Capítulo 4: Él, el mayor problema

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Sabía desde el primer momento en que le había visto en la cafetería que Dylan White iba a ser un problema, uno de los gordos, de los que impactan en tu vida y rompen tus esquemas. 

No me gustaba, desde luego que no me gustaba, no podía gustarme un chico con el que había cruzado apenas unas frases y mucho menos uno que iba en contra de todo aquello en lo que creía, de todo lo que me había propuesto evitar en aquella nueva vida en la WVU: chicos populares, mujeriegos, graciosillos y sin vergüenza alguna. 

No quería aquel tipo de recuerdo de mis años de falsedad pura y dura en el instituto, ni de aquellos que en su momento me habían hecho tantísimo daño. 

Entonces.... ¿Por qué no dejo de mirar? 

Ahí estaba él, correteando por el césped del campus camino a su residencia con aquella chica enganchada a su camiseta y a una de sus manos, riendo, mirándose como si fuesen a.... Oh, sí, desde luego que imaginaba lo que iban a hacer. 

Ella trataba de levantarle la camiseta ya bastante mojada por la lluvia, tenían suerte de que no hubiese nadie más bajo la lluvia excepto Paris y yo. 

Oh, Paris. 

Miré a mi nueva amiga, carraspeando pues me miraba como si acabase de pillarme acosando al problema del día, aquel estúpido. 

- Así que.... ¿Te gusta ese chico? Es guapo, ojo, no te culpo, pero parece estar bastante ocupado con la morena despampanante, mírala, le falta quitarle la camiseta y bajarle los pantalones en pleno campus. -Reí cuando les señaló ya a punto de desaparecer de nuestro campo de visión, entrando al edificio de otra de las residencias del campus. No tardé en negar con la cabeza, observando el gesto de curiosidad en el rostro de Paris.

- No, no... ese es el chico del que te hablé antes,  el idiota de la cafetería. Lo que menos me interesa es saber qué va a hacer ahora o siquiera más que su nombre, Dylan White según me dijo... Odio a los chicos así, y la verdad es que prefiero no relacionarme con él. - Me encogí de hombros y apreté los labios entre sí, intentando no dirigir una última mirada a ellos mientras desaparecían por el portal del edificio. La imagen de la espalda de aquel creído y su abdomen semi visible seguían en mi cabeza por algún motivo, pero no iba a permitirme a mí misma fantasear sobre ello, no con él. 

Por fin comenzaba a dejar de llover, 'Qué oportuno', pensé. Me despedí de mi nueva amiga y tras intercambiar algunas palabras sobre una futura quedada me dirigí a mi habitación, encontrándome con mi nueva compañera sentada en su cama jugando con el móvil a lo que según los sonidos identifiqué como el 'Candy Crush'.  

- Hola, me llamo Pauline, soy tu nueva compañera de habitación. - Alcé una mano y me presenté de la forma más normal y amable que supe, algo tímida e intimidada a la vez por tanto rosa presente en la habitación, en contraste con el negro, blanco y gris que decoraba mi lado. 

- Encantada Pau, me llamo Sarah, espero que seamos grandes amigas y que me cuentes tu secreto para conseguir llenar todo de negro sin que esto parezca un cementerio.... -Soltó una risotada dejando aquella partida y el móvil en la cama y yo le seguí con otra risita, intrigada en realidad por la capacidad que había tenido mi compañera de habitación para ponerme un apodo al segundo de conocerme, no acostumbraba a esas confianzas. 

- Pues..... me inspiro mucho con Pinterest, no creas que todo sale de este coco, no me da para tanto. - Me señalé la cabeza y volví a reír, acercándome a mi propia cama para sentarme sobre la misma y así hablar con ella desde la misma. 


Las siguientes horas pasaron de la mejor manera que habría esperado, ya casi se estaba poniendo el sol y era hora de cenar algo cuando me di cuenta de que había pasado el resto del día hablando con mi compañera de habitación sobre nosotras mismas, cómo veíamos el comienzo del curso y qué esperábamos de aquel año. Ella me sacaba un año, tenía 20 y estudiaba Derecho, así que conocía un poco más de la universidad y de quienes allí llevaban ya algún curso. Me dio varios consejos, y yo me di a mí misma el consejo de no hablarle de Dylan por si aquello me traía problemas, igual eran amigos o igual le conocía, quién sabe. 

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Me alegré de haber tenido tanta suerte con las chicas en el primer día, había hecho dos amigas por lo que parecía y bastante buenas, aunque una parte de mí misma esperaba que no me traicionasen o hablasen de mí a mis espaldas; de nuevo, la inseguridad del bullying me comía por dentro. 

Pedimos algunas pizzas y pasamos la noche hablando también de nuestros hogares, ella era de New Jersey, yo evité hablarle de la parte oscura de mi pasado y me limité a contarle que vivía con mi madre en Los Ángeles y que mi padre había fallecido; obvié el detalle de por qué tuvo ese accidente. 

Me había acostumbrado en apenas un día a aquella habitación, me sentía a gusto y por algún motivo en casa, así que no tardé en quedarme dormida con una alarma puesta para mi primera clase de Economía I. 

Cuando sonó la alarma quise maldecir todo lo que conocía, cómo podía el maldito iPhone tener un sonido tan feo para despertarte, daba ansiedad nada más que de oírlo. 

Elegí levantarme con tiempo suficiente como para arreglarme lo suficiente como para no temer causar una mala impresión: parte de mi inseguridad causaba que intentase estar siempre lo más perfecta posible, hábito que había tratado de tratar con mi Psicóloga durante un par de años en LA sin éxito. Al final aprendí que mientras no me obsesionara con ello, todo estaría bien; el problema era que sí que me obsesionaba, un poquito. 

Para mi primer día me puse unos pantalones flare negros, unos zapatos de plataforma del mismo color bastante elegantes y una camisa blanca algo larga con un cinturón ancho en la cintura. Bien, ya solo quedaba el maletín, donde metí todo lo del bolsito del día anterior y el portátil para tomar apuntes, además de las llaves para poder entrar en la habitación más tarde. 

Me daba miedo, realmente me daba miedo. Esperaba que no me mirasen por ser la nueva o escuchase comentarios negativos, de verdad que lo esperaba. Tenía que empezar a pensar en que allí nadie sabía que era en parte dueña junto a mi madre de Deluxe, una de las mayores empresas constructoras del país, y desde luego haría todo lo posible para mantenerlo en secreto. 

Avancé por el campus mientras mantenía mi mirada a veces en un punto fijo al frente y a veces curioseando a mi al rededor, buscando en el mapa abierto en mi móvil el edificio donde debía dar la clase mientras rezaba por no ver a ese chico de nuevo por tercera vez en apenas 48 horas.

Llegué al edificio,  sorprendida por lo bonito que parecía y por lo emocionados que parecían los demás estudiantes avanzando por los pasillos mientras se encontraban con sus amigos, seguramente de cursos anteriores. 

Espero estar así también en algún momento... 

Avancé hacia la puerta de la clase que parecía estar encajada y me encontré con lo peor que podía: el profesor estaba ya dando algunas directrices a los demás presentes en la sala, que parecían llevar ya sentados unos minutos. Irremediablemente me convertí en el centro de atención, era la que acababa de interrumpir al profesor en plena explicación del plan de estudios y, a pesar de su cara de pocos amigos tras mi estropicio, lo que captó mi atención fue ver a los demás estudiantes hablando entre ellos, cuchicheando. 

Quizá era lo normal cuando una persona nueva atravesaba una puerta e interrumpía en plena calma de una explicación académica, pero por mi mente pasaba todo lo malo, todo lo que podían estar diciendo de mí y el miedo de volver a caer en lo mismo de siempre. ¿Me habría equivocado de horario o aquí empezaban las clases cinco minutos antes?

Ya está, se acabó, voy mal, me veo mal, todo va a salir mal, me recordarán como la del primer día que llamó la atención interrumpiendo al profesor. 

- ¿Vas a entrar o te vas a quedar aquí? ¡ Perdone señor Brown ! Me quedé sobado esta mañana. 

Una voz con un tono de pura despreocupación acababa de desarmarme por completo, irrumpiendo en la situación más incómoda que había vivido en años, una voz que comenzaba a conocer demasiado bien y que en ese momento, fuese de quien fuese, habría agradecido por arrancarme de mi bucle. Me giré despacio, como si protagonizase la mayor película de terror del mundo pero al mismo tiempo una expresión de agradecimiento, aunque él seguramente no entendiese por qué. 

- Te dije que nos volveríamos a ver, rubita - Dijo alzando las cejas, esbozando una sonrisa nuevamente socarrona que anunciaba problemas, despreocupación, y mil cosas que aún no sabía descifrar. 

Estuve a punto de quejarme cuando Dylan apoyó la mano en mi baja espalda y me obligó a pasar al interior de la clase, manteniéndola ahí mientras me hacía avanzar hasta una de las filas de asientos y me dejaba libre tras llegar a la primera, avanzando él mismo hacia la última tras ver que había tomado asiento. Sentía calor en la zona que él presionaba con las yemas de los dedos, zona de la que comenzaba a ser demasiado consciente. ¿Tendría las manos suaves? No podía notarlo con la camisa. 

Pauline, para, para, recuerda que no te importa cómo tenga las manos. 

No quería reconocerlo, pero aquel estúpido acababa de salvarme de quedarme en la puerta estancada o de escapar de la clase, casi podía sentir su sonrisa de satisfacción tras ver mi propia expresión de vergüenza desde detrás, clavada en mi nuca. 

Él iba a traerme problemas, y además aquella vez me había salvado. 




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