Cora
—¿Qué hacés en mi casa?
Es lo primero que sale de mi boca apresuradamente, tal vez de una forma más brusca de lo que esperaba. No sé qué está pasando, tampoco entiendo mis reacciones, no sé realmente por qué lo abracé y después de darme miedo a mí misma no tuve mejor manera de retractar mi gesto con uno contrario.
—No esperaba otro recibimiento.
Dice masajeándose la mejilla la cual está completamente roja y me quedo sin palabras. Miro a Cris quien levanta los hombros con gesto inocente y me vuelvo a concentrar en Andy quien sigue con la camisa y el saco en la mano hechos un bollo.
—Perdón por la cachetada. Solo salió sola.
—Para salir sola vino con bastante fuerza.— Ladeo la boca y se corrige enseguida. —No. No pasa nada. Estoy bien.
Nos quedamos enfrentándonos mientras Cris expectante nos mira con intensidad, esperando algo, como si fuera un show, solo le falta estar comiendo pochoclos.
Realmente no estoy preparada para esto, menos en este momento. No es que nunca hubiera pensado en qué iba a pasar si me lo volvía a encontrar, pero en todas mis hipotéticas situaciones nos encontrábamos en la calle, de casualidad, él manejando y yo caminando por la vereda. Siempre me imaginé que nos íbamos a saludar casualmente y cada quien iba a continuar su camino, no que íbamos a estar en mi living, él... como siempre, una piltrafa y yo en medio de la peor temporada de insomnio de mi vida.
No recuerdo mucho de la noche anterior, solo me acuerdo del miedo de perder a Emma y del silencio arrullador que Andy logró conciliar en la casa, pero eso es todo. No puedo acordarme de nada más. Ah, y el jarrón. El jarrón que explotó en el suelo y las pesadillas que tuve cuando imaginaba qué iba a hacer Mabel cuando descubriera que su pedazo de cerámica terminó en un camión de basura.
Abrumada, me froto el brazo opuesto. No sé qué pensará Andy de todo esto, no sé qué siente con respecto a mi casa, a Esteban, a Emma. Por deducción, supongo que alguien le debe haber contado de toda mi situación, no sé en qué medida. Me intento acomodar el pelo, como si por un segundo me importara qué piensa de mi aspecto, pero abandono el gesto a la mitad. No tengo por qué preocuparme por eso ¿O sí? Tal vez es mejor que me vea bien, qué entienda qué esto es lo que elegí y es una buena decisión. No tiene nada que hacer acá, nos vimos por última vez, nos despedimos del otro. Supe esa noche que dejaba mi habitación que iba a ser la última vez. Él lo sabía... después de todo, es él quien se fue en mitad de la noche. Me paro derecha para dar mi mejor impresión. Creo que es mejor que vea lo bien que estoy sin él, aunque esté enferma y con ganas de volver a la cama.
Hoy de verdad la suerte y las intrusivas visitas no están con intenciones de dejarme descansar.
—No sé qué decirte.
Aprieto los labios y me quedo ahí, sé qué no espera que lo invite a tomar el té. Creo. Bueno, con él nunca se sabe.
—No tengo nada ensayado.
Andy carraspea la garganta y me quedo idiota con cómo sus ojos me recorren de arriba a abajo. Siempre tuvo el poder de desnudarme el alma con sus irises azules que bloquean la entrada a todo lo que está realmente pasando en su cabeza. Me acuerdo la facilidad que tiene con deducir mis verdades sólo examinando mis gestos y cómo sabe cuando estoy mintiendo, por cómo hago vibrar mis ojos según él. Me aparto rápidamente y empiezo a concentrarme en algo, algo más. Algo que me saque del momento estático. Lo rodeo para llegar a la puerta que da al jardín dejando a Cris atrás.
—Cris ¿Podés ir a ver a Emma? Mabel ya la cambió... pero...
Digo a la pasada.
—Sí. No te preocupes, tomate tu tiempo.
Cris asiente con la cabeza y camina en mi dirección contraria.
No tengo la fuerza para decirle que se vaya, tampoco tengo ganas de tener una charla sincera con él, pero algo en mí no quiere que salga por la puerta de entrada. No sé cuándo puede volver. ¿Vino para algo, no? Quizás necesita un favor, o está buscando algo. Siempre todo se trata de él. No me sorprendería que esté en casa porque tiene segundas intenciones.
Me agacho debajo de la parrilla para tomar la gran bolsa de comida que empiezo a arrastrar por la galería y cuando me giro, Andy está parado frente a mí, con las manos en los bolsillos. Se acerca a la bolsa de comida rozando mi brazo y tira de ella para desengancharla de la silla donde se trabó y trago saliva cuando teniéndolo tan cerca, siento su familiar aroma, su pulso, su esencia, todo a la vez.
—¿Qué querés, Andy?
—No sé.
Realmente. ¿Qué espera?
Busco el plato de tamaño mediano y lo dejo en la mesa para tomar la pala que está en el interior de la bolsa de comida procesada y lo lleno hasta el tope. Mis ojos se escapan en su dirección y vuelvo a concentrarme en el plato para atravesar mi jardín. Abro la puerta del canil donde Margarita duerme a la noche y ella, como siempre, sale disparada para dar vueltas por el pasto a toda velocidad. Pobre, Esteban no estaba y yo dormí hasta el mediodía. Debe estar cansada de estar encerrada.
Margarita termina saltando de alegría con sus tres patitas feliz por fin estar fuera y finalmente se cae de boca al lado de Andy porque cruza su única pata delantera frente de él.
—¡Panceta!
Grita él, se arrodilla sobre el césped para acariciar a Margarita en el lomo quien se escapa de sus caricias apenas dejo la comida en el suelo. Como cualquier chancho, empieza a comer desaforada como si fuera su última cena y como si hubiera llegado tres semanas tarde.
—De verdad iba a ser como un perro.
Dice. Yo miro a Andy de brazos cruzados, quien alza las cejas con asombro.
—Mejor que un perro.
Él acaricia a Margarita en el lomo y sonríe. Parece sinceramente feliz de verla, aunque ella esté concentrada en su comida y prestando poca atención a que alguien está con la cara radiante de emoción.
—¿Cómo hiciste para que Esteban te dejará tenerla?
Susurra con voz grave y aunque la extrañaba y pensaba que la recordaba a la perfección, creo que uno nunca está preparado para escuchar el grado de profundidad que puede lograr cuando pregunta algo con seriedad.
—Solo no puede entrar a la casa, siempre termina manchando algo y rajando los sillones, además que...
Le explico mientras siento cómo la cabeza se me aligera de a poco y como una bomba que explota en mi garganta, las emociones contradictorias no me dejan decir nada más. Siento enseguida todo de nuevo, todo lo que estaba dormido. La decepción, la angustia, el enojo, la tristeza y por sobre todo, el amor. Inexplicablemente, siento todo a la vez y una vez siento como si no hubiera pasado el tiempo, como si fuera esa misma noche en la que dejé ese departamento. En la noche que sentí que alguien me había amado, alguien quien realmente me conocía me había amado hasta dejar nada de mí. Me juré que si eso era lo que el amor lograba hacerme, no iba a sentirlo nunca más. No quería sentirme así nunca más. No valía la pena. Los momentos de felicidad no son lo suficiente como para contrarrestar la profundidad de las cicatrices.
Empiezo a caminar hacia la casa despacio, dejándolo atrás, esperando que no me note. Quiero ser invisible en este momento, quiero desaparecer, no quiero que me mire, ni que me hable, ni que respire cerca mío porque puedo romperme una vez más en miles de partes. Ya me puse de vuelta en mi lugar tantas veces que no sé si todas las piezas están en su lugar.