Intenté alzar la cabeza, pero una punzada de dolor agudo en el cuello me obligó a ceder. Torcí levemente las muñecas, solo para comprobar que las ataduras estaban más ajustadas que la vez anterior.
Trastabillé penosamente, y los músculos de mis piernas ardieron con mayor intensidad. Ya el hecho de caminar hacía que todo mi cuerpo se estremeciera, pero cuando daba pasos en falsos como ese, simplemente no podía evitar una ola de intenso suplicio.
Supe sin necesidad de mirar hacia atrás, que los cinco soldados que me vigilaban las espaldas se habían tensado en el momento exacto en el que me detuve para estabilizarme. Los que tenía delante también se pararon con cierta incertidumbre y no pude más que preguntarme a qué le temían tanto. ¿Qué podía poner a esos descomunales guerreros tan nerviosos?
No llevaban los portaestandartes de ningún reino, ni los escudos de ninguna pandilla de mercenarios que conociera. Tampoco tenía idea alguna de dónde me encontraba y, peor aún, no sabía qué habían hecho con Silver.
Hice otro esfuerzo para levantar la cabeza cuando uno de los soldados a mis espaldas me obligó a continuar caminando. El extenso corredor de piedra, únicamente alumbrado por pequeñas antorchas me causó un escalofrío de pura incertidumbre y desconfianza. Todo en aquel lugar hacía que algo muy dentro de mí saltara. Como una criatura enjaulada que estaba siendo tentada con su libertad. No podía definir si era una sensación de las buenas o de las malas.
Volví a bajar la cabeza. Todo lo que había ocurrido hasta ahora probablemente estaba friéndome el cerebro.
Me habían hecho algo. Lo sabía. Esas largas horas, sumida en un sueño completamente consciente, la hora de calor que le siguió al despertar, encerrada en una celda aislada, rodeada por un círculo infernal de fuego que no parecía atenuarse o perder vitalidad; para luego resistir una especie de tortura incomprensible ante mi lógica, impuesta por un anciano de túnica negra y piel enfermiza, que no había hecho más que murmurar palabras extrañas sin sentido alguno, logrando que todo mi cuerpo experimentara uno de los dolores más profundos que había conocido jamás. Aún podía sentir la manera en la que mis huesos parecían quebrarse, uno tras otro, y mi piel ardía, como si las brasas llameantes del círculo de fuego me hubiesen tocado al fin. De pies a cabeza, todo dentro y fuera de mí había sido torturado con tanta intensidad, que no estaba segura de cómo siquiera había conseguido levantarme.
No había tardado demasiado en comprender que aquel anciano de ojos saltones, piel amarillenta y arrugada, cabello gris enmarañado y extraño ropaje, era uno de los últimos mortales con capacidades mágicas. No un mestizo. No, por supuesto que no. Los brujos no alcanzaban ese nivel de poder, por lo que yo sabía. Era solo un simple humano, con deseos de grandeza que había buscado la gloria en los lugares equivocados, acabando así, completamente contaminado por una clase de magia maldita y podrida.
Nadie sabía mucho de los orígenes de los brujos y los que conocían algo habían preferido guardar el secreto. Tampoco es que fuera muy interesante. Sus mayores poderes eran los de la persuasión y manipulación. Algunos podían hacer mucho daño, pero de sus poderes no se hablaba demasiado, o al menos no eran una gran noticia.
Claramente, había mucho que yo no sabía, porque lo que aquel espécimen maldito había hecho con mi cuerpo era más de lo que había podido siquiera imaginar. No se había ni acercado a mí, no había sido necesario.
No sabía cuánto tiempo me mantuvo en ese estado, pero fue suficiente para dejarme incapacitada por varias horas. Tampoco sabía qué había hecho conmigo después, ya que solo poseía recuerdos borrosos y lo demás estaba a oscuras. Probablemente había quedado inconsciente en algún punto y lo siguiente que supe fue que me encontraba en el mismo sitio, pero sola.
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La última cazadora: El ascenso de las Dos Caras
FantasyEn tiempos antiguos, en una época ancestral, cuando las bestias corrían libres y el firmamento aún no había sido definido, surgieron los primeros hombres. Pocos sabían de dónde, o si habían estado allí desde siempre, como insignificantes hormigas qu...