Noldolantë

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"Habéis vertido la sangre de vuestros parientes con injusticia y habéis manchado la tierra de Aman. Por la sangre devolveréis sangre, y más allá de Aman moraréis a la sombra de la muerte."

J.R.R. Tolkien, El Silmarillion, cap. 9

NOTA DE NOMBRES DE LOS HIJOS DE Fëanor

1. Maedhros, Nelyafinwë, Maitimo, Russandol

2. Maglor, Macalaurë, Canafinwë

3. Celegorm, Turcafinwë, Tyelkormo


El líquido rojo resaltaba en su mano pálida, escurría entre sus dedos y se metía debajo de sus uñas. Apretó el puño intentando calmar el temblor que invadía sus articulaciones. La espada aún colgaba en su mano derecha. Las gotas de sangre se deslizaban por el filo metálico que destellaba con la luz de la tormenta eléctrica que se aproximaba desde el interior del mar. Las olas furiosas lavaban la arena blanca que había sido contaminada con sangre de los elfos. La espuma plateada se había pintado de carmín, y el viento parecía llorar a gritos. 

Maedhros no dejaba de mirar la furia que se aproximaba desde el mar. Tenía miedo de apartar la mirada del agua y ver lo que habían hecho. Si regresaba a ver la tierra, encontraría los cientos de cadáveres atravesados por flechas, espadas y dagas desangrándose en las costas. Una voz lejana lo llamaba, pero no podía escucharla con claridad. - Nelyo. Vamos Nelyo, tenemos que partir. 

Maglor tomó entre sus manos el rostro de su hermano y lo miró a los ojos. - Maitimo, por favor- Pero su hermano parecía perdido. Maglor sacó un pañuelo y le limpió la cara. Tenía una cortada  que le atravesaba la ceja y se deslizaba hasta el pómulo. Parecía que Maedhros ni siquiera percibía el dolor. 


Las lágrimas rodaron por las mejillas de  Maglor, lavando las salpicaduras de sangre de su rostro. Le quitó la espada a su hermano, la limpió con agua de mar y la regresó a su estuche. Tomó la mano de Maedhros y comenzó a cantar. Era un lamento triste pero angelical. La voz se le quebraba, pero no perdía su característica belleza. Maedhros reaccionó al percatarse de que nunca había escuchado esa canción. No eran las clásicas composiciones de su hermano que solían hablar de la belleza de Valinor, el brillo de los silmarils o la gracia de las estrellas. Esta vez cantaba sobre sangre, muerte y la dureza del destino.  No era una canción cualquiera, era un requiem para todos los asesinados bajo su propia mano.

  No era una canción cualquiera, era un requiem para todos los asesinados bajo su propia mano

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Fëanor gritaba ordenes desde los barcos. Apretaba el mango de la espada que colgaba de su cinturón y se erguía orgulloso de su logro. En la playa, rodeados de cadáveres, alcanzó a distinguir las rebeldes cabelleras de sus hijos mayores. - ¡Nelyafinwë! ¡Macalaurë! ¡Apresúrense que ya partimos! ¡Tenemos que ganarle a la tormenta!

El brillo de occidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora