2. ¡Ey, tú, enano!

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No supo en qué momento concilió el sueño. Tampoco recordó qué había soñado exactamente ni mucho menos en qué estaba pensando como para dormirse con tanta rapidez. La luz le cegó los ojos. Plantó la vista en aquel sofocante brillo y pudo observar cómo el ganado de personas bajaba del vagón. Había un olor a metálico, parecido al de la sangre.

Cuando estuvo por salir, dio un salto y le dolieron los pies al tener que caer desde una altura que parecía corta a simple vista. No podía mantener la vista en frente. A su alrededor había tantas piedras que pensaba que se hallaba en alguna cárcel. De hecho, el lugar daba la sensación de algún tipo de sanatorio mental, de esos a los que la gente va cuando está loca. «No tiene mucho de diferente con el concepto que tienen de nosotros, los judíos», pensó Louis. Sin embargo, la tétrica vista no fue lo peor; pues se leía en la entrada aquella frase que lo marcaría tanto: Arbeit macht frei

La puerta principal era una reja enorme con púas en lo mas alto. Aquella frase (que era tan significativa, pues era la principal causa de tantos escalofríos en Louis) venía en un arco de metal que serpenteaba de un lado a otro. Estaba tan bien posicionado que nadie podía no verlo.

A lo lejos, divisaban edificios no muy altos que parecían haber sido construidos para tener una apariencia lúgubre, como de cuento de terror. Había algo de frialdad en los detalles de las paredes, en lo oscuro de las bisagras, en los techos llenos de suciedad, en el suelo repleto de piedras y en el tumulto de gente que se dirigía hacia el interior del lugar.

Louis estaba tan ensisimismado en el paisaje, en lo poco importante que se sentía allí, en el gran camino que conducía a la perdición de toda una masa de personas; que no notó cuando alguien se posó justo detrás de él.

—Estoy igual de sorprendido que tú —le dijo al oído.

Louis dió un respingo. Se dió la vuelta y se topó con un rostro bastante familiar. Se trataba de Nest, su viejo amigo de la infancia. Aquel que con pocos recursos trató de salir de Alemania cuando la vida se tornó gris. Era una lástima que se hallase entre tantas personas condenadas a vivir una vida llena de dolor. Su labor de periodista le había traído ventajas, pero la mala suerte le jugó en contra. Para cuando trató de huir cruzando la frontera, no pudo evitar que las Waffen-SS lo atraparan en pleno acto. Recibió algún tipo de castigo, según se decía, pero nadie sabía con exactitud cuál. Los castigos que adjudicaba la Gestapo eran cada vez más misteriosos.

Louis notó en el rostro de Nest algún atisbo de angustia, aunque trataba de disimularla con la afilada sonrisa que mantenía siempre.

—Se supone que debieron habernos llevado a Ravensbrück, o al menos eso yo pensaba —le dijo mientras se frotaba la sien. Louis apenas podía imaginarse dónde quedaba eso.

—¿Es este...?

—Sí. Estamos en el mismísimo Auschwitz. En Polonia y no en Alemania.

Louis había oído hablar de aquel lugar muy poco, ya que casi nadie hablaba sobre el tema con normalidad. Se escuchaban rumores día a día, hora a hora, cómo las personas eran llevadas a aquel lugar para ser ejecutadas o muchas veces torturadas de diversas formas. Hasta hace un día todo se resumía a simples habladurías de la gente. Sin embargo, Louis no podía decir lo mismo ahora. Sentía miedo constante, el cual aumentó aun más cuando uno de los soldados lo empujó, junto a Nest, hacia el interior.

Pasó por debajo de la frase tan estúpida que pudo haber visto jamás. «Arbeit macht frei» tenía el absurdo significado de «El trabajo los hará libres». 

«¿Es en serio?», pensó Louis. El trabajo no era más que una excusa para poder aniquilarlos. La muerte sería la tan hablada libertad. Louis conocía su destino, pero no se resignaba a ello tan fácilmente.

Gravilla [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora