8 - Maya y la guacamaya

1.5K 153 62
                                    

Esa mañana casi me da un infarto

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Esa mañana casi me da un infarto.

En algún momento de la tarde entre el café, el sol y la charla nos dejamos llevar por el sueño y nos quedamos dormidas sobre la hierba, apoyadas en el hombro de la otra.

Por la mañana lo que despertó a Halia fue mi muy —pero muy— penoso grito. 

Nunca he sido muy valiente, no me gustan las películas de horror, ni los lugares que supuestamente están embrujados, ni siquiera las fusiones de comida rápida. Así que al despertar con un ave picoteando mi cabeza la poca valentía que pude haber tenido se esfumó. 

No me moví, simplemente grité como desquiciada al sentir algo halando y picoteando mi cabello.

Halia se levantó alarmada, pero no vio nada alrededor. Claro, porque la pequeña amenaza estaba sobre mi cabeza, buscando quién sabe qué ahí arriba.

Aunque en realidad la guacamaya no era ninguna amenaza, de hecho, era muy amigable, solo que yo estaba muy asustada y a veces mi lado más dramático salía a la luz.

—Mira qué linda guacamaya tienes ahí. —dijo al acercarse, ofreciéndole al ave su brazo como nuevo soporte. 

Y así de sencillo, el ave se apartó de mi cabeza y se acomodó con  gracia sobre el brazo de Halia. 

La pequeña ave verde la acariciaba con su cabeza y sus alas.

—¿Nunca habías visto una guacamaya? –preguntó– Hay muchas en la ciudad. 

—Sí, sí las había visto, pero volando… nunca sobre mí. Aunque esta parece muy pequeña.

La luz iluminaba cada punto del parque, las hojas brillaban con el rocío de la mañana, y la hierba bajo nuestros pies estaba húmeda. Aún se conservaba en el ambiente el suave frío de la madrugada. 

Saqué el envase con la fruta de la noche —que milagrosamente no se había estropeado— y la pequeña Verde giró su pescuezo hacia mí, mirándome fijamente con sus lindos ojos. 

—¿Quieres? — acerqué la taza con melón y fresa y en un movimiento enternecedor, movió sus patitas y se inclinó para tomar con su pico un trocito de melón. 

Sonreí al ver cómo masticaba con fervor y movía sus alas en respuesta. 

–Maya –me llamó. Su mirada era muy intensa. Parecía estar luchando por contener una sonrisa –¿Puedes tener piedad de mí? –la miré confundida– Si eres tan linda me puedo morir, ¿entiendes? ¿Acaso quieres que me muera? 

–Y yo pensando que era dramática… –reí. 

Seguí alimentando a Verde e ignorando la mirada de Halia sobre mí. Ya estaba suficientemente sonrojada en ese momento, si la encontraba mirándome así podría explotar de calor. 

 Halia levantó la mirada hacia las copas de los árboles, y me entró una duda sobre la pequeña ave.

—¿Crees que está sola? —pregunté al notar su expresión. 

Las almas de Halia y MayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora