37. La inocencia perdida.

13 3 0
                                    

Era un lugar oscuro. El cuerpo de Melinda estaba apoyado en el suelo, en una postura fetal. Las lágrimas brotaban lentamente por su rostro, en absoluto silencio, mientras que la tenue luz que pasaba bajo el quicio de la puerta se reflejaba en sus vidriosos ojos, dándole un aspecto profundamente melancólico. Melinda se sentía abatida. Por alguna inexplicable razón, su corazón le decía que a pesar de que llevaba una vida perfecta, esto sólo era la calma que precede a una horrible tormenta. La sensación de que el dolor llegaría a su vida era continua, y su instinto no paraba de repetirle que había cosas que ella aun no sabía, cosas cruciales. ¿Por qué ella veía esos augurios de muerte? ¿Por qué Wyatt y Prue les habían abandonado? Y lo que más le inquietaba: ¿qué es lo que le ocultaba Jared? Pero el miedo a que todo cambiase irremediablemente le impedía buscar las respuestas, y eso le hacía sentirse tremendamente frustrada.
Melinda estaba completamente ensimismada en sus pensamientos, mientras las lágrimas recorrían tiernamente sus mejillas y su nariz, hasta posarse delicadamente en el frío suelo en un pequeño charquito. Entonces, el vibrador del móvil, indicándole batería baja, sacó bruscamente a Melinda de su pequeño trance. Se incorporó lentamente y procedió a encender el interruptor de una sala que estaba llena de cajas con botellas vacías. Era el almacén del P3. Melinda cogió su bolso, sacó un pequeño espejo y procedió a limpiar los efectos de su llantina. Al abrir la puerta, volvía a estar perfecta. O al menos, como quería que todo el mundo la viese.

PATRICIA: ¿Estás bien? Has tardado mucho... (Dijo algo preocupada)
MELINDA: No, todo está perfectamente (contestó con una sonrisa fingida) Eh... se me había caído el bolso al suelo... y tuve que rebuscar entre las cajas para recogerlo todo...
PATRICIA: Claro, el bolso... (Dijo irónicamente, mientras entornaba los ojos) Por cierto, ya he limpiado todas las mesas. No hace falta que me des las gracias...

Melinda notó el tono cortante de Patricia. Obviamente, estaba molesta por haber tenido que limpiar ella sola las mesas mientras Melinda se había encerrado cerca de 20 minutos en el almacén con la excusa de llevar una caja con botellas vacías, pero Melinda ignoró por completo las señales, por lo que Patricia puso una cara de ira indescriptible y comenzó a maldecir a Melinda en voz baja. Esa, particularmente, no había sido una gran noche para el P3. Patricia había hecho todo lo que pudo para mantenerlo a flote mientras Melinda estaba de baja por maternidad, pero su irregular gestión les estaba pasando factura: el club apenas cubría gastos. Entonces, el ruido de unos tacones por la escalera perturbaron el silencio absoluto de la madrugada. Melinda y Patricia abandonaron sus tareas para observar a la mujer a la que pertenecían esos zapatos. Era alta, de aspecto latino y hermosa. No más de 35 años. Llevaba un abrigo de visón que le llegaba casi hasta las rodillas y que parecía muy caro.

MELINDA: Disculpe señora, pero el club está a punto de cerrar... (le advirtió con amabilidad)
MUJER: (observando el club con desprecio) Nunca tomaría nada en este... sitio. (Melinda la fulminó con la mirada) No, estoy buscando a Patricia Halliwell. Tengo entendido que trabaja aquí.
PATRICIA: Sí, soy yo. ¿Nos conocemos? (preguntó confusa)
MUJER: Me llamo Rebecca Mejía. (Respondió con firmeza)
PATRICIA: ¿Rebecca Me...? ¡Ohhh! (saltó avergonzada)
REBECCA: Veo que Alejandro te ha hablado de mí... (Dijo sonriente mientras abría su abrigo y dejaba entrever su enorme barriga)
PATRICIA: Así es. Tú eres esa ex-mujer de la que tan bien habla... (Contestó irónicamente entre risas)

Rebecca se aproximó lentamente hasta tener frente a frente a Patricia, lo que hizo que, a pesar de estar embarazada, le produjera cierto temor. Había algo en esa mujer que imponía un terrible respeto.

REBECCA: Mide tus palabras, niñata rubita. (Dijo con gran ira, casi apretando los dientes) Alejandro y yo legalmente seguimos siendo esposos. Así pues, Alejandro aun es mío, y vamos a criar juntos este bebé fruto del amor que nos profesamos mutuamente. Y te advierto una cosa: si osas volver a interponerte en nuestro matrimonio, ¡juro por Dios que acabaré contigo!

Tres veces tres. - EncantadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora