196. Te dije... (Rigel x Camus)

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Y caminaba, alejándose de aquella habitación que había sido el escenario del funeral de su corazón, se alejaba de aquellas cuatro paredes que fueron, en algún punto, el deseo inherente de una pasión que parecía nunca acabar, pero que terminó por encontrar aquella grieta en la tierra cuyo último punto estaba en lo más profundo de la tierra. Se alejaba de aquel lugar en el que sus últimas palabras fueron la desgarradora antesala de un frío funesto que le avisaba que todo había acabado.

Y es que ni él ni su compañero pensaban que aquello terminaría así, que el estruendoso ruido de su corazón rompiéndose haría eco en las paredes de su cabeza como el martillo que golpea el clavo sin cesar hasta que este se ha encajado de lleno en la madera. Y es que ninguno de los dos pensaba que aquello se volvería a repetir, y solo sonaba la niebla oral de un alarido dolorosamente lúgubre que reiteraba una y otra vez las dos palabras iniciales: te dije... te dije... te dije...

Él se marchó, se alejaba caminando por la acera de aquella melancólica avenida pensando en su deceso, en la muerte lánguida y frágil que le había tomado de la mano y que ahora tomaba entre sus frías manos su corazón, su hipotálamo y las tan molestas y estúpidas mariposas. Él se marchó de sus brazos esperando a que la calma llegara pero ahora solo le quedaba la más cruel y fiera tormenta, en los ojos, en la mente y en el corazón.

Y se quedó ahí, tumbado en la cama viendo el techo como si fuese la cosa más interesante del mundo, sin percatarse que la puerta habiéndose serrado tras aquel que acaba de herir, nunca más se abrirá de nuevo para darle paso a aquellos anhelantes ojos que ya jamás le miraran con ilusión. Se ha quedado ahí, viendo a la nada, perdiéndose entre sus pensamientos y sus recuerdos de aquellas noches en las cuales se deshacía entre sus dedos.

Entre aquellas paredes que yacen a la vista de aquel que no piensa en otra cosa, yacen las palabras fatídicas del inicio del más infausto discurso que pudo apreciar salir de aquella boca que más de una vez devoró, pero Rigel no la recordará en un par de días, porque en ese momento, el eco del vocablo se cae a gotas y se agota el sonido fatal de su voz diciendo: te dije... te dije... te dije, mientras pierde fuerza y luego se desvanece.

Camus, oh querido Camus, camina ahora por la calle alejándose de aquello que nunca debió aceptar, pues resulta que lo dijo pero al parecer, aquel discurso doloroso no hizo más que lo contrario del propósito que nunca dio pero que estaba implícito en esas palabras, y descubre por fin que la resonancia de su grito no es más que la niebla que se acaba cuando llega el sol y suena en su cabeza una y otra vez:

"te dije... lo mal que me trataron en el pasado y al parecer, fue tu inspiración"



Ship que no había visto en ningún lado. 

Para: AymaraIbarra, espero que te haya gustado. 

Dan R 

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