¿Te atreverías a enfrentarte al espejo del mal para acabar con el peligro que amenaza con destruirte? Antes de responder a esa pregunta, piensa en todo lo que podrías perder en el intento.
° °
Brooke es una...
Han transcurrido muchos años desde la última vez que alguien ascendió el primer escalón de la mansión; muchos días ha aguardado la llegada de este momento perfecto y, al fin, no puede creer que haya llegado.
Abre sus ojos en cámara lenta, de un azul casi tan diáfano como el agua. Su cabello negro ha adquirido mechas blancas, mientras que su piel, blanca y pálida, evoca los fríos inviernos en Stonehenge, aquellas estaciones que ocultan las huellas de sus antiguos habitantes y los secretos más oscuros que permanecen enterrados.
Él se acerca a la ventana y observa su reflejo con atención, hasta que un sonido en la distancia interrumpe el silencio. Escucha la melodía de un piano, ese piano tan distintivo. Recuerda el eco de las teclas, pero a continuación, todo se vuelve impreciso.
Frunce el ceño mientras observa a su alrededor, cuestionándose si lo que percibe es real o si se halla en un sueño. Al tocar uno de los muebles antiguos, su mano parece atravesarlo, disolviéndose en el aire. No logra comprender lo que está ocurriendo. Su mirada se dirige a los cuadros en las paredes, cubiertos de polvo, tal como los recordaba; sin embargo, algo ha cambiado en ese lugar.
Se repite que lo que está experimentando debe ser un sueño.
—¿Fueron ustedes quienes me hicieron esto? ¿Es acaso una especie de broma?
La melodía persiste, resonando en las paredes mientras él asciende los escalones con lentitud. Sin embargo, no siente el contacto del suelo ni escucha sus propios pasos; es como si estuviera flotando, incapaz de tocar nada.
Al alcanzar el segundo piso, la música se escucha con mayor intensidad, transmitiéndole una sensación de vigor, fuerza, determinación y misterio. Se dirige hacia la habitación de la que emana la melodía. La puerta se abre de par en par, invitándolo a entrar. Da dos pasos hacia adelante y se encuentra en un lugar completamente vacío, salvo por el piano que se halla en el centro del espacio, en el cual las teclas se mueven por sí solas.
Él observa por la ventana y la luz del día lo deslumhra en los ojos, pues los rayos del sol iluminan el espejo. En ese instante, se percata de la presencia de una joven a través del reflejo; ella está tocando las teclas del piano. Su cabello tiene tonos rojizos y cobrizos, sus manos son delgadas y pálidas, y sus rasgos son finos y delicados, lo que la convierte en una visión de belleza.
Sin embargo, a él realmente no le interesa quién es esa chica. Ha aguardado este momento durante tanto tiempo y, al fin, se siente libre, recuperando así su identidad.
Se aproxima al espejo y lo contempla durante unos segundos. Cierra sus puños mientras mantiene la mirada fija en su reflejo.
—Ellos me abandonaron, ¿verdad? —se dice en voz baja, y una voz en su interior le responde con una malicia latente.
«Es el momento de vengarse; eres libre y nadie podrá detener tus acciones».
El joven dirige su mirada hacia el piano y nota un cuchillo afilado descansando entre las teclas. Lo toma entre sus manos y esboza una sonrisa, pero no es una sonrisa ordinaria; es una expresión siniestra, impregnada de malicia y rencor.
—Nadie se interpondrá en mi camino; no esperan mi regreso.
Coloca su mano sobre el cristal del espejo, la cual lo atraviesa como si cruzara un portal. Al hacerlo, se halla en el mismo lugar en un abrir y cerrar de ojos, aunque todo se presenta aún más deteriorado. El papel tapiz de las paredes está desgastado, el polvo cubre cada rincón y la madera cruje.
Escucha nuevamente la melodía del piano; al girar, se da cuenta de que ella está allí, a pocos pasos de él, interpretando las notas al compás de las partituras. Su presencia parece tangible, es innegablemente real.
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Se aproxima a ella con dos pasos, observando meticulosamente cada detalle de su figura. Es una joven que se distingue de todas las que ha conocido, y hay algo en ella que capta su atención de manera inevitable, como si una fuerza gravitacional lo atrajera de forma inexplicable.
Justo en el momento en que estaba a punto de tocar el cabello rojizo de la desconocida, el sonido de unos golpes en la puerta principal lo obliga a retroceder y salir de la habitación.
Se encuentra en una situación desconcertante. Todo a su alrededor es convincente, sin embargo, carece de la esencia de lo real. Experimenta la sensación de estar atrapado en una dimensión incierta, en un entorno desconocido y en un tiempo que no le resulta familiar. Al observar su reflejo en el afilado cuchillo que sostiene en la mano, se percata de que su apariencia no ha variado en lo más mínimo; sigue siendo exactamente el mismo, aunque una extraña sensación de diferencia le invade.
La joven pelirroja abandona la habitación y desciende cuidadosamente las escaleras. Él la sigue, manteniendo una distancia prudente para que ella no advierta su presencia, aunque sospecha que en realidad no puede verlo.
Atravesando la pared, da un par de pasos y dirige su mirada hacia la ventana, que únicamente refleja su sombra; no logra verse en su totalidad.
“No estoy vivo”, se murmura a sí mismo, desconcertado. “¿Acaso soy un fantasma?”
†††††
BROOKE
Me acerqué a la ventana y, con delicadeza, aparté la cortina cubierta de polvo con mis manos. Desde allí, observé a un joven rubio y, a lo lejos, a un par de chicos que descargaban muebles de un camión de mudanza.
—Probablemente son los amigos de Zoe —pensé.
Miré mi reflejo en el espejo del salón, me coloqué el cabello detrás de la oreja y traté de desenredar algunos mechones. Un minuto después, me dirigí hacia la puerta y giré la perilla. Al abrirla, me encontré con un par de ojos azules brillantes que me observaban sin disimulo.
Los rasgos del joven son cautivadores: posee un cabello rubio y lacio, labios delgados y de un tono rojizo, largas pestañas que acentúan el color de sus ojos, y su piel es aún más pálida que la mía.
El chico no aparta la mirada de mí, así que yo le correspondo con la misma intensidad.
—Debes ser la famosa Brooke —dice, apoyándose en el marco de la puerta y cruzándose de brazos. Puedo distinguir las venas de sus manos y antebrazos, y en la parte superior de su brazo, se destaca un tatuaje en forma de pluma que me resulta interesante.
—No soy una persona reconocida, pero supongo que se ha comentado sobre mí debido a mi reciente llegada como residente en la mansión —respondo, imitando su gesto e inclinando ligeramente la cabeza—. ¿Los chicos de allá son tus amigos?