Capítulo 2

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Capítulo 5.

Domingo, 5 de enero del 2020. 

Las fotos que tomó del campo y la hacienda fueron publicadas en su perfil esa misma noche, pocas horas después de que llegara a casa. Leslie estaba contenta con el resultado y el apoyo que estaba recibiendo. Fue gratificante acostarse en la cama y ver que su celular no paraba de recibir notificaciones.

Estaba muriendo de orgullo en la habitación que sus tíos le habían cedido, la misma que un día perteneció a su primo Franco. Leslie no recordaba mucho de su primo, hacía muchos años que no se veían y estar invadiendo lo que fue, por un largo tiempo, su propiedad se sentía un poco intrusivo. Aún había mucho de él por allí, su ropa seguía colgada en el ropero, sus viejos libros y cuadernos estaban apilados en el escritorio y otras de sus pertenencias esparcidas por cualquier rincón.

Eran las ocho de la noche, Leslie estaba agotada e irritada por la molesta presencia de los zancudos que zumbaban a su alrededor. Luchar contra ellos era una batalla perdida, no tenía repelente y encerrarse bajó las sabanas ni siquiera era una opción por el inmenso calor que hacía. Sus brazos y piernas no tardaron en llenarse de pequeños puntos rojos donde los zancudos la picaron.

Pero, al menos esa noche, Leslie estaba segura de que su cansancio era tanto que podría quedarse dormida enseguida e ignorar a los molestos mosquitos. Quería echarse en la cama y dormir hasta el día siguiente pero su primo abrió la puerta de la habitación y le hizo una oferta que no pudo rechazar porque se estaba muriendo de hambre.

—Casi vengo arrastrando la moto —dijo Carlos.

—Es la señal del cielo para que cambies esa chatarra de una vez —murmuró Lorena.

Leslie no pudo contener la risa y se atragantó con el jugo que estaba tomando. Tuvo que levantarse de la banca en la que estaba sentada para ir a toser, cuando regresó Carlos ya estaba contando su historia.

—No, no. Escúchame. Se me apagó la moto en medio de la carretera. En todo el costado del campo, donde está la tumba del finadito, por el badén. Se apagó y no quería prender la desgraciada, la pateaba y pateaba pero nada... lo peor es que no pasaba nadie. Me dio miedo, por ahí penan.

—Eres tú que tienes la mente sucia —respondió Eric—. Mejor bota esa moto vieja.

—Te estoy hablando en serio. Escucha, ¿te acuerdas cuando fuimos a la fiesta de la Jenifer en San Juan y al regreso se nos apagó la moto? Fue en el mismo lugar que hoy, te lo juro. ¿Te acuerdas que empezamos a empujar la moto porque ya no quedaba de otra? Ya pues, en una de esas yo me volteo para ver si pasaba alguien y veo una sombra negra que como que nos quería alcanzar —continúo Carlos—. ¿Te acuerdas cuando te dije para caminar más rápido? Estaba asustado, nos salió algo esa noche pero no te quería decir nada porque seguro que salías corriendo y me dejabas solo con la moto.

—Nada zonzo eres —dijo Ivana.

—¿Qué hubieras hecho tú? Ni loco me quedaba solo empujando la moto, ya si nos moríamos pues nos moríamos juntos, ¿no?

Los cinco muchachos se rieron en voz alta. Leslie, Ivana y Lorena estaban sentadas en una banca del parque, Carlos estaba encima de su moto lineal y Eric apoyado en una de las columnas que sostenía el techo de las bancas. Todos tenían una bolsa de jugo en la mano y una tostada a medio comer en la otra.

—Oye pero ya, hablando en serio, no sé si es que el finadito está buscando que recen por él o es que en esa parte penan porque dicen que por el badén penan —añadió Carlos.

—Algo así me habían contado —intervino Ivana—. Que por donde está el hualtaco mocho pero anda a saber tú sí es cierto...

—¿No decían que por ahí se aparecía la chancha bruja? —preguntó Lorena.

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—Sí, sí —confirmó Ivana—. Así cómo... ¿Se acuerdan cuando estuvo la novedad de que una mujer se paseaba por las calles en las madrugadas? La que vestía de negro y caminaba descalza... algunos dicen que en realidad era el diablo.

Leslie observó en silencio como los muchachos discutían los rumores que habían escuchado. En otras circunstancias ella habría tratado de convencerlos de que esas cosas eran invenciones de la gente, que nada de eso existía ni era real pero, por otro lado, era consciente de que ellos habían vivido toda su vida en Los Limos. Ella, en el poco tiempo que llevaba allí, había notado que la gran mayoría de sus habitantes creía en la brujería, los adivinos, los duendes, fantasmas y demás. Así que, ¿qué sentido tenía discutir cuando nadie iba a dar su brazo a torcer? Mejor escuchar sus historias y tomarlo por lo que eran: mitos y leyendas del pueblo.

—Que la hacienda está embrujada también dicen —comentó Ivana.

—¿La hacienda de Los Limos? —Leslie se sintió repentinamente interesada.

—Yo no sé si la hacienda estaba embrujada pero mi abuelo me contó algo —dijo Carlos.

—¿Qué cosa? —preguntó Lorena con curiosidad.

Carlos tragó su tostada, le dio un gran sorbo a su jugo y se palmoteó el pecho antes de empezar a hablar.

—Sí, mi abuelo, cuando aún vivía, me contó. Escuchen. Él trabajó en la hacienda cuando era joven y me dijo que el señor era buena gente, muy atento y que le gustaba ir a cazar al campo. En ese tiempo todo era más tranquilo, apenas había unas casitas en el pueblo... y pues ya, el señor vivió bastante tiempo por acá pero un día regresó asustado del campo, mi abuelo dice que tenía la camisa mojada de sudor y el rostro se le estaba poniendo azul... fue horrible, como si hubiera visto al diablo o algo parecido. Él me dijo que se encerró en su cuarto, se enfermó y parecía que iba a morir pero se recuperó y a la semana vendió todo su ganado, empacó todas sus cosas y se fue con su familia. Nunca le dijo a nadie lo que había visto pero mi abuelo pensaba que había sido algo malo, muy malo.

Los chicos se quedaron en silencio por unos segundos, pensando en lo que habían escuchado.

—¿Entonces no está embrujada? —inquirió Ivana.

—Decían que sí, ¿recuerdas? Cuando en la secundaria los de quinto contaron que se habían metido una madrugada y se les había presentado el fantasma de una mujer —contestó Eric.

—Esos que eran tremendos mentirosos —dijo Carlos—. Seguro estaban borrachos y se lo inventaron todo, ya sabes como son.

Carlos y Eric se miraron con complicidad, seguramente recordando alguna payasada o anécdota de la secundaria que solo ellos compartían.

—¿Y qué creen que pudo ver el señor? ¿No saben cómo se llamaba? —preguntó Leslie.

Carlos arrugó la frente mientras hacía esfuerzos por recordar.

—Creo que Luis, creo que se llamaba Luis —respondió—. Algo así. El apellido no lo recuerdo.

—¿Pero que vio? —insistió Leslie.

—Ese es el misterio. Nadie sabe porque el señor lo vendió todo y se fue. ¿Qué creen que podría asustar tanto a un hombre? —preguntó Eric a sus amigos.

Los chicos volvieron a quedarse en silencio. Leslie puso su cerebro a trabajar a toda máquina, buscando una respuesta razonable. ¿Qué podría haber asustado tanto a un hombre para que él decidiera venderlo todo? ¿Se habría enterado de algo malo? ¿Presenciado un crimen horrible? ¿O todo lo que contaba Carlos no era más que una macabra exageración de su abuelo para asustarlo?

El bosque de las brujas | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora