Capítulo XXIV

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La campana que indicaba el inicio del receso para almorzar sonó por fin. 

—Ah, bien, eso es todo por hoy chicos —sonrió la profesora Biscuit mientras miraba a sus alumnos levantarse alegremente. Todos, excepto por uno.

Sabía que algo andaba mal, casi podía olerlo en el aire; no por nada era la profesora con más experiencia en el recinto escolar, aunque se enorgullecía por no demostrarlo gracias a su apariencia juvenil.
Desde que el año había comenzado, el chico delgado  y cabizbajo que tenía al frente había llamado su atención. Era un buen chico, eso podía notarlo, pero algo en él no terminaba de encajar. Parecía que estuviera aparentando, como si al guardar todas sus emociones pudiera mantenerse a salvo.

La mujer suspiró. Quería ayudarlo, pero cada vez que intentaba acercarse, el chico la rechazaba y endurecía su exterior. Aún así, estaba más que segura de que tenía un interior blando y frágil, pues cada vez que Gon o Ikalgo le hablaban, su expresión se suavizaba. Sobre todo con el primero. 

—Zoldyck —llamó con voz suave— ¿Podrías venir aquí un segundo?

El chico levantó la cabeza, y con la mirada vacía se puso de pie lentamente. Ikalgo lo miró algo preocupado y le susurró algo, a lo que el chico asintió con una sonrisa amable, y se despidió brevemente con la mano, mientras el pelirrojo salía de la sala de clases. 

Biscuit lo miró pacientemente mientras se acercaba hasta el escritorio como si fuera un fantasma. Estaba pálido, y era obvio que no se sentía bien, pero intentaba disimularlo con una sonrisa indiferente. 

Sabía que no era una opción preguntarle cómo estaba, pues simplemente retrocedería sin decirle nada, una vez más. Debía adoptar otra estrategia.

—Zoldyck, ¿podrías ayudarme con esto? Si lo haces, te daré algo a cambio...

Killua la miró extrañado, pero su estómago rugió antes de que pudiera responder. Avergonzado desvió la vista y se rascó la cabeza.

«¡Bingo!» pensó Biscuit emocionada. «Si le ofrezco invitarlo a almorzar conmigo, quizás entonces...»

—Sé que es tu hora de almuerzo —rió amablemente—, así que si me ayudas a llevarlos, te invitaré a almorzar lo que quieras, ¿qué te parece? ¡Lo que quieras!

Él la miró unos instantes, pensando cuidadosamente en la situación. En realidad no quería almorzar con ella, pero así tendría una excusa para alejarse por un momento de Gon, y eso era lo que más quería en ese momento.

—Supongo que sí... —murmuró al fin. 

—¡Bien! ¡Muchas gracias por tu ayuda! Entonces, solo tienes que llevar estos libros a la sala de artes y acomodarlos en el estante del fondo.

Killua la miró sin decir palabra, y la mujer supo de inmediato que estaba sospechando de la situación.

—¡Vamos! Una dama como yo no puede estar cargando esta cantidad de libros como si nada, ¿sabes?

—¿Una dama? —rió Killua entre dientes. 

Biscuit usó todo su autocontrol para no gritar en ese mismo momento, así que fingió que no lo había escuchado. 

—Haha, ten, tómalos y vete, ¡Vete rápido! Vuelve aquí cuando termines y almorzaremos... ¡rápido! —le dijo mientras ponía la pila de libros en sus manos y lo empujaba más bruscamente de lo que pretendía hacia el pasillo. 

Killua profirió algunos quejidos incomprensibles y comenzó a caminar, alejándose del salón.

—Vieja bruja... —masculló al fin.

—¿Quién es una vieja bruja?

Killua se sobresaltó tanto que casi tiró al piso todos los libros que llevaba en las manos; Gon estaba frente a él y lo miraba con esa sonrisa brillante y encantadora que parecía irradiar luz. 

—Ah... na... no importa... —murmuró rápidamente tratando de alejarse y de no mirarlo a los ojos— Hoy, hoy no puedo almorzar contigo, Gon, la vieja bru...¡digo! la profesora Biscuit me hizo ayudarla con algo, así que... ¡lo siento...!

—¡Ah! Pero... ¡Killua! —el moreno lo vió alejarse rápidamente de su vista, mientras se le hacía un nudo en la garganta. 

Estaba claro que lo estaba evitando. 

Sin saber qué hacer tomó ambas cajas del almuerzo que había insistido en cocinar él mismo esa mañana, y se dirigió al salón de clases de Killua. Al menos quería darle eso como disculpa:  no importaba si no comían juntos, solo esperaba que el chico estuviera bien y no pasara hambre más tarde. 

Mientras tanto, Killua bajaba rápidamente las escaleras dirigiéndose a la sala de artes. Le dolía el pecho y no dejaba de jadear, pero sabía que no era por culpa del peso de los libros.

Esquivó a varios estudiantes en el camino que trataron de cortarle el paso y que lo miraban con desdén, sobre todo chicas, pero al fin llegó, a salvo, al salón de clases desierto. Encendió la luz y acomodó los libros en el estante del fondo, y de inmediato se dispuso a salir. Se dió la vuelta, y como si nada, la luz del salón se apagó. 

Sorprendido, miró alrededor pero no vió a nadie, así que se apresuró a llegar a la puerta que daba al pasillo para irse de una buena vez.
Justo en ese instante, un grupo de chicas le cerró el paso, impidiendo que saliera.

—¿Así que volviste a molestar a Gon? 

Killua sintió como se le helaba la sangre. Era Lía. 

Guardó silencio mientras intentaba buscar otro lugar por donde escapar, pero el salón no tenía ventanas, y la única puerta que había estaba bloqueada por ellas. 

—¿Acaso eres sordo?

El chico suspiró resignado. No tenía otra opción más que intentar resolver esto de manera calmada. No podía tener más problemas en la escuela, pues si llegaba a oídos de sus padres...

—No sé de qué estás hablando...

—¿Acaso eres idiota? 

Killua guardó silencio

—¡Contesta!

—No...

—¿Entonces por qué estabas hablando con él esta mañana? ¿Acaso no te lo advertí?

La chica se acercó amenazadoramente, y Killua retrocedió hasta chocar con uno de los pupitres del salón. 

—¡Te lo advertí! —gritó mientras lo empujaba.
De inmediato las chicas que antes estaban paradas en la puerta comenzaron a imitarla, y al empujarlo de todas direcciones lograron que cayera al piso. 

—¡¿Estás loca...?! —Killua no alcanzó a terminar la pregunta cuando sintió que un líquido viscoso caía sobre su cabello y su ropa. El fuerte olor de la pintura pronto inundó el lugar. 

Las risas y chillidos parecieron apagarse a su alrededor, mientras él se tocaba la cabeza y miraba sus manos, ahora teñidas por el líquido pegajoso, sin saber qué hacer.

Las palabras resonaban una y otra a vez en su cabeza, y un miedo irracional empezó a apoderarse de él;  Estaba perdido. Cuando llegara a casa con el cabello y el uniforme manchado, todo habría terminado. Lo sacarían de esa escuela, y probablemente lo obligaría a estudiar en casa. No tenía cómo escapar. Solo había sido un sueño infantil. Nunca había tenido una opción.

Se puso de pie movido por el miedo y empujó a las chicas que intentaron detenerlo, zafándose de ellas por la desesperación, y corrió lo más rápido que pudo en dirección al baño.
Debía solucionarlo. Debía arreglar esto, no podía volver a casa con su uniforme así. 

Se precipitó dentro del baño sin importarle las miradas de desprecio que le dirigían, y se miró al espejo; la pintura roja cubría casi la mitad de su cabello, cayendo por su rostro y su cuello, y manchando por completo la camisa blanca y el sweater de su uniforme. 

—No... —masculló mientras las lágrimas comenzaban a brotar, sin control.

Abrió la llave del agua y comenzó a restregar sus manos y su ropa, intentando quitar las manchas rojas inútilmente. 

Estaba perdido. 




La Luz de tus Ojos - Gonkillu AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora