Capítulo 18: No eres una bestia, Atom.

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6 de Abril, 1986.


Atom Bates.


El día está frío, aunque no es época de vientos. Tomé lo último de mi taza de café.

—Oh, no—escucho a Callum exasperar. De la cocina viene con una botella colgada de su dedo pulgar. Las carcajadas de Hult son fácil de apreciar.

—¿Qué te pasó?

—Se me atoró el dedo—suspira. Mira la botella, me mira a mí, luego vuelve a mirar a la botella.

—¿Y cómo llego ahí?

—Sólo lo introduje, y ya. Más nunca salió.

Hult aparece riendo. Trata de decir algo, pero la risa le gana.

—¿Y por qué metiste el dedo?

—Él me retó—señala acusadoramente a Sullivan.

—No te apunté con una jodida arma y te exigí que lo hicieras—se defendió, aún riendo con Callum hallando la forma de sacar su dedo.

—Fue un trato, viejo. Meto el dedo, lo saco y tú cocinas hoy.

—¿Es en serio?—ahora miro a ambos—¿Eso es lo que hacen para ver quién cocina hoy?

Los dos asienten al mismo tiempo. No sé quién es más idiota, hacen una rifa y los dos ganan el mismo premio.

—No lo sacaste, así que tú cocinas—dice Hult.

—¿Cómo cocino con esta cosa en mi dedo?

—Ven aquí, niñita—suspira con impaciencia. Toma la botella, Callum se estira y antes de tiempo Hult y Callum caen al suelto estrellando la botella con ellos.

—Ustedes...—los señalo—...no son normales.


Pasé por la biblioteca, tomé prestado La Fatalidad de Saturno. Pasé por una tienda de música y le compré a Annie un disco de Journey. Estoy seguro que estará encantada de escucharlos. Aunque no pude llevarla a un concierto de ellos, llevaré el concierto hasta ella.

¿Le gustarán las donas? A casi todos les gustan las donas. A mí me encantan, así que compré una caja repleta de estas. Sólo deseo que no sea intolerante a algún componente o algo así.

Hubiese sido más inteligente comprarle algo más sano. Fruta o yogurt. Sin embargo, Annie no parece alguien que se la pase comiendo yogurt en sus días libres.

Hoy deberían admitir visitas, está más estable. Así que puedo entrar de una forma casual sin escabullirme ni nada por el estilo. 

Por una tienda noté que colgaba un llavero de Saturno. Pensé en ella, le encantará. Lo sé. También lo compré. Deseo que esté feliz todo lo que pueda.

Introduje el regalo dentro del bolsillo de mi chaqueta. Entré al hospital, me registré como visitante y subí al tercer piso. Esta vez debo pasar por la recepción y no de largo.

—Buenos días—saludo, amablemente. E incluso intento plasmar una sonrisa. Que no me sale para nada.

—Buenos días, ¿está de visita?—indaga la enfermera.

—Sí, habitación veintisiete.

Me deja pasar sin ningún problema, ni preguntas como el nombre del paciente.

Sin embargo, me extraña que la habitación de Annie está vacía e impecable. No están sus cosas, ni nada que pueda decir que alguien durmió allí.

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