobre bebé y que gracias a la combinación de ruidos ahora chillaba con toda la potencia de sus pulmones, sin embargo la azabache lo ignoraba, no podía pensar con claridad, quería salir corriendo lo más lejos posible de ahí.

Debido a los lloriqueos insistentes de la niña, fue que los padres de Mikasa salieron de su habitación a ver qué pasaba, un tanto asustados por el escándalo a esas horas de la madrugada.

—¡Mikasa! que...

La azabache mayor frenó de golpe al ver a su hija en ese estado, gruesas lágrimas escurrían sin parar por sus pálidas mejillas.

—Mamá, Eren ... mamá, Eren, por Dios, Eren, él, ¡Eren! —no podía ni articular coherentemente una sola frase.

—¿Qué? ¿¡qué pasa con Eren!? —Mikasa estaba tan alterada que le estaba contagiando esa mala sensación a su madre.

—¡Está muerto mamá, lo mataron! Mamá, ¡lo mataron, lo mataron!

La señora abrió los ojos de par en par ante la inesperada y trágica noticia de su hija.

Estaba en shock.

Aunque no tanto como la misma Mikasa que se había olvidado hasta de cómo respirar, le dolía el pecho, le dolía el alma, no podía creer que Eren, el padre de su hija, su pareja, su mejor amigo, quien había estado con ella durante los últimos dos años, se haya ido, que haya muerto de esa manera tan terrible.

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