3. Cristales rotos

26 5 3
                                    

Voz en la mente y mente en la palabra. —añade la mujer.

Distingo en el cabello de Alicia un mechón púrpura. Ha debido de hacérselo hace unos días: la semana pasada no lo llevaba.

No sé por qué me fijo en este detalle tan insignificante. Quizá para poner algo de cordura en medio de este caos.

Bidh peathraichean a 'chearcaill a' togail d 'anaman. —pronuncian al unísono.

Bidh peathraichean a 'chearcaill a' togail d 'anaman.

Algo capta mi atención tras ellas. Las alas se despliegan. Una cabeza, pelada, cubierta de cicatrices oscuras. Es... Es como un niño. Un niño monstruoso, de esa piel gomosa. La mirada también cubierta de esas fibras venosas doradas.

—¡Bidh peathraichean a 'chearcaill a' togail d 'anaman!

Un olor a cobre y flores lo invade todo.

—¡Bidh peathraichean a 'chearcaill a' togail d 'anaman!

Julia, la mujer y Alicia han formado un círculo: no sé en qué momento han cruzado la sala para unirse. Abren los brazos, como recitando un ritual.

El engendro emite un gorgoteo. Unas grotescas manos de niño se lanzan desde la pared de piedra contra Julia, la mujer y Alicia.

—¡BIDH PEATHRAICHEAN A 'CHEARCAILL A'TOGAIL D'ANAMAN!

El vuelo del engendro se desvia violentamente al contacto con el círculo. Ha ocurrido algo que mi cerebro tarda en procesar.

Alicia se vuelve: lleva en la mano algo que reluce. Una espada.

—¡Buena, Al! —grita, Julia.

¿Al? Desde cuándo...

—¡Vienen más! —advierte la mujer.

Otro ser, más oscuro y grande, se abre paso entre la piedra desnuda del agujero. Derriba parte de la pared con sus hombros y alas.

El olor a cobre y flores cambia. Siento el aire pesado, más aún que antes. El corazón me late a mil por hora. Pero... no de pánico. Siento la urgencia de hacer algo.

—¡Se acerca otro por la penumbra! —me oigo gritar.

Un segundo de esos seres se desliza por la semioscuridad de la librería, mientras el otro se lanza directo al círculo. La cabeza me va a toda velocidad. Pienso muchas cosas a la vez: en muy poco tiempo.

Siento la adrenalina en cada poro de mi piel.

—¡Fhathast! —pronuncia Julia.

Una reverberación líquida. El ser oscuro patalea: suspendido en el aire. Ha quedado a apenas un metro de Julia.

—Abigail —añade.

Algo en mi mente cambia. Un clic; un chás, casi sonoro. Como esa sensación que tienes cuando alguien te dice que estás triste por algo que ni tú misma sabías. Una verdad. 

La ladrona del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora