El feto no tenía latido.
No supieron decirle hacía cuánto tiempo que el corazón de su hijo se había parado, y cuando terminaron de instalarla en la habitación se dio cuenta de que saberlo tampoco habría cambiado nada.
Cuando recuperó la conciencia después del desvanecimiento en la habitación de UCI de Flavio, la vida pareció correr más rápido de lo que su cabeza podía procesar. No sabía en qué parte del hospital se encontraba ni quienes eran aquellas personas que la estaban atendiendo, sólo reconocía a Lola a su lado. Ella no tenía que estar allí, ni Lola ni ella misma. Ella no era la que tenía que estar hospitalizada, atendida por un ginecólogo que le hablaba de legrados quirúrgicos o farmacológicos porque en ese momento ni siquiera podía recordar lo que significaba esa palabra.
Ese día de septiembre, cerca de las siete de la tarde, Samantha descubrió que los abortos espontáneos son más habituales de lo que se cree porque no es algo de lo que se suela hablar, y que la mayoría se producen en las primeras doce semanas de gestación, una barrera que ella no había llegado a atravesar. Aprendió que el cuerpo es inteligente, aunque mecánico, y a veces se detiene a sí mismo cuando detecta elementos anómalos. Anómalos. Aprendió que muchas mujeres ni siquiera saben que están embarazadas porque el aborto llega tan prematuro que en ocasiones se confunde con un coágulo durante la menstruación.
Y tuvo que ser fría y tomar decisiones en caliente, lo cual era una contradicción tan grande que no supo digerirla. Le hablaron de pros y contras de cada opción, y se decidió por la vía más rápida, que fue la quirúrgica. Requería anestesia local y horas de observación después, pero la opción farmacológica sería más lenta y dolorosa, no en un plano físico, sino mental. No quería ser consciente durante una semana entera de que en cada sangrado estaba expulsando un pedazo de su hijo.
El suyo había sido un aborto tardío y retenido; su organismo no supo expulsarlo por sí solo y la placenta, las membranas y el feto fueron eliminados mediante una cirugía que sólo duró quince minutos. No sintió nada; como si el cuerpo fuera una máquina de la cual puedes desconectar algunos elementos para que dejen de funcionar, ella sintió que desconectaban el tronco de su cabeza y lo que pasó allí abajo no quiso ni mirarlo.
"Si lo abortas, después será mucho más difícil que puedas concebir", le había dicho David en la primera visita, antes de las ecografías, cuando recién se enteraba de que estaba embarazada y no lo quería. Ya no recordaba ni cuándo había cambiado de opinión ni qué era lo que le había hecho hacerlo, pero de aquella visita sólo había pasado un mes y ahora le resultaba tan sólo un espejismo y no se veía reflejada en la mujer que decidió que no quería ese bebé. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Por qué su cuerpo había hecho algo así? ¿Era una manera de hacerle pagar por todas las veces que se había negado a ser madre? ¿O acaso para serlo se necesitaba algo más que el simple deseo de serlo? ¿Podría...? ¿Podría serlo después de algo así?
Le dieron una habitación individual, pequeña, de paredes blancas y con vistas a la carretera. No era bonita y no había absolutamente nada a lo que poder mirar que distrajera su mente, ni un cuadro, ni una moldura, nada. El silencio en aquella parte el hospital era distinto al de la UCI, donde casi siempre había enfermeras corriendo, familiares pidiendo ayuda y pitidos, muchos pitidos. Allí estaba ella, sola, despertado después de una leve cabezada después de tantas emociones en tan poco tiempo. Al mirar por esa ventana se dio cuenta de que al otro lado del cristal, se había hecho de noche. Los días ya eran más cortos, y la entrada en el otoño unos días atrás auguraba que cada día serían menos las horas de luz. Pensar en ello le hizo llorar.
Aunque en realidad el avance del tiempo sólo fuera la excusa.
Su hijo había muerto dependiendo sólo de ella, existiendo a través de ella, y no sabía cómo quitarse la culpa que le escocía en los párpados y en el pecho. No sabría nunca de qué color serían sus ojos o la forma de sus uñas, si tendría la nariz de Flavio o si sacaría su carácter. Había sido una esperanza yerma, un rayo de luz que se había apagado de golpe como al cerrar una puerta. Seco. Sin previo aviso.
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UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.
FanfictionHan pasado diez años desde que finalizó la edición más surrealista de Operación Triunfo y la vida no ha sido igual de dulce para unos que para otros. Diez años después del boom que supuso su paso por el programa, Samantha se reencuentra con un Flavi...