3. Caballeros II

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Los días previos. Agosto de 1385.

"—Francia ayudara a Castilla".

La primera vez que escucho las palabras Inglaterra no alzo la vista ni se molestó en notar la presencia del mensaje, en su lugar se paralizo en su asiento y su mirada lucia perdida. Repitió la frase en su cabeza una y otra vez, no es que esto fuera una noticia sorprendente, la verdad lo veía venir pero lo que le sorprendió en realidad fue eso, su propia indiferencia, se preguntó consternado porque de pronto ya no le provocaba un nudo en la garganta saber que Francia se había a aliado con alguien más, ¿Por qué ya no dolía saber que le ofrecía su simpatía y calidez a otra nación?, ¿Por qué no le torturaba saber que él estaba dispuesto a luchar por alguien más?, Inglaterra ya no sentía nada por el francés y se dio cuenta entonces con horror de que por fin había pasado.

Salió del cuarto sin decir una palabra, los hombres del parlamento decidieron entonces dejarlo en paz, puede que hace unos años aun pudiera tener esos momentos de debilidad, donde extrañaba el pasado, donde sentía que se había escapado de sus manos la única persona que le había querido en el mundo pero ahora ya no se sentía así.

Hace tan solo unos días habían estado aquí en su triste y húmeda tierra el rey João y Portugal, negociando el ejercito que mandarían para apoyarlos en su lucha contra Castilla y aunque no lo había considerado hasta ese momento (9), pensó en que ciertamente era posible que la razón por la que la ausencia de Francia había dejado de pesar en su corazón, fue precisamente porque ahora tenia a la sonrisa de Portugal para iluminar sus días.

Estaban hundidos en la guerra, rodeados por batallas y enfrentamientos que no hacían nada más que destrozarlos, pero las tardes en las que podían practicar con su espada juntos y corrían por las verdes colinas de Inglaterra, eran respiros de aire fresco, eran momentos sanadores que les recordaban a ambos que aun existían momentos preciados en la vida.

Y aun así se sintió miserable al saber que poco le afectaban ya los actos de Francia, había algo en el odio apasionante que se dedicaban que le hacía sentirse conectado a el de alguna forma, lo que no tenía ningún sentido pero decidió que tal vez estaba bien de esa forma con su lazo por completo roto, con sus caminos separados para siempre. (10).

14 de agosto de 1385; La batalla de Aljubarrota.

"Todavía estoy solo en este camino desolado y brutal, con la elegancia de un pájaro herido voy a soportar la tormenta.
Duermo sobre la sangre derramada en la tierra que no sanara,
¡Oh estrellas, relaten la grandiosa historia de esta noche! No me olvidare de ti".
(Susumu Hirasawa-Forces).


Portugal vio el sol salir, estaba en una colina con una pendiente muy pronunciada, su expresión era calmada y sus rezos apenas eran audibles, contrario a lo que su rostro mostraba, en el interior era presa del pánico y un pesimista bien disfrazado, el ejercito castellano no estaba solo, venia acompañado de varias tropas francesas, aragonesas y algunos traidores portugueses le acompañaban con gran determinación, su ejército era enorme, comparado contra el reducido número de sus hombres y sus compañeros ingleses.

Para el rey Juan I de Castilla la distancia era su único gran obstáculo, debía marchar con firmeza hacia Lisboa y si lograban sitiar la ciudad, estarían perdidos, la única oportunidad que tenían para evitar la catástrofe era provocando una lucha desesperada que les permitiera hacerle frente a su monstruoso enemigo y eso hacía sentir tan frustrado a Portugal.

Odiaba sentirse tan pequeño, odiaba estar en ese precipicio todo el tiempo, ¡no quería volver a estar en el borde!, ¡no quería seguir luchando para evitar caer¡ y con esa furia en su interior se decidió a no retroceder sin importar cuan lamentable se volviera la situación, esta vez no habría tregua, ni huida. ¡No volverían a ser un par de cobardes y lucharían hasta caer si era necesario!

A lo lejos Inglaterra observaba a su amigo con curiosidad, algo en él, lucia distinto esta mañana, había un espíritu salvaje, temible que atravesaba la fachada de hielo que solía esconder la ira abrazadora que sentía el luso y fue esa visión la que le robo el aliento, años más tarde diría que lo que vio en aquel día fue el corazón que poseía Portugal (11).

...

Para cuando el ejercito castellano había rodeado la colina (12), Portugal e Inglaterra estaban más que satisfechos con las órdenes dadas por Nuno Álvares, quien había hecho rotar la posición de su formación y habían podido hacer durante el largo recorrido de sus vecinos un montón de trincheras, hoyos, fosas y demás obstáculos para lograr salir vencedores. Mientras tanto el campamento castellano se instalaba con una parsimonia insufrible y francamente ofensiva, o eso creían los portugueses e ingleses que poco sabían sobre las condiciones en las que venían sus adversarios.

...

Francia con un gesto altivo bajo de su caballo, vio con desaprobación los rostros cansados y sudorosos de los soldados, apenas habían llegado al campo de batalla y ya la mitad de los hombres estaban sucumbiendo al cansancio, hizo los ojos en blanco al recordar la vuelta que le dieron a la maldita colina y maldijo a lo lejos a Inglaterra, porque todos los males del mundo eran culpa suya.

— No te recordaba tan quejoso Paquito — llamo su atención Antonio, quien tenía una sonrisa bastante confiada en su rostro. (13)
— Ugh, no soy quejoso, ¡es vuestro clima insufrible!, la verdad no me sorprende nadita que los moros los hayan jodido por tanto tiempo, si debieron sentirse como en casa con este sol. La mención de los moros siempre producía un efecto interesante en Castilla que adquirió una expresión sombría y de franco desagrado, no pudieron seguir con su charla pues de pronto el rey de Castilla se había decidido al fin por hablar:
— Hay que enviar unos emisarios para ver si podemos trazar la paz, hay que darles la oportunidad de declinar de esta absurda campaña -fue el anuncio tan elocuente que hizo el rey.

Francia arqueo un poco las cejas y se dirigió abruptamente a Antonio:
— ¿De verdad están planteando pactar la paz y no pelear teniendo los dos ejércitos aquí plantados... de nuevo?
— Que va, el conflicto nos beneficia por montones y para el carácter que se carga Juan de Avis no creo que cedan ya, aunque en definitiva seria lo único que salvaría a Portugal — explico señalando su gran ejercito— los ha mandado a espiar, serán pocos pero es mejor saber cómo tienen organizadas las cosas para no tropezarnos en sus hoyos.

Francia rio de buena gana ante el tono burlón con el que se expresó Castilla, aunque en definitiva veía el lejano escenario donde se refugiaban sus enemigos con una mirada por completo distinta a la de sus compañeros castellanos, no conocía mucho a Portugal pero sabia tanto de Inglaterra que después de Crécy y Poitiers (14), sabía que uno debía temer a los arqueros ingleses y a los ejércitos pequeños bien organizados, por mucho que le molestara admitirlo.

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