Frío que entumece tus dedos (y como escritora, o intento de serlo, esto no es muy favorable), al punto que duele moverlos.
Frío que te obliga a echarte kilos de ropa encima, intentando frenarlo un poco, pero sigues con la piel de gallina y dolor en los pezones.
Frío que te hace temblar, y que te hiela los huesos, la carne y demás.