dix -huit. Claremont and Hove. Primera parte.

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El veneno se podía ver salir desde  la frente de Adrien que le ardía como nunca antes.

En Brighton desde 1964, cuando empezaron las primeras mods de las mafias, había una clara diferencia entre la sangre y tierra negra que corría por los barrotes del Brighton Pier, y las limpias pieles que se bronceaban o seguían blancas en las playas de alrededor del puerto, del muelle, y Berling Gap. Había como una gran línea vertical que cubría y lo cambiaba todo después de mancharlo todo de color marrón terroso. Todo el mundo sacaba sus naipes en partidas de Black Jack, incluso mantenían tu cuello casi recto aunque tembloroso como un faro al pasar el filo de una baraja de cartas de tus hombros a tus venas. 

En Brighton la mafia podía elegir matarte solo por cuantos pasos en falso dieras tú, y cuánto más fácil se lo pusieras. Él que había sido como su propio padre, más bien su padre adoptivo había muerto supuestamente atacado por una de ellas, aunque la forma en la que lo encontraron en la playa dio a pensar que fue un suicidio.
Allí había sido dónde había mirado por última vez a su hermano a los ojos. Esas esferas azules que ya casi no conocía, porque no podían ser de su misma especie si su hermano sacrificaba gente inocente, y desde entonces él llevaba las varas del diablo clavadas en el cuello, y los clavos como espinillas creando hondonadas de llagas, no solo en sus manos sino en su vida.

No le importaba mostrar su mal humor, ni su mal genio a la gente que caminaba a su alrededor, a veces rozándolos o adelantándolos con enfado, pero lo que colmó el vaso fue ver a Georges riéndose con Claudia.

Habría entrado y le habría gritado lo mucho que le había jodido el que fuera tan protector con su hermana. Pero no podía hacer eso, sólo él estaba rojo y verde de envidia, como Lilith con una manzana mecánica pudriéndose en la boca.

Y eso que Elena no estaba en ninguno de esos sitios.

Cuando tapó el rostro de Elena y el suyo en el Regent Café con el periódico que simulaba leer, había recortado y arrancado varias noticias destacadas del periódico, relacionadas con los últimos tiroteos y con una nueva muerte que podría estar relacionada con el caso de Don Barry, su padre adoptivo, su padrino y sobre todo su padre.

 Había colapsado todas las cabinas telefónicas para llamar a Terrence Scott, pero el muy colgado no cogía el teléfono y maldita la hora, que no tenía más dinero suelto, le sobraban billetes en la billetera, pero monedas sueltas nada. 

Según el periódico había muerto en extrañas circunstancias uno de los cabezas del líder de la pandilla de su hermano. Black Jack no, ese era intocable, y si Black Jack caía, algo desastroso y peor que los pandilleros de los 40, pasaría en Brighton.

Pero si Black Jack no estaba muerto, ¿quién? Intentó no imaginarse uno de los peores escenarios de su vida, que sería si su hermano hubiera muerto tratando de defender a un matón que por él lo llevaría al precipicio de Berling Gap y  amenazaría con tirarlo hasta que se arrodillara a sus pies jurándole lealtad.

Pero Andreas se había ganado la confianza absoluta de Black Jack y nadie en Brighton sabía porqué un chico como Andreas había sido seducido por alguien tan sangriento como Black Jack.

Black Jack y los suyos habían planeado atacar el restaurante del Hotel Claremont, reservándose una cena particular en el lugar más especial, por algo era un hotel de cinco estrellas, y el lugar que los peores pandilleros deseaban tirar con todas sus fuerzas, deseaban ver arder y sangrar.

Adrien reservó una mesa en otro lugar del mismo restaurante, al saber que Georges, Claudia y Gainsborough estarían allí. Tenía la esperanza de que también estaría Elena.

Adrien aparcó la mod detrás de un Mercedes que no conocía, y el anterior a ese era el coche de Georges. Sonrió y entró por la puerta del hotel, se dirigió a recepción dónde pidió una habitación, le dieron una en la última planta. Daba la casualidad  de que también quedaban dos habitaciones libres en la buhardilla de Claremont. Eligió una de esas dos.

Le dijeron que podía entrar al restaurante, que las mesas estaban listas desde las siete pero que ahora estaban con unos pequeños cócteles que entrarían antes de los entrantes.

Aún así, Adrien se escabulló un rato antes de entrar al salón, se ubicó en unas paredes mientras observaba como una señora que le resultaba muy familiar entraba por la puerta de cristal automática, llevaba un bolso en su codo y lo llevaba con total gracia, llevaba los labios pintados hasta la extenuación, las sombras de los ojos estaban realmente marcadas, y las cejas algo recortadas de forma horrible, pero muy pelirrojas. Sonrió de manera cordial pero petulante y casi arrogante al botones del hotel, y le dirigió una mirada demasiado abrasadora a Adrien.

A ella, le siguió un chico igual de alto que Georges, pero de unos ojos miel, y bastante pelirrojo, el cuál parecía rezagarse para una aparición estelar que venía detrás de él. Una chica rubia de ojos azules, y cabello rubio, tan largo que se le podría hacer una trenza larga o una cola de caballo y barrer todo el mar y toda la suciedad de Brighton con ella.

Llevaba un vestido de tirantes de color azul metalizado, y detrás de ella, Adrien sintió que su corazón se paraba, al ver a Elena con el pelo recogido en un hermoso moño de trenzas, amarrado como una cesta de mimbre decorada con flores y enhebrada con lirios. Sus ojos verdes brillaban más que cualquier luz, y sus labios dibujaban una leve sonrisa, que se ensanchó al mirar mientras caminaba el vestido nuevo que llevaba . Un vestido satén rosa de tirantes que él no le había visto nunca. Una rosa de cristal se dibujaba como la bola del mundo en un colgantillo que rozaba su pecho, con pequeñas esferas de perlas y diamantes, Adrien quiso buscar en la distancia si el colgante de media luna ocupaba esa noche un lugar en su cuello, y efectivamente así era, lo camuflaba bien entre su piel y las cuerdecillas del collar, entre las que trepaba la plata de media luna. Adrien se camufló como pudo entre la gente del salón y se sentó en la mesa que le habían reservado, los puños le ardían de lo nervioso que estaba pero intentó no mordérselos, sentía que tenía un reloj dentro de él que le indicaba que cada minuto que pasaba, Elena estaba en peligro. Vislumbró con las pestañas cansadas como la espalda del vestido iba descubierta, sólo en la nuca se veía el contraste de su blanca espalda con el brillante metálico de los collares. Ella paseaba un poco cohibida entre los vestidos de las demás, cuando su espalda era la mejor constelación de todas las espaldas de todas aquellas chicas.

Le ofrecieron una copa de un vino de la Rioja, porque esa noche era demasiado especial para malgastarla saboreando el triste sabor seco de la cerveza. Él aceptó, miró el reloj y luego miró a su alrededor, todo parecía tranquilo, y Black Jack aún no había llegado a su sitio. Se volvió a fijar en Elena, y otra vez en la señora italiana, ahora recordaba su nombre... Anastasia, quién puso sus dos manos casi hirientes de todos los anillos que llevaba en la espalda de su querida sobrina Elena. Parecía inclinarse a ella y decirle un par de cosas al oído. Luego, el chico pelirrojo que venía con ellas, les presentó a uno rubio de ojos verdes, que entró en conversación rápidamente con Elena. Él quería ver la reacción de Elena ante tal intromisión pero, todas las cinturas, caderas y espaldas casi esmaltadas unas sobre otras, el esmalte de las uñas casi despiadado tapaban su visión. Y él se rindió. Porque de un momento a otro Elena no estaba en el salón.


















Nota: Este capítulo y el siguiente los voy a dividir en primera y segunda parte. Claremont and Hove es una abreviatura que le he puesto al capítulo, del hotel que realmente se llama The Claremont Hotel de Brighton and Hove, y es porque aquí he decidido ambientar esta parte de la historia. Esperar la siguiente actualización porque va a ser absolutamente... bueno, no puedo decir nada todavía, pero tengo pensado algo super romántico.

Nos leemos.

the rose and the thiefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora