Capítulo 16: La maldición

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Los siguientes dos días pasaron de forma confusa. Todo estaba borroso y me encontraba mal. Me sentía febril, así que quizás me puse enferma de verdad. No me importaba. Desde el momento en el que dije a Vince que rompía el acuerdo todo estaba difuso. Él me soltó. Yo me vestí. Y sentí que parte de mí había muerto en esa habitación.

Cuando llegó el lunes, me levanté como una autómata y actué como habría hecho cualquier otro día. Me duché, me maquillé y me arreglé el pelo como si nada. Logré ocultar mis ojeras y mi palidez, pero contra aquella expresión apagada poco se podía hacer. Tampoco es que le importara a nadie, ¿no?

Fui a clase, soporté la bronca de los profesores y fingí tomar apuntes. Todo desde asientos estratégicamente bien escogidos para no tener que ver a Vince ni por accidente. El día pasaba rápido mientras me limitaba a existir y dejar pasar las horas. 

Fingir ante todo el mundo era fácil, pero la parte difícil era la gente que me conocía un poquito mejor. Las únicas dos personas que no iban a dejar pasar que me hubiera quedado casi una semana en la cama.

—Cuéntame qué ha pasado, Honey.

Aún algo apagada, le sonreí con gratitud. Era dulce ver a Amy en modo "mamá osa".

—Nadia me ha dicho que es por él, así que dime lo que ha hecho para que en función de eso vea si le lanzo un rayo o le pateo los huevos.

Me encogí de hombros con apatía. A pesar de mi tristeza, me sentía acompañada por tenerlas a ellas dos. Mis dos soles. Mi único consuelo en aquel lugar que ya no era tan mágico para mí.

—No siempre salen las cosas como uno quiere.

—¡Joder, Honey!

Aquello sí que no lo esperaba. Ni yo, ni Amy, porque el grito malhablado vino de Nadia.

—¡Grita! ¡Maldice! ¡Insúltale! ¡Nadie va a pensar mal de ti porque pierdas los papeles un maldito segundo! ¡Te ha hecho daño! ¡Tienes derecho a estar enfadada! ¡Al menos desahógate!

Su vehemencia me afectó. Me habría gustado poder seguir su consejo y golpear la almohada hasta que llovieran plumas, gritar hasta quedarme afónica y llorar las lágrimas que aún sentía dentro de mí y que no había vuelto a derramar desde que rompí el trato con Vince. Pero no podía. Desde que salí del aula era como si hubiera roto el puente que conectara mis emociones con el resto de mi ser. Ahora todos esos sentimientos estaban atrapados, reprimidos, y yo tan solo estaba... melancólica.

—No puedo —le sonreí débilmente—. La culpa ha sido mía. Ojalá pudiera decir que ha sido un capullo para que ahora estuviéramos poniéndole a caldo. Yo lloraría y me consolaríais. Sería fácil... Pero no es lo que pasó.

Dudé un instante. Tratando de ordenar en mi mente lo que debía callar y lo que podía decir. Aunque ellas fueran mis mejores amigas, habíamos acordado que pasara lo que pasara eso quedaría entre los dos y confiaba en que él cumpliría su parte; así que yo haría lo propio.

—Simplemente... él no sentía por mí lo mismo que yo por él. Me declaré y me rechazó. No hay villanos en esta historia.

Fue increíblemente fácil decir aquello. Era como si no hablara de mí, como si fuera la vida de otra persona. Noté un pequeño pellizco en el pecho, pero las emociones seguían a raya. 

Amy y Nadia me miraban con pena y confusión. Seguramente no era lo que esperaban. Cierto que había más datos en la historia, pero no eran relevantes para lo que pasó.

—Pero... Pero en Samhain... —insistió Amy, negándose a creer mis palabras sin medir su tacto—. Es imposible que...

Negué con la cabeza.

Palabra de Bruja SilenciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora