Jungla De Ropas Y Ciudades De Libros

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Mi hermana era una persona alegre, risueña y muy bromista. Todo lo que yo no.

A mí, que con mis cortos diez años detestaba a medio mundo, me caía bien esa muchacha de cabellos marrones, labios rellenos, remeras azules y anteojos gigantes.

Me llenó esa necesidad por verla sonreír, por charlar con ella o simplemente estar a su lado.

Por eso, cada que podía, invadía su cuarto siempre sin tocar la puerta, pues no es mi estilo, y me quedaba ahí por horas. No tenía una excusa para eso, simplemente me gustaba estar en ese espacio, con ella.

Aún recuerdo que creí que era el ambiente en la habitación lo que hacía que me gustara tanto estar allí, asi que un día cuando ella salió de casa para ir a una de sus clases en la universidad, me metí al cuarto que tanto me llamaba la atención, pero no sentí ese "algo" que aparecía cuando estábamos juntos.

Lo intenté dos veces más, con la idea de que tal vez la lluvia que ese día caía torrencialmente fuera lo que deshizo la "Magia"  de aquel lugar de paredes color celeste, pero en ninguna de las ocasiones siguientes logré experimentar la calma y la paz que aparecían cuando estaba ella.

Aún con sus libros, sus grandes lentes cuadrados y su hermosa forma de vestir, mi hermana era una desordenada. Su cuarto era un desastre en el que podías perderte entre junglas de ropa limpia que no guardaba en su armario y ciudades de grandes edificios hechos de libros. Ahí, entre todo el caos, estaba yo, algunas veces echado en la cama y otras urgando y tocando el montón de chucherías desparramadas en su escritorio.

La veía cada día escribir en un cuaderno de tapa azul que protegía con uñas y dientes de cualquier ojo intruso que ose asomarse entre esas páginas llenas de secretos.

Recuerdo que los primeros días le molestaba mi presencia:

—¿Qué quieres? ¿Acaso no tienes tu propio cuarto? —su ceño fruncido y sus labios abultados en enojo me recibieron al cruzar la puerta.

—Me gusta más el tuyo —contesté tranquilamente, encogiéndome de hombros mientras tomaba asiento en su cama.

Un suspiro fue lo único que recibí de su parte.

Desde ese día no volvió a mencionarlo. Simplemente al escucharme entrar, despegaba la vista del libro, que siempre era distinto al anterior, me miraba, sonreía y volvía a lo suyo.

—¿Qué tanto lees? —le pregunté un día, curioso.

Sentada en forma de indio en su cama, ella cerró el libro, no sin antes poner un pedazo de hoja mal cortada de unos de sus cuadernos como marcapáginas, y me mostró la portada.

"1984" de George Orwell.

Arte —dijo, simple y llanamente.

En ese momento no le entendí, por lo que decidí ignorar lo que para mí era una clara excusa para evadir mi pregunta y la miré, aburrido.

—¿Quién es George Orwell?

Ella sonrió y vi sus ojos iluminarse cuál faroles en la noche.

—Su nombre era Eric Arthur Blair —dejó el tomo a un lado y se acomodó mejor en la mullida cama —, se puso George Orwell como pseudónimo —al ver mi cara de confusión quiso explicármelo mejor —. Es algo como... el nombre con el que quiero que me llamen en el trabajo, por ejemplo, yo puedo pintar cuadros y firmar con... no sé, "KiKi", en todas mis creaciones, entonces ese sería mi pseudónimo.

Asentí al entender y ella siguió con su explicación.

—Orwell fue un novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India. Falleció en 1950 pero antes de eso, obviamente, escribió unos libros expec... —La interrumpí.

—¿Lees cosas de gente que ya murió? —la miré con una mueca de horror.

Sus carcajadas resonaron por toda la estancia.

—Algún día también lo harás —fue lo que dijo, antes de volver a enfrascarse en su lectura. Porque al parecer se percató de que no la escucharía más.

Enojado por sus palabras, me levanté de la cama y, frunciendo el ceño, le dije antes de salir de la habitación:

—Nunca leeré algo que escribió alguien que murió, ¿me oíste? ¡Nunca!

Su risa se oyó en todo el primer piso.

AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora