¿Puede un primer amor ser para bien o para mal?
Olivia es una joven sencilla, a pesar de provenir de una familia adinerada. Su vida da un giro inesperado cuando se muda con su familia a California, donde conoce a Luca y Jane, quienes se convertirán...
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Andrew Morgan es un reconocido empresario, dueño de más de diez empresas en diferentes países. Gracias a su esfuerzo, dedicación y responsabilidad en su trabajo, ha logrado una gran fortuna.
La mayoría de las personas me conocen por ser la hija del millonario Andrew Morgan. He tenido amistades por interés durante años, pero me gustaría tener una amistad sincera, que me conozcan por mi cuenta y no por la influencia de mis padres. Las personas son egoístas e interesadas. Se fijan en el exterior de una persona y no en el interior. No es que no me guste hablar de mis padres; al contrario, me enorgullece hablar de ellos porque sé por cuánto pasaron para llegar a donde están. Pero a veces, me disgusta o me hace sentir mal.
Los chicos me observan atentamente, esperando una respuesta.
—Sí, soy hija de Andrew Morgan —confieso.
En todo el rato que llevamos hablando, he sentido varias miradas que trato de ignorar, pero es imposible olvidarme de su presencia. Mientras seguimos en esa mesa redonda, no me doy cuenta de que he estado jugando con la mano de Luca. Me estoy aburriendo un poco, así que saco mi celular, coloco los audífonos para escuchar música y le ofrezco uno a Luca, quien lo acepta con una pequeña sonrisa. Ladeo un poco mi cabeza al ritmo de la música y me encuentro con el chico de ojos grises, que me mira fijamente. Tomo nuevamente la mano de mi amigo para jugar con sus dedos y, para mi sorpresa, al levantar la vista, me encuentro con el chico pelirrojo y el de ojos grises, que no me están observando a mí, sino que miran fijamente mi mano entrelazada con la de Luca, quien me sonríe tiernamente.
[...]
Ya en la salida, Stevens está esperándome recostado sobre el auto. Cuando me ve, sonríe.
—Hola, señorita Olivia —me saluda mientras abre la puerta para cederme el paso.
—Stevens, ya te dije que no me gusta que me digas señorita —le digo. Se escucha muy formal viniendo de ti, y como tú eres parte de mi familia, me puedes decir Livvi. ¿Quedó claro?
Stevens asiente antes de hablar.
—Muy bien, Livvi. ¿Cómo te fue? —pregunta mientras enciende el auto.
—Bien, de hecho, ¡hice nuevos amigos! —respondo.
—¡Eso estuvo muy bien, Livvi! Ya dimos un gran paso. Vamos por más, cariño, tú puedes —me dice, y puedo apreciar un toque de orgullo en su voz. Si Stevens me lo dice, es por una razón: si pude dar ese pequeño paso, entonces puedo lograr más, y eso espero.
—Gracias por todo, Stevens —murmuro, dándole un beso en la mejilla—. Y dime, ¿cómo está Mila?
—Bien, está con sus papás de vacaciones en Londres.
—Qué bien, espero que se lo estén pasando de maravilla.
—Sí, hace un rato le llamé y me dijo que se lo estaba pasando increíble en compañía de sus papás y que le alegraba verlos muy felices.
El resto del camino a casa fue muy cómodo, entre conversaciones sobre cómo está su familia y qué planes tiene para cuando lleguen sus vacaciones, hasta cómo me sentía con todo esto de la mudanza, la nueva casa, la nueva escuela y el hecho de que tengo amigos y me veo más alegre en comparación con los últimos meses en Nueva York.
Una de las cosas que más me gustan de Stevens es que se preocupa demasiado por mí, Aisha y mis padres, y por eso se ha ganado toda la confianza de mi familia para ser la mano derecha de mi padre. No es solo eso lo que me gusta de él, sino el hecho de que le puedo contar mis problemas, a lo que él me da consejos. Si son un poco graves e incluyen a terceras personas y no quiero que mis padres se enteren, él es quien me ayuda a resolverlos. Es como mi segundo padre y, en otra situación, un gran amigo. Si un día Stevens decide ya no trabajar con nosotros, no sé qué haría sin él, pero sé que cualquier decisión que tome, yo lo apoyaré a él y a Mila.
Voy directo a mi habitación para dejar mis cosas. Bajo las escaleras dando pequeños brincos de dos en dos, encontrándome con Aisha, quien me ve con desagrado.
—Y luego dices que la infantil soy yo —comenta, dándole un mordisco a su manzana.
—No toda la vida hay que ser amargada, hermanita. Si te lo digo a ti, es porque me gusta fastidiarte a veces cuando me aburro.
La dejo atrás mientras me adentro en la sala y ubico a mi mamá, que está sentada en uno de los sofás. Me acerco para saludarla.
—Hola, mamá.
Mi madre retira una de sus revistas para observarme.
—Hola, cariño. ¿Acabas de llegar, cierto? —pregunta, volviendo su vista a la revista que está sobre la mesa.
—Sí. ¿Cómo va todo con la nueva línea? —comento. Mi madre es una gran diseñadora de modas.
—Bien, de hecho, estoy viendo uno de los diseños que me mandó Ane para la colección. Pero hablemos después de mi trabajo. Ahora dime, ¿cómo te fue?
—Bien —me siento a un lado suyo, tomando una revista.
—¡Me alegro, cariño! Esa es una buena noticia de tu parte.
Me vuelvo para verla.
—Sí, oye mamá, ¿cuándo es la inauguración de la empresa de papá?
Mi madre me da una sonrisa ladeada.
—Dentro de un mes y medio, cariño —me extiende un sobre color crema—. Toma, esa es la invitación.
Tomo la invitación, levantándome del sofá.
—Voy a estar un rato en la biblioteca.
Entro en la cocina para prepararme un chocolate caliente y un par de galletas. Cuando los tengo listos, busco mis lentes de lectura y me dirijo hacia la biblioteca. Al abrir la puerta, el olor a libros invade mis fosas nasales. Cierro la puerta para caminar en dirección al estante donde se encuentran las novelas románticas. Me detengo en un libro que llama mi atención y lo tomo. Su portada es de diversos tonos de verdes, acompañada de flores en rosa y amarillo, pero no es eso lo que me atrae, sino la frase de la primera página.
—"Amar es destruir y ser amado es ser destruido" —leo en voz baja.
Dejo la taza con el plato de galletas en la pequeña mesita para sentarme en el sillón que está junto a la ventana y empiezo a leer aquel libro. Varios toques en la madera de la puerta invaden el silencio en el que me encuentro.