3. Caballeros II

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Los días previos. Agosto de 1385.

"—Francia ayudara a Castilla".

La primera vez que escucho las palabras Inglaterra no alzo la vista ni se molestó en notar la presencia del mensaje, en su lugar se paralizo en su asiento y su mirada lucia perdida. Repitió la frase en su cabeza una y otra vez, no es que esto fuera una noticia sorprendente, la verdad lo veía venir pero lo que le sorprendió en realidad fue eso, su propia indiferencia, se preguntó consternado porque de pronto ya no le provocaba un nudo en la garganta saber que Francia se había a aliado con alguien más, ¿Por qué ya no dolía saber que le ofrecía su simpatía y calidez a otra nación?, ¿Por qué no le torturaba saber que él estaba dispuesto a luchar por alguien más?, Inglaterra ya no sentía nada por el francés y se dio cuenta entonces con horror de que por fin había pasado.

Salió del cuarto sin decir una palabra, los hombres del parlamento decidieron entonces dejarlo en paz, puede que hace unos años aun pudiera tener esos momentos de debilidad, donde extrañaba el pasado, donde sentía que se había escapado de sus manos la única persona que le había querido en el mundo pero ahora ya no se sentía así.

Hace tan solo unos días habían estado aquí en su triste y húmeda tierra el rey João y Portugal, negociando el ejercito que mandarían para apoyarlos en su lucha contra Castilla y aunque no lo había considerado hasta ese momento (9), pensó en que ciertamente era posible que la razón por la que la ausencia de Francia había dejado de pesar en su corazón, fue precisamente porque ahora tenia a la sonrisa de Portugal para iluminar sus días.

Estaban hundidos en la guerra, rodeados por batallas y enfrentamientos que no hacían nada más que destrozarlos, pero las tardes en las que podían practicar con su espada juntos y corrían por las verdes colinas de Inglaterra, eran respiros de aire fresco, eran momentos sanadores que les recordaban a ambos que aun existían momentos preciados en la vida.

Y aun así se sintió miserable al saber que poco le afectaban ya los actos de Francia, había algo en el odio apasionante que se dedicaban que le hacía sentirse conectado a el de alguna forma, lo que no tenía ningún sentido pero decidió que tal vez estaba bien de esa forma con su lazo por completo roto, con sus caminos separados para siempre. (10).

14 de agosto de 1385; La batalla de Aljubarrota.

"Todavía estoy solo en este camino desolado y brutal, con la elegancia de un pájaro herido voy a soportar la tormenta.
Duermo sobre la sangre derramada en la tierra que no sanara,
¡Oh estrellas, relaten la grandiosa historia de esta noche! No me olvidare de ti".
(Susumu Hirasawa-Forces).


Portugal vio el sol salir, estaba en una colina con una pendiente muy pronunciada, su expresión era calmada y sus rezos apenas eran audibles, contrario a lo que su rostro mostraba, en el interior era presa del pánico y un pesimista bien disfrazado, el ejercito castellano no estaba solo, venia acompañado de varias tropas francesas, aragonesas y algunos traidores portugueses le acompañaban con gran determinación, su ejército era enorme, comparado contra el reducido número de sus hombres y sus compañeros ingleses.

Para el rey Juan I de Castilla la distancia era su único gran obstáculo, debía marchar con firmeza hacia Lisboa y si lograban sitiar la ciudad, estarían perdidos, la única oportunidad que tenían para evitar la catástrofe era provocando una lucha desesperada que les permitiera hacerle frente a su monstruoso enemigo y eso hacía sentir tan frustrado a Portugal.

Odiaba sentirse tan pequeño, odiaba estar en ese precipicio todo el tiempo, ¡no quería volver a estar en el borde!, ¡no quería seguir luchando para evitar caer¡ y con esa furia en su interior se decidió a no retroceder sin importar cuan lamentable se volviera la situación, esta vez no habría tregua, ni huida. ¡No volverían a ser un par de cobardes y lucharían hasta caer si era necesario!

A lo lejos Inglaterra observaba a su amigo con curiosidad, algo en él, lucia distinto esta mañana, había un espíritu salvaje, temible que atravesaba la fachada de hielo que solía esconder la ira abrazadora que sentía el luso y fue esa visión la que le robo el aliento, años más tarde diría que lo que vio en aquel día fue el corazón que poseía Portugal (11).

...

Para cuando el ejercito castellano había rodeado la colina (12), Portugal e Inglaterra estaban más que satisfechos con las órdenes dadas por Nuno Álvares, quien había hecho rotar la posición de su formación y habían podido hacer durante el largo recorrido de sus vecinos un montón de trincheras, hoyos, fosas y demás obstáculos para lograr salir vencedores. Mientras tanto el campamento castellano se instalaba con una parsimonia insufrible y francamente ofensiva, o eso creían los portugueses e ingleses que poco sabían sobre las condiciones en las que venían sus adversarios.

...

Francia con un gesto altivo bajo de su caballo, vio con desaprobación los rostros cansados y sudorosos de los soldados, apenas habían llegado al campo de batalla y ya la mitad de los hombres estaban sucumbiendo al cansancio, hizo los ojos en blanco al recordar la vuelta que le dieron a la maldita colina y maldijo a lo lejos a Inglaterra, porque todos los males del mundo eran culpa suya.

— No te recordaba tan quejoso Paquito — llamo su atención Antonio, quien tenía una sonrisa bastante confiada en su rostro. (13)
— Ugh, no soy quejoso, ¡es vuestro clima insufrible!, la verdad no me sorprende nadita que los moros los hayan jodido por tanto tiempo, si debieron sentirse como en casa con este sol. La mención de los moros siempre producía un efecto interesante en Castilla que adquirió una expresión sombría y de franco desagrado, no pudieron seguir con su charla pues de pronto el rey de Castilla se había decidido al fin por hablar:
— Hay que enviar unos emisarios para ver si podemos trazar la paz, hay que darles la oportunidad de declinar de esta absurda campaña -fue el anuncio tan elocuente que hizo el rey.

Francia arqueo un poco las cejas y se dirigió abruptamente a Antonio:
— ¿De verdad están planteando pactar la paz y no pelear teniendo los dos ejércitos aquí plantados... de nuevo?
— Que va, el conflicto nos beneficia por montones y para el carácter que se carga Juan de Avis no creo que cedan ya, aunque en definitiva seria lo único que salvaría a Portugal — explico señalando su gran ejercito— los ha mandado a espiar, serán pocos pero es mejor saber cómo tienen organizadas las cosas para no tropezarnos en sus hoyos.

Francia rio de buena gana ante el tono burlón con el que se expresó Castilla, aunque en definitiva veía el lejano escenario donde se refugiaban sus enemigos con una mirada por completo distinta a la de sus compañeros castellanos, no conocía mucho a Portugal pero sabia tanto de Inglaterra que después de Crécy y Poitiers (14), sabía que uno debía temer a los arqueros ingleses y a los ejércitos pequeños bien organizados, por mucho que le molestara admitirlo.

...

          


El horror se plasmó en todos los caballeros ingleses tan pronto vieron llegar a un par de emisarios castellanos, que venían con sus sonrisas más encantadoras a proponer un tratado de paz, el desastroso escenario de hace tres años les hizo temblar e incrédulos vieron con gran desprecio a los dos jóvenes, para el alivio de todos ellos tan pronto cruzaron la carpa del rey Avis, fueron despedidos y mandados a comer mierda por tal propuesta que incluso hubo un pequeño recorrido de aplausos.

...

De regreso en el campamento castellano, la seriedad que tenían los emisarios a pusieron inquietos a algunos soldados castellanos:

— ¿Que han dicho? —pregunto con cierta preocupación el rey castellano.
—Nos han dado una negativa muy firme pero eso no es nada que no esperáramos. Sin embargo debemos sugerirle que actúe con calma —hablaron al unisón los dos muchachos, después solo uno tomo la palabra.

—Siendo sinceros el terreno les da una gran ventaja, lo han preparado todo para darnos el bajón. Y sus tropas están bien descansadas, de hecho algunos aun dormían la siesta con tranquilidad,
de verdad los portugueses podrían tener una oportunidad... el día de hoy —de pronto la seriedad que tenían fue reemplazada por un gesto tremendamente arrogante.

—Si ordena el ataque para mañana, sin duda seremos vencedores, apenas si tienen víveres, no podrán resistir más que esta noche, su aparente ventaja les jugara en contra y probablemente deberán rendirse por hambre o por miedo. (15)

Francia y Castilla que habían escuchado todo, tuvieron dos reacciones contrarias, el galo parecía relajado, por completo satisfecho con lo que oía mientras que Antonio lucia perturbado, antes de que Juan I pudiera decir algo, resonó la voz indignada del castellano:

— ¡Como es posible que seáis tan cobardes! y ¡Encima parecéis orgullosos de tal insolencia!, no debe escuchar nada de estos jóvenes, vuestra majestad, poco saben sobre la guerra y esto no ha hecho nada más que demostrarlo —varios nobles, caballeros castellanos, aragoneses y franceses vitorearon su discurso, todos ellos creían en defender su propio honor, que sentían ser machacado cada que les hablaban de huir como unos miedosos, especialmente ante un ejército tan pequeño.

—¡Pero qué dices! —le interrumpió abruptamente Francia— ¡Si deberían darles un título de nobleza, por sus palabras!, ¡Les han sugerido el camino más adecuado para lograr la victoria!

Todos miraron tan extrañados al francés que una vez que noto que todas las miradas estaban fijas en el avanzo decidido hacia Juan I: —Señor, yo soy un caballero del rey de Francia, vuestro hermano y amigo, así que escucharme, pues a pesar de mi apariencia, he visto y he estado en tantas batallas, de buenos cristianos y de los moros que estaban más allá del mar, por tanto he aprendido que la única cosa en el mundo que define a la victoria es el orden, que se logra solamente cuando se tiene paciencia y sabiduría, desista de escuchar a estos impulsivos o será su condena. (16)


El rey considero gravemente las advertencias de Francia pero de poco sirvió que estuviera de acuerdo con estas y que así lo expresara cuando Antonio salió al frente con su armadura harto de las dudas y titubeos de su propio monarca, detrás de él, le siguieron todos los hombres que vinieron a librar esta batalla, todos ellos estaban por completos decididos a zanjar este asunto el día de hoy sin importar el cansancio que sintieran o las dificultades a las que se enfrentarían.

...

Fue en ese instante que la tierra tembló ligeramente, siendo azotada por la marcha furiosa e impulsiva de un gran ejército, Portugal pudo sentir aquella amenaza, un escalofrío le dijo que ya venían a por ellos sus enemigos mucho antes de que escuchara las trompetas y viera ondearse la orgullosa bandera de Castilla.

Se asomó fuera de su pequeña fortaleza para encontrarse con una imagen aterradora, jamás había visto tantos soldados unidos y emocionados por destruir una tierra cristiana, no pudo evitar temblar ligeramente por la impresión que le produjo, sintiéndose traicionado e invadido por un montón de emociones y recuerdos fugaces de su hermandad perdida con Castilla.

Portugal cerro los ojos lamentándose un poco por todo lo que habían vivido para encontrarse en este precipicio una vez más... una mano delgada y algo esquelética se posó en su hombro, devolviéndolo al presente y sosteniéndolo, era Inglaterra que con su mirada esmeralda le recordaba que no podía seguir siendo el pequeño joven que aun soñaba con la paz y el reconocimiento de su familia, que debía luchar y defenderse, que debía seguir aquí pero para recordarle al mundo entero de que debía seguir existiendo tenía que hundir los viejos días felices en un mar de sangre. (17).

Así que sin perder más el tiempo, ambos cogieron sus armas y vieron como el caos empezaba a su alrededor, tuvieron que separarse, pues Inglaterra tenía un don con el arco que no debía ser desaprovechado mientras que el portugués era un maestro en el uso de la espada, estarían en la misma batalla, combatiendo por el mismo motivo pero desde distintos flancos y aun así cuando se posicionaron y se preparaban para una agotadora lucha, siguieron buscándose con la mirada, como si necesitaran cerciorarse de que el otro seguía allí para poder continuar.

...
Una lluvia de flechas caía sobre ellos sin piedad y los gritos de dolor producían una cacofonía terrible, nadie podía ver más allá del paisaje decadente donde los cadáveres se acumulaban a sus pies y la sangre salpicaba por todos lados, el ejercito castellano era numeroso pero comenzaba a perecer en una masacre sin igual, siendo atravesados por las flechas que no dejaban de caer y las fuertes estocadas de los caballeros de Portugal.

Las caballerías francesas no pudieron subir la colina como habían planeado, tuvieron que dejar los caballos y colapsaban en su inútil intento de llegar a la cima a pie. Para los portugueses el escenario no era mejor, combatían de forma inhumana, tropezaban con el mar de gente que intentaba hacerles caer y se tambaleaban por la presión, la batalla se cobraba las vidas, se cobraba el honor y los valores de las personas que en momentos así no hacían nada más que ceder a sus instintos, chillando y retorciéndose, pidiendo clemencia hacia un dios indiferente que solo contemplaba como los hermanos se asesinaban unos a otros.

En la cima, corriendo de un lado al otro, con las manos laceradas y ensangrentadas estaba Inglaterra, quien se concentraba en dispararle a sus enemigos, su presencia pasaba inadvertida, pues aparecia y desaparecía en medio de la multitud de arqueros valientes y despiadados, los franceses, que eran sus principales víctimas por haber intentado atacar por este flanco con su grandiosa y ahora inexistente caballería, perecían en el campo de batalla pero había una figura en medio de ellos que permanecía de pie, atrapaba las flechas con un escudo y sus movimientos demostraban una extraña familiaridad con este tipo de ataques, ese era Francia quien avanzaba con firmeza.

Pronto llego al sitio en el que muchos de sus caballeros muertos habrían soñado; la pequeña fortaleza del bando enemigo, sabía que al ser uno de los pocos que sobrevivió a la tormenta de flechas no tendría muchas oportunidades de hacer un ataque real y significativo contra los ingleses pero estaba más interesado en poder hacerles bajas, estaba especialmente interesado en encontrarse con cierto joven rubio de aspecto descuidado para confrontarlo, sin importar el destino de su bando, se aseguraría de tener al menos su tan esperado combate con el inglés.

Inglaterra se cruzó rápidamente con un par de ojos zafiro que conocía muy bien era Francia que siempre tenía la habilidad de encontrar al inglés sin importar donde estuvieran, el tiempo pareció ir lento mientras se observaban y el resto del mundo amenazaba con desaparecer a su alrededor, Inglaterra dejo de ocultarse para hacer que Francia se acercara.

La costumbre y el orgullo impedían que el británico retrocediera ante el francés, estaban en una tierra muy distinta a las de ambos, estaban en una batalla que no les pertenecía por derecho propio y de la que no eran protagonistas pero estaban allí, en lados contrarios, siendo enemigos, como lo habían hecho desde hace cincuenta años y fue ese pensamiento el que hizo que por un segundo el semblante firme y malhumorado de Inglaterra cayera.

El cansancio, ilumino su rostro, este encuentro le hizo ver cuanto anhelaba y necesitaba la paz en su propia tierra, en lo poco que quería estar en otro combate contra Francia, no por la persona que fue y amo, sino porque simplemente quería seguir adelante. Así que cuando volvió a sostener su arco, listo para atacar, una determinación furiosa le invadió, no dejaría que el imbécil de Francia lo venciera pero tampoco le extrañaría, en este instante Inglaterra se decidió a no lamentarse nunca, ni molestarse en sus más profundos pensamientos por el destino del galo, así que se dio la vuelta para esfumarse de la escena. (18).

...

Portugal no estaba muy lejos de su rey, habiendo jurado protegerlo y siendo el mismo una persona influyente, no pudo adentrarse realmente en la contienda que ocurria a unos cuantos pasos de él, pero aun así seguía blandiendo su espada y cortando a los invasores que se acercaban, su respiración era acelerada, el sudor goteaba por su frente y aun así el cansancio no se apoderaba de su cuerpo ni de su mente.

No podía parar, no podía rendirse, así que sin importarle el destrozar sus nervios o que el filo de las espadas le atravesara, seguía en la lucha, daría cada fibra de su ser para derrotar a Castilla y con ese pensamiento pareció invocar al causante de sus pesadillas en los últimos años, con un aspecto molesto e indignado apareció Antonio, que se acercaba con un pequeño grupo de caballeros, el portugués comenzó a preguntarse si combatían contra personas o contra ratas, porque seguían apareciendo cada vez más adversarios.

Cierto impulso tonto e infantil casi hizo que avanzara en el campo de batalla para confrontarlo pero esa sería una decisión absurda, que su hermano pudiera adentrarse lo suficiente en su territorio para notar su presencia a tan solos unos cuantos pasos era una señal obvia de que la balanza se inclina a favor del castellano, temió por unos segundos que pronto apareciera el rey invasor con una expresión tranquila y dichosa, anunciando que habían logrado su objetivo pero para su desconcierto este nunca apareció. Aun cuando parecía que el caos reinaba entre las filas enemigas, lo que vislumbro por un momento como un rayo de esperanza se quebró tan pronto se dio cuenta de que seguían ganándoles en número y fue cuando noto con gran estrés que se elevaba la cantidad de prisioneros a un ritmo alarmante.

Varios de los hombres del enemigo comenzaron a rendirse con facilidad, dejándose atrapar y pudo contemplar una posibilidad riesgosa que les llevaría a la ruina; una revuelta por parte de los vencidos, entonces cobro sentido la repentina aparición de su hermano en esa zona, fue un duro golpe ver que sus pequeñas victorias, aquellas que tanto les costó conseguir, serian ahora las posibles causante de su condena sino hacían algo para evitarlo y con gran horror vio su única salvación: el asesinato de los rehenes, un acto imperdonable, que solo avivaría el odio de los castellanos, hacerlo podría hacer que perdieran.... O podría hacer que salieran triunfantes.

...

Las horas pasaban y las vidas de los caballeros se marchitaban, el rey João se encontraba en una encrucijada, cuando su país expreso su opinión, Nuno corroboro sus palabras y señalo el peligro real que representaban esos prisioneros, el tiempo se les acababa, no tenía más alternativa pero a pesar de todo la decisión era demasiado escabrosa y ningún hombre quería ser el portador de la sentencia de miles de hombres que habían pedido el perdón y habían abandonado aparentemente la lucha.

João miro con gran tensión a su nación Portugal, preguntándole silenciosamente si esa era la opción indicada y este paralizado por unos segundos reflexiono.

Si obtenían su victoria asegurarían su hogar, asegurarían su mera existencia y podría dejar de ser acosado por la constante amenaza de Castilla quien siempre intentaba reducirle, si perdían, serian arrastrados por la maldición de la península y puede que con el pasar de los años, se esfumara como lo habían hecho otros tantos, siendo tragado por la sombra de una figura más grande y memorable, así que no podía permitirse una derrota, aun cuando todas las probabilidades estuvieran en su contra, simplemente no era una opción y con cierta frialdad en su voz se hizo escuchar entre la conmoción:

  — Asesínelos. (19).

...

— ¿Cómo te atreves? —fue lo que reclamo antes de apuñalarle y dejarle caer como si fuera una marioneta rota, el hombre era ahora un cadáver inmóvil, uno más a la gran pila de rostros deformados y podredumbre sobre la que se cernía Antonio, quien no pudo evitar un grito salvaje, producto de la frustración e impotencia que sentía en esos momentos, los ejecutores seguían corriendo lejos, listos para vivir otro día mientras su hombres, sus soldados habían sido asesinados sin clemencia alguna.

No era extraño este escenario pero era indignante que no les respetaran, ¡que los portugueses se tomaran el descaro de considerarse mejores y acortaran la vida de quienes cayeron en sus garras!, ¡debieron poder haber negociado, debieron darles la oportunidad de escapar al menos!, ¡debieron dejarles hacer algo! pero les arrebataron esa posibilidad y ahora sin el menor de los remordimientos avanzaban hacia su campamento.

En medio de la locura vio al usurpador de João quien había salido de su escondite, sin ningún acompañante, de forma descarada, como si se prepara para el paseo triunfal, pero esta contienda no había terminado y Castilla, sintiéndose terriblemente conmocionado se acercó sigilosamente por detrás, esperando un simple desliz para tomar la cabeza del bastardo, sin embargo sus planes fallaron cuando en un movimiento atrevido que pudo haberle costado la vida al nuevo rey portugués, apareció el mismismo Portugal para bloquear el ataque con su propia espada.

El castellano guardo silencio y simplemente dejo que su rostro demostrara cuan molesto y perturbado estaba en este momento, el filo de ambas espadas chocaba, produciendo un horrible llanto metálico que alerto al rey, que huyo con rapidez de esa escena, aunque no lo hizo sin antes rezar en voz baja por su nación, su tierra fuerte y bella.

Inicio el combate entre Castilla y Portugal, quienes danzaron a su forma en un duelo cruel y doloroso, eran dos hermanos, dos caras de la misma moneda, renunciando al lazo que les unió alguna vez, eran dos desastres naturales peleando por el dominio, sus ataques eran casi sincronizados, cada que Antonio atacaba Portugal evitaba el ataque, parecía que pudieran leerse la mente, pues cada movimiento que realizaron complementaba al otro, pero no era ningún poder sobrenatural el que les permitía este fenómeno de compresión, sino una larga vida que habían compartido en el pasado.

Alguna vez cuando eran pequeños e ingenuos lucharon con espadas de madera mientras reían y sonreían, sin saber que un día se enfrentarían con armas verdaderas en un mundo donde las risas ya no existían. Ninguno pudo dañar al otro de verdad, porque se conocían demasiado bien, ellos aprendieron a luchar juntos como aprendieron a amar al mismo tiempo, era el respeto a los días vividos los que impedían que perdieran el control, ambas miradas olivas se encontraron y supieron con palabras no dichas que el primero en hacer sangrar al otro, sería el primer traidor al lazo de hermandad que tenían.

Para Portugal ese fue Antonio cuando decidió invadirle. Para Castilla ese fue Paulo cuando decidió irse. Los dos reinos dejaron entonces de contenerse.

...

En una hazaña inesperada para el propio Portugal logro atravesar la mano de su hermano, vio como fluyo por el mango de su espada un pequeño lago carmesí, escucho el alarido, sabia lo que había hecho, sabia a quien había apuñalado y el descubrimiento de que Antonio no era infalible, le trajo una sensación mareadora y satisfactoria que poco le duro.

Cuando noto que Castilla siguió atacándole con la misma fiereza de antes pudo ver con claridad la imagen que inundaba sus pesadillas, estaba cara a cara con Antonio y su mirada despiadada, no había escape del golpe que le dio, tambaleándose, Portugal supo que era esto... era esto a lo que le temía en el fondo de su corazón.

Al fuego que contenía en su alma Antonio, no importaba que sus heridas ardieran, el seguiría luchando y arrasaría con todo, era el glorioso reino de Castilla, que avanzaba sin parar, reconocer esto hacia que Portugal se sintiera débil y patético en comparación, porque el sabía que el dolor podía paralizarlo, porque podía derrumbarse en cualquier momento y era una de esas verdades armagas que odiaba reconocer, mientras su ánimo decaía, afloraban las heridas en su piel, pues la espada del castellano hacia cortes con crueldad en sus mejillas.

El luso no pudo evitar retroceder algunos pasos, lo que fue una mala decisión, ya que la tierra bañada en sangre era blanda y le hizo tropezar, una vez que cayo con torpeza intento reponerse de tal vergüenza pero su hermano se lo impidió, Antonio estaba más que decidido a aprovecharse de cualquier ventaja que se le presentara, pues el resentimiento se había aferrado con fuerza a su corazón, en su cabeza y en su alma siempre sonaría el eco de los hombres a los que no pudo salvar, eran sus fantasmas personales que le exigían justicia.

Siendo consiente de que sería inútil intentar asesinar a Portugal de verdad (20), creyó adecuado hacerlo pagar y dejarlo en la inconsciencia, pero antes de que pudiera atravesar el pecho del portugués con el filo de la espada, un par de flechas rozaron suavemente su cuello. Volteo para buscar al arquero y se encontró con Inglaterra que se acercaba a ellos. En su distracción, los latidos del luso que se habían acelerado se calmaron un poco, recupero entonces el aliento y su orgullo, se levantó con dignidad y antes de permitir que Castilla reaccionara, lo apuñalo en el abdomen sin titubear.

...

Francia huía y su caballo protestaba por el peso muerto que cargaban encima, entre los brazos del francés estaba el cuerpo abatido de Antonio, quien se desangraba, sus ojos estaban cerrados pero a veces se abrían con intensidad sin embargo estos destellos de conciencia desaparecían con rapidez, para sus adentros el galo pensó que era lo mejor, pues no quería imaginar la cara que habría puesto el castellano de haber visto la caída del estandarte del rey Juan I. (21).

Ahora mismo el desorden entre sus ejércitos era total y los caballeros castellanos, aragoneses y franceses habían abandonado por completo la lucha, era un escenario lamentable donde las figuras gallardas y admirables ahora se reducían y dejaban lugar a un montón de hombres temerosos que lanzaban sus armas antes de correr despavoridos, el francés gruño con molestia al ver que se había cumplido el destino del que había intentado prevenir a Castilla aunque pensó con cierta arrogancia que se tenía bien merecida su herida y su derrota, pues si tan solo no hubiera sido tan endemoniadamente terco, la situación seria por completo distinta.

Pero había otro pensamiento carcomiendo a Francis, uno en el que sin importar porque ángulo lo viera no le parecía tener el menor sentido y esa era la reacción de Inglaterra, sabía que el británico podía ser impredecible, había recibido muchas pruebas de ello en la guerra sin embargo eso no explicaba su aparente calma... su indiferencia... y es que esa mirada vacía que le había dedicado le aterro, porque Inglaterra pudo ser muchas cosas con el pero jamás indiferente, siempre se mostraba molesto, herido, ofendido, orgulloso, arrogante, siempre le mostraba algo. Ya fuera un pequeño indicio o una gran prueba de que seguía anhelando los días pasados, donde fueron tan felices, era reconfortante saber que el también extrañaba esos tiempos y le asustaba que por fin se hubiera cansado, que al fin haya logrado llegar a su límite e Inglaterra pudiera apartarle de su corazón para siempre.

...

Se había sentido por completo irreal el amanecer que vino al día siguiente de la batalla. Portugal aun no podía abandonar su armadura y seguían formándose los planes para defender su tierra pero la ansiedad que le agobiaba semanas antes era casi inexistente, no tenía nada asegurado de forma tangible (22) pero algo en su interior había cambiado y le decía que la derrota sufrida por Castilla era el primer y verdadero paso que dar para reclamar su autonomía por completo.

La sonrisa era imposible de borrar del rostro del luso y con su buen humor se decidió a dar un paseo tranquilo por sus calles, le agradaba mucho estos momentos de paz y felicidad, donde su pueblo se sentía orgulloso de quien era y se proclamaban orgullosos como pertenecientes al reino de Portugal, dando vueltas, se acercó a un campo lleno de flores de lavanda, lo hizo emocionado pues amaba esas flores y en ese paisaje tan hermoso lo vio, era Inglaterra quien seguía en su hogar, tras el triunfo en Aljubatorra el parlamento ingles había decidido no poner ninguna traba a la ayuda que se brindaría a los portugueses y eso significaba que su nuevo amigo permanecería por mucho tiempo en su hogar.

Se saludaron con cierta timidez y no dijeron mucho, ambos más centrados en admirar las flores violetas que les acompañaban, pero el silencio que hubo entre ambos no se sintió incomodo ni extraño, sino reconfortante de una forma que era difícil de explicar, el luso quebraría el ambiente con unas palabras:

—De verdad tengo que agradecerte Inglaterra —y suspiro, movió sus manos con cierto nerviosismo, parecía que intentaba conseguir el valor para continuar— no le he dicho esto a nadie pero Antonio significo mucho para mí y en ocasiones sentía que yo giraba a su alrededor, no sé si sepas cómo es eso (23), el caso es que cuando se hizo obvio que no respetaría mi autonomía y en consecuencia no me respetaba a mí...me sentí devastado... pero entonces apareciste y deje de sentirme solo, de hecho viendo atrás tengo la sensación de que pareces estar salvándome todo el tiempo, llegaste con una tormenta cuando más lo necesitaba (24), me ayudaste en mis batallas y a pesar de que tus superiores se mostraron reacios a ayudarnos por nuestros fallos pasados, buscaste la forma de darme apoyo, es como si fueras mi caballero de armadura dorada. (25)

El sonrojo en el rostro de Inglaterra fue épico y el nerviosismo con el que intento pronunciar sus palabras fue hilarante, fallo en su misión y decidió guardar silencio pero una risa nerviosa escapo de sus labios y dijo con cierta extrañez:

—Eres el primero que cree eso —escucharse en voz alta le hizo sentirse algo triste... porque era una mentira, no era el primero en decirle algo similar pero las palabras de Portugal sin duda sonaban mas sinceras que las dichas por Francia hace tantos años, en general muchas de las acciones del portugués se sentían distintas aunque fueran parecidas, sus halagos, sus bromas, sus peleas juntos, le hacían sentirse seguro y querido como nunca antes.

Tal vez era porque Portugal no busco burlarse ni empujar sus límites simplemente aceptaba sus respuestas y le daba su espacio, pensó en que le gustaría permanecer a su lado por todo el tiempo que pudiera, antes de que la guerra y la ambición les hicieran enemigos tarde o temprano, aunque al inglés le gustaba soñar con la pequeña posibilidad de que conforme pasaran los años, siguieran juntos, sin tener nunca que apuntar su espada al portugués, era solo una ilusión tonta e infantil, sabía que era imposible poder estar tanto con alguien... ¿o no? (26).

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