Ella era única, sí, única de corazón. Ellos no. Tenían el alma podrida. Ella resaltaba entre todos cuando se unían. Solían rodearla para imantarse de su aura. Ellos andaban desgarbados, encorvados y lucrados. Era el peso que llevaban a rastras. Ella caminaba erguida, con pasos deslizantes y delicados. Como si el viento la trasladara. Sí, era inevitable admirarla. Una especie de energía envolvente la diferenciaba del resto. Ellos se contagiaban del gris, era el color que los identificaba. Ella era blanca, como la luz de la luna. Desprendía un halo a su alrededor que la hacía resplandecer. Tenían la voz fúnebre, todos ellos hablaban roncos y con eco. Ella emitía sílabas silofónicas. Era un placer sentirla, al igual que mirarla. Ellos lucían una piel arrugada, como las papas canarias, ella una piel tersa, como el agua de una cascada. Ellos tenían ojos endemoniados, cargados de ira y rencor. Ella ojos brillantes y transparentes, llenos de alegría y bondad. A todos ellos les gustaba la nariz respingona de ella, a ella le atemorizaba la nariz porruda de ellos. Eran como los trols, y ella como una diosa. Cada uno de ellos tenía un nombre peculiar, todos horribles, como su interior; Torcuato, Pitasio, Porfirio, Archivaldo, Hexidario, Cástulo, Demetario... Ella amaba su nombre, el cual la identificaba; Hada. Ellos sufrían de brazos largos, tan pesados como zancos. Y de piernas cortas. De ella pendían extremidades esbelticas, con formas definidas y agraciadas. Ellos no entendían de razón, solo se arrastraban por instinto. Ella amarraba las ideas hasta desbaratarlas. Ellos eran ciegos de conocimientos, austeros y pesimistas. Ella era pura sabiduría e inteligencia. Y optimista. Ellos dejaban pasar el tiempo. Ella deseaba que no pasara. Ellos envidiaban hasta la envidia, ella generosa hasta no poder más, los excusaba. Ellos habían nacido en cunas de oro y platino, y crecido entre riquezas y poder. Eran herederos desleales y fieros esbirros. Ella, alumbrada en la naturaleza, acunada por el viento y el sol, protegía sus raíces con la vida por delante. Ellos desprendían olor a rancio, como a queso añejo. Ella a salvia y flores. Era un espectáculo verlos aparecer. El horizonte se volvía oscuro y espeso, como si el aire se condensara. Ellos transformaban lo bello en atroz. Ella contrariaba al pavor, convirtiendo lo horrible en hermoso. Solía pasear por las noches, para velar por su origen. Salía a iluminar con su energía, arrastrando tras ella millones de luciérnagas. Ellos las espantaban. A hurtadillas la seguían para ansiar su don. Un don que nunca obtendrían por la peculiaridad de la vida. Ella los ignoraba, ellos la asediaban. Ella danzaba, ellos tropezaban. Ella vivía, ellos morían.Y el cielo desapareció, de repente el azul cayó, el negro lo ocupó. Ella miró hacia arriba, ellos se dejaron cegar. Ella siguió mirando, ellos también cegando. Ella acudió al auxilio, ellos la despreciaron. Ella intentó de nuevo. Ellos la presagiaron. Ella se elevó hasta desaparecer, ellos la lloraron.