A partir del viaje a la playa, tratamos de disfrutar nuestras vacaciones al máximo. A excepción de mí. Que gracias a mis padres tuve que trabajar a tiempo completo en una pequeña tienda de antigüedades. Estaría allí casi todas las vacaciones. Era un completo fastidio, pero a la vez era la única manera de que me revocaran el castigo por mis malas calificaciones.
Un viernes común y corriente, mientras daba vueltas por la tienda buscando algo que hacer, mis amigos entraron por la puerta principal del lugar. Alejandro, Emilly, Elizabeth y Anthony —ya habían pasado dos semanas desde la última vez que nos habíamos visto—. Después de curiosear y toquetear todas las cosas locas que se vendían en aquella tienda, me invitaron al parque de atracciones ese mismo sábado. Como libraba ese día, acepté sin pensarlo mucho. Pero al llegar a mi casa y pedirles permiso a mis padres, me encontré con un plan malévolo en contra de mi diversión.
Me dejarían ir, pero solo con la condición de que llevara conmigo a mi hermana «Evangeline». Quizás hubiese sido una buena idea, si tan solo ella no fuese ese tipo de persona irritante y pesada. En ese entonces tenía unos once años, pero siempre había sido de actuar como alguien mayor. Era demasiado curiosa e insolente, tanto que solía meterse en mis asuntos sin que nadie se lo pidiese. Solíamos hacernos bromas muy pesadas y fastidiarnos al grado de no llevarnos tan bien. Cuando me dijeron eso dude en llevármela, pero si me negaba no me dejarían ir. Así que la decisión fue tomada teniendo en cuenta las consecuencias.
Al día siguiente sin tener más remedio la lleve conmigo. Cuando me encontré con mis amigos la estación de tren, algunos de ellos empezaron a molestarme.
—¿Por qué trajiste a tu niñera, Sebastián?, ¿acaso no te dejaron salir sin ella? —gritó Anthony intentando hacerse el gracioso mientras yo me acercaba a ellos.
—Déjalo quieto, Anthony. No es su culpa que Eva sea más responsable que él —le dijo Alejandro para molestarme a la vez que me saludaban.
—Cállense imbéciles, ¿cuándo nos vamos? —grité irritado sacando mi teléfono del bolsillo para ver la hora.
—Solo falta Emilly. Ah, y me dijo que invitó a alguien más con ella —respondió Elizabeth sentándose en un banco que estaba cerca de nosotros para ponerse a leer un libro que traía en sus manos.
—Ya me dijo que venía en camino, que se había quedado dormida —soltó Anthony recogiendo su morral del suelo.
—¿En tu grupo de amigos hay gente igual de desadaptada que tú? —me preguntó Evangeline señalando despectivamente a Anthony.
—¿Qué dices, pequeña?, creo que esas palabras son demasiadas grandes para una niña tan pequeña como tú —dijo Anthony agachándose para llegar a su estatura.
—Digo que deberías subir tu coeficiente intelectual. Porque si no lo haces nunca podrás entrar en la universidad, tampoco conseguirás un buen trabajo, mucho menos lograras que alguien se enamore de ti, no te casara y si tienes suerte, solo si la tienes vivirás bajo un puente, así que probablemente morirás solo y virgen.
—¡Tu hermana es la personificación misma del demonio! —gritó Anthony alejándose de ella asustado.
—Creo que me cayó bien tu hermana —dijo Elizabeth con una sonrisa, sin apartar la mirada de su libro.
En eso, a lo lejos vimos a Emilly halando por la muñeca a Lyla. Entonces de la nada mi corazón comenzó a latir de manera desenfrenada, no me imaginaba que ella era la persona que Emilly había invitado. Cada vez que la veía confirmaba que seguía enamorado de ella como lo estaba aquella primera vez que la vi. Pero el encanto de aquel momento se acabó cuando mi hermana dijo a toda voz:
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Sentimientos de Papel
RomanceDesde pequeños se nos dijo que la luna siempre estaría sobre nosotros para alumbrar nuestro camino. Sin embargo, más de una vez nos encontramos perdidos sin ella. Es gracioso porque mi vida no fue nada aburrida, aunque quizás sea todo gracias a ella...