XXXIV. Expiación.

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Con la sensación de estar siendo llevada en brazos, despertó. Abrió los ojos lentamente y aún le costó trabajo enfocar las imágenes. Las primeras sensaciones fueron la brisa refrescada por la lluvia, el olor a humedad de la noche, pero también el aroma penetrante a hierro de sangre que la rodeaba, que manchaba su ropa y la de él, en cuyos brazos estaba. Fue cuando recordó de súbito...

─ ¡Alucard! ─ exclamó, y él tuvo que detener los pasos que había dado.

─ ¡Integra!... Integra, ¿cómo te sientes? ─ ante la mirada ansiosa del vampiro, la chica trató de librarse de sus brazos. Alucard comprendió que ella deseaba ponerse de pie. Con cuidado quiso depositarla en el suelo, pero la joven ya había puesto ambos pies de un salto. Colocó sus manos en las mejillas frías de él y se le quedó mirando con detenimiento, con ansiedad, como comprobando que no se trataba de una ilusión o un sueño.

─ ¿Qué...? ¿Qué fue lo que pasó?... ─ preguntó Integra y luego palpó su propio rostro, su cuerpo. Revisó cada lugar donde recordaba que había tenido una herida, pero no halló rastro de ellas, ni sintió ningún tipo de dolor. ─ ¿Alucard?

Ante la interrogante de la joven, el vampiro suspiró antes de poder contestar: ─ Supongo que después de todo lo que hemos visto esta noche, ya nada puede ser increíble para ti... ─ dirigió su mirada hacia el claro que había sido escenario de la batalla.

─ ¿Qué fue lo que ocurrió con Asmodeo? ─ Ansiosa buscó estar de frente al vampiro, casi se paró de puntas para tratar de alcanzar la mirada más directa a su rostro. ─ dime, Alucard... ¿cómo quedó el asunto del contrato?... ¿es que acaso ...lo venciste?

Ante la pregunta, el vampiro desvió la mirada a un punto indeterminado: ─... ¡claro que no! ─ dijo secamente ─ ¿Cómo crees? ─ luego un suspiro, unos pasos más hacia el frente donde yacía sangre, las cenizas del cadáver de Sicilia (y de Sixtina, sin que él tuviera idea), los fragmentos esparcidos de la espada Hellsing, la estela de fragancia de flores que habían dejado los arcángeles tras su marcha, y que su fino olfato aún percibía ─ ... ¡ese bastardo era demasiada pieza para mí! ─ se cruzó de brazos en una evidente actitud de molestia.

Integra lo observó tan sólo un momento, luego volvió a preguntar: ─ ... ¿entonces? ¿Cómo nos libramos de todo el embrollo? ¿Y... cómo estoy completamente curada?

Sin voltear a verla, volvió a sentir entre los dedos la cruz que ahora estaba guardada en el bolsillo de su pantalón: ─ Por un milagro... ¡ni más ni menos!

Integra supuso que más ángeles habían venido en su ayuda: ─ Yo vi a dos de ellos, dos de esos "milagros". Uno durante mi pelea, otro en una dimensión alterna ─ el vampiro volteó para mirarla con extrañeza. ─ en el viaje que Asmodeo me obligó a hacer... ¡vi el futuro, Alucard!

Y por su expresión él adivinó que no se trataba de uno halagüeño: ─ Creo que no me vas a decir que viste, ¿verdad?

─ ¡Ni yo sé con exactitud qué fue lo que vi! Fue aterrador... ¡pero no quiero hablar de ello por el momento! ¡Ahora sólo me importa que sobrevivimos a esta terrible emboscada!, ¡saber que se han marchado!... Ver que... ¡estás aquí! ─ Alucard, quien insistía en perder su mirada, sin poder desenmarañar sus muchos pensamientos, volteó de nuevo a verla.

─ Y, sin embargo, ¡ya viste que poco puedo llegar a servirte si otro se lo propone!

─ ¡No, Alucard! ─ trató de acercarse a él, pero este la evitó. De verdad él estaba más allá de la confusión por todo lo que había visto, escuchado y sabido; por el enojo contra sí mismo; por la incertidumbre de la próxima vez que no fuera capaz de proteger a su ama, y si esa otra vez tendrían tanta suerte. "¿Y si te dejo sola algún día? ¿Qué va a pasar si un día me marcho y no vuelvo a saber nada de ti, ni tú de mí?" Pensó, se mordió los labios, sintió la ansiedad quemarle el corazón, quiso decirle mil cosas, abrazarla, ¡besarla! Pero no podía, la vergüenza que le producía la derrota, lo estaba paralizando. E Integra, ella era incapaz de saber cuántos tormentos lo atenazaban, pero siempre intuitiva, desistió de su intento de acercársele. Suspiró profundo, percibía que algo más había ocurrido al rey vampiro, algo que modificaba hasta el ímpetu de su espíritu. Ella carraspeó, también terminó de controlar el impulso de abrazarlo y decirle que se alegraba tanto que la tormenta hubiera pasado y que aún estuvieran bien para ver llegar la calma. En lugar de eso, le preguntó si se había librado del nefasto compromiso que probablemente había contraído con el demonio aquel.

La última HellsingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora