XXXVII - OPERACIÓN VFL

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CAPÍTULO XXXIV — Operación VFL

NATHALY

Observo con diversión cómo Víctor intenta encontrar el shampoo que le pedí. Sostiene dos envases diferentes en las manos y lee las etiquetas como si estuvieran en griego o arameo, se me escapa una risita y aunque él está al final del pasillo alcanza a escucharme y me lanza una mirada asesina. «Es un malhumorado nato».

Estamos en un supermercado, nos detuvimos a hacer algunas compras antes de seguir nuestro camino al pueblo y a llenar el tanque de gasolina del vehículo. Estoy rodando un carrito de compras con las cosas que necesito para cocinar, productos de limpieza para asear la casa, golosinas para Jake y un llavero en forma de botella de vino para mi papá. A Víctor le compraré algo después, primero tendré que ayudarlo con los cosméticos.

—¿Problemas con el shampoo? —le pregunto cuando estoy junto a él.

Frunce el ceño y sigue leyendo etiquetas sin mirarme.

—¡Aja! —exclama victorioso y me muestra el envase mientras sonríe—. Aquí está tu shampoo.

Tengo que aguantar las ganas de reírme.

—Víctor, eso es crema humectante para el cuerpo.

Se le desbarata la sonrisa.

—¿Y este? —me muestra el otro.

—Es acondicionador.

—¿Y este otro?

—Desodorante en crema.

—¿Aquel de allá no es?

—No, eso es hidratante para el rostro.

Resopla y regresa todo al estante. Sigue pasando la mirada por cada envase, balbucea incoherencias en voz baja mientras lee hasta las instrucciones y ya no puedo verlo sufriendo más. Camino hasta donde está, extiendo la mano a las repisas, y tomo un envase blanco de etiqueta marrón con dibujos de margaritas y lavandas.

—Shampoo con esencia floral. —leo la etiqueta en voz alta para que me escuche.

—Si era tan fácil lo hubieses buscado tú desde un principio. —se queja y da media vuelta para irse.

—¿A dónde vas? —meto el shampoo en el carrito.

—A buscar las verduras que me dijiste, solo falta eso. —contesta con fastidio sin voltearse.

—¡No vayas a confundir los tomates con zanahorias!

—Ja, ja, ja, muy chistosa, deberías ser comediante.

Me sigo riendo mientras meto en el carrito todo lo que necesito. Busco toallas absorbentes, pollo congelado, una bandeja pequeña con carne para asar, condimentos, y más cosas de cocina. Encuentro lo que le compraré a Víctor y me dirijo al pasillo de frutas y verduras para ver por qué tarda tanto, lo creo capaz de tomar coliflor en vez de brócoli.

Este supermercado está cerca de High Nill —el pueblo donde vivo—, y las personas de allí son muy amables y sencillas. Una señora con dos niños me sonríe cuando pasa por mi lado, el vigilante del pasillo me da los buenos días, y otra mujer me ayuda a escoger el aromatizante de mejor calidad.

Todo va bien hasta que... una persona choca su carrito con el mío, el impacto hace que la rueda me pise el pie y el metal de la barra se me clave en la costilla.

—¡Auch! —chillo sosteniendo mi costado—. Tenga más cuidado, fíjese por dónde va.

Escucho sus pasos acercándose a auxiliarme, porque se me cayeron algunas cosas que llevaba en la mano.

Una estrella agonizante ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora