01: Musas De Cafetería

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Lo acompaña su siempre fiel bloc de dibujo, junto a un lapicero de 0.05 milímetros color negro sujeto en su oreja.

En la mesa número tres, de taburete, donde siempre ocupa el sitio junto a la ventana. El día está nublado y es su favorito, no hay mucha gente fuera y el tiempo parece ir lento.

Es la mejor mesa del lugar, según su humilde opinión, porque puede ver toda la cafetería desde su asiento y está cerca de la barra, así que no debe alzar demasiado la voz para llamar al barista, pero no es necesario, porque ya han establecido un código de miradas y señas que sólo ellos conocen y entienden.

Tamborilea con sus dedos la superficie de madera, le da mil vueltas al bloc y suspira de tanto en tanto, porque el lugar está vacío y no hay nadie a quien retratar esa tarde. La luz blanca de la lámpara sobre su cabeza refleja en el lienzo en blanco su sombra y está tan desesperado, que podría dibujarla ahí mismo.

—Es lunes, Joaco. — una taza es colocada con cuidado y elegancia sobre la mesa, el olor es exquisito, digno de un expresso recién hecho. El humo sube, baila en su nariz, le empaña los lentes y le hace cosquillas en el paladar. —No esperes que haya mucha inspiración hoy.

Joaquín chasquea la lengua, su mirada perdida en algún lugar al otro lado del semáforo, donde la gente espera pacientemente la luz roja para cruzar la calle. Toma la taza entre sus manos ahuecadas, porque nunca la ha sujetado del asa y ese día no planea comenzar a hacerlo, sus labios apenas tocan la superficie y degusta, sintiendo que le falta azúcar. Claro, olvidó ponerle azúcar...

Nikolás se ríe, comprensivo y acostumbrado y extiende al pelinegro dos sobrecitos de azúcar que el menor toma y abre de un tirón.

—Es cuestión de enfoques, hyung, yo podría pintar el cielo, por ejemplo...

El azúcar se funde al caer con el café caliente y Joaquín observa como se deshace, una mano sobre su mejilla y otra sujetando el sobre de azúcar cada vez más vacío. El barista a su lado, le regala una sonrisa de frenos adornados de ligas rojas, una suave risa meliflua y una sacudida de cabello con cariño.

—Podrías, pero tú no pintas cielos.

Joaquín asiente detrás de su taza. —Tienes un punto.

El aire huele a café, a crema y si pones mucha atención, a infusión de frutas. Es cálido, pequeño y acogedor, se escucha el hervir de las cafeteras y el chasquido de la porcelana al ser lavada. Nikolás limpia la barra, vigila las ollas hirvientes y acomoda los pasteles del mostrador, siempre dejando la etiqueta de nombre al frente.

Dentro, los truenos no hacen daño, no hay nada que haga al pintor brincar de su lugar, nada que lo aleje del suave arrullo de una cafetera y el dulce amargo de un expresso. La lluvia cae en cortinas que bajan por la ventana y juega a tocarla con los dedos, quizás, no pinte un cielo después de todo...

La pequeña burbuja de seguridad de Joaquín se rompe en el sonido de campana en la puerta, de fondo el caer de la tormenta y de coro las risas de dos jóvenes apurados que entran en busca de refugio, con los abrigos mojados y pies fríos. Nikolás les da la bienvenida, toma sus abrigos, les ofrece una carta y para Joaquín de pronto es más interesante delinear el contorno de su taza con un dedo, esconder la boca tras el cuello de su suéter y lamentar un poco en voz baja el hecho de estar solo esa tarde.

Como todas.

—Yo quiero una florentina, por favor.

—Y un chocolate caliente.

—Enseguida.

El lienzo en blanco se burla un poco de él, desde todos los ángulos que sea posible verlo, porque al final, aunque despertara con todo el ánimo de dibujar en grafito, no consiguió una musa. Y no era difícil, a decir verdad, Joaquín aprendió a no ser exigente, encontrar belleza en los detalles pequeños como los labios cordiformes de un chico que bebía té con miel en la barra y de quien sólo dibujo sus labios a milímetros de una taza, mirando desde su asiento, hasta el los cabellos rubios de un joven ancho y alto, pues jamás pudo ver más allá. A veces, cuando no le gana la vergüenza y es capaz de dejar de mirar al suelo, se acerca y pregunta amablemente si puede dibujar a quien será su modelo, otras incluso ha pedido fotos cuando piensa que sería más bonito hacerlo en pasteles, acuarelas o acrílicos sobre tela. Nadie nunca se ha negado y Nikolás se mofa a veces, porque si supieran lo loco que estás, seguro no se dejan dibujar pero Joaquín lo atribuye a su aspecto, un poco frágil, un poco ido, un suéter demasiado largo y dedos encogidos bajo las mangas.

Pinceladas sabor chocolate || EmiliacoWhere stories live. Discover now