xi.- Percy se pelea con su hermano

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La puerta estaba medio escondida detrás de una cesta de la lavandería del hotel llena de toallas sucias. No tenía nada de particular, pero Rachel señaló dónde debían mirar y distinguieron el símbolo azul, apenas visible en la superficie de metal.

—Lleva mucho tiempo en desuso —observó Annabeth.

—Traté de abrirla una vez —dijo Rachel—. Por simple curiosidad. Está atrancada por el óxido.

—No. —Rocío se adelantó—. Sólo le hace falta el toque de un mestizo.

En efecto, en cuanto puso la mano encima, la marca adquirió un fulgor azul y la puerta metálica se abrió con un chirrido a una oscura escalera que descendía hacia las profundidades.

—¡Wow! —Rachel parecía tranquila, pero Rocío notaba sus nervios a kilómetros. Se había puesto una raída camiseta del Museo de Arte Moderno y sus vaqueros de siempre, decorados con rotulador. Del bolsillo le sobresalía el cepillo de plástico azul. Llevaba el pelo rojo recogido en la nuca, todavía con algunas motas doradas. En la cara también le brillaban algunos restos de pintura—. Bueno... ¿pasan ustedes delante?

—Tú eres la guía —replicó Annabeth posicionándose junto a ella— ¿Quieres que vaya contigo? —ofreció en un arranque de amabilidad.

—Si no es mucha molestia.

Las escaleras descendían a un gran túnel de ladrillo. Estaba tan oscuro que no se veía nada a medio metro, pero llevaban linternas y, en cuento las encendieron, Rachel soltó un aullido.

Un esqueleto les dedicaba una gran sonrisa. No era humano. Tenía una estatura descomunal, de al menos tres metros. Lo habían sujetado con cadenas por las muñecas y los tobillos de manera que trazaba una «X» gigantesca sobre el túnel. Pero lo que provocó un escalofrío fue el oscuro agujero que se abría en el centro de la calavera: la cuenca de un solo ojo.

—Un cíclope —señaló Annabeth—. Es muy antiguo.

—No es Tyson —dijo Rocío aliviada.

Rachel tragó saliva.

—¿Tienen un amigo cíclope?

—Tyson —contestó Percy repitiendo el nombre—. Mi hermanastro.

—¿Cómo?

—Espero que nos lo encontremos por aquí abajo. Y también a Grover. Un sátiro.

—Ah —dijo con una vocecita intimidada—. Bueno, entonces será mejor que avancemos.

Pasó por debajo del brazo izquierdo del esqueleto y continuó caminando. Annabeth paso antes que Rocío y Percy, le estaba agradando la mortal y se comenzaba a replantear el llevarla, quizás no había sido mala idea.

—La estas asustando —le susurró Rocío a Percy bajando un poco la velocidad.

—¿Ya te agrada?

—No soy tan cruel como para darle más miedo del que tiene... Me recuerda a mi cuando me enteré del mundo mitológico.

—Nunca me contaste esa historia.

La pareja seguía unos pasos más atrás a la pelirroja y la rubia.

—Pocos la conocen —reconoció Annabeth.

Rachel y Percy enfocaron su vista en la castaña y esperaron que comenzara a relatar.

—Versión resumida ¿Sí? Tenía seis años, quede atrapada en una mansión con algunas leucrotas. Allí conocí a Thalia y a Luke.

—¿Leu... Qué?

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—Leucrota. Tiene cuerpo de león y pelaje rojo. Tiene pezuñas y cola de caballo. Su cabeza es un cruce entre la de un caballo y la de un lobo. Una hermosura —comentó con sarcasmo—, casi tan lindas como el basilisco de Salazar Slytherin. Para salir tuvimos que hacer explotar la casa, no fue muy divertido. Luke casi quedó ahumado.

Nadie dijo nada respecto a la historia. Solo intentaban formular en su cabeza la idea de que una niña pequeña terminara en un lugar como ese.

El túnel de ladrillo seguía recto. Hacia la derecha, se abría un pasadizo con paredes de mármol antiguo; hacia la izquierda, un túnel de tierra cuajada de raíces.

—Se parece al camino que tomaron Tyson y Grover —dijo Percy apuntando el camino.

Annabeth frunció el ceño.

—Ya, pero a juzgar por la arquitectura de esas viejas losas de la derecha, es probable que por ahí se llegue a una parte más antigua del laberinto. Tal vez al taller de Dédalo.

—Debemos seguir recto —decidió Rachel.

Los dos la miramos.

—Es la opción menos probable —objetó Annabeth.

—¿No se dan cuenta? —preguntó Rachel—. Miren el suelo. Hay un brillo ahí —insistió ella—. Muy leve. Pero el camino correcto es ése. Las raíces del túnel de la izquierda empiezan a moverse como antenas más adelante, cosa que no me gusta nada. En el pasadizo de la derecha hay una trampa de seis metros de profundidad y agujeros en las paredes, quizá con pinchos. No creo que debamos arriesgarnos.

—Vale. Recto.

—De algo que morir, Annabeth —comentó Rocío ante la mueca que ponía la rubia—. Creí que te caía bien.

—Lo hace, pero no estoy segura de esto.

Avanzamos por el túnel de ladrillo. Tenía muchas vueltas y revueltas, pero ya no presentaba más desvíos. Daba la sensación de que descendíamos y nos íbamos sumiendo cada vez a mayor profundidad.

—¿No hay trampas? —le preguntó Percy, inquieto.

—Nada —respondió Rachel, arqueando las cejas—. ¿No debería resultar tan fácil?

—No lo sé —admitió—. Hasta ahora no lo ha sido.

—Dime, Rachel —preguntó Annabeth—, ¿de dónde eres exactamente?

—De Brooklyn.

—¿No se preocuparán tus padres si llegas tarde a casa?

Ella resopló.

—No creo. Podría pasarme una semana fuera y no se darían ni cuenta.

—¿Por qué no?

Antes de que Rachel pudiera responder, se oyó un gran chirrido, como si hubieran abierto unas puertas gigantescas.

—¿Y eso? —preguntó Rocío.

—No lo sé —dijo Rachel—. Unas bisagras metálicas.

—Ya, gracias por la información, Sherlock. Quería decir: «¿Qué es eso?»

Entonces sonaron unos pasos que sacudían el pasadizo entero y se acercaban a ellos.

—¿Corremos? —preguntó Percy.

—Corremos —asintió Rachel.

Dieron media vuelta y salieron disparados por donde habíamos venido. No habíamos recorrido más de seis metros cuando nos tropezamos con unas viejas amigas. Dos dracaenae, mujeres serpiente con armadura griega, los apuntaron al pecho con sus jabalinas. Entre ambas venía Kelli, la empusa del equipo de animadoras.

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