No hagamos las cosas raras.

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Lily Anderson

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Lily Anderson.



Llevaba, más o menos, una hora pegada a la ventana. Y no había rastros de Abby. Y ya iban a ser más de las cinco.

Suspiré, y me decidí por salir a correr ya que ella no estaba ahí. Me despegué de la ventana y fui a mirarme al espejo.

Estaba horrible.

Puede que hubiese estado despierta hasta las tres de la mañana... solo llorando y viendo series. Y que, luego, me haya despertado a las ocho de la mañana. No había dormido nada, pero tampoco quería hacerlo.

Me cambié, busqué mi teléfono y mis audífonos y, un poco nerviosa, decidí bajar.

Solo llevaba un día sin hablar con Abby, pero ya la extrañaba.

Desearía poder borrar las últimas horas y que volviésemos a ser amigas.

Quise llamarla, escribirle, incluso aparecer en su apartamento, pero no podía ser una molesta. Me colgó. Y eso solo significaba una cosa. Una que, tal vez, no quería admitir, pero que en el fondo sabía.

Me mordí la cara interna de las mejillas al tiempo que salía del edificio, porque no quería seguir llorando.

Ese día hacía bastante frío, incluso parecía que llovería más tarde. Pero no le presté atención. Solo había caminado unos pasos fuera de mi edificio, cuando un gato negro pasó corriendo frente a mí.

¿Ese no era...?

¡¡Era Toribio!!

Sin siquiera pensarlo, me metí el teléfono entre la lycra y el abdomen y pegué la carrera detrás de ese gato condenado.

¿Cómo se había escapado?

— ¡¡Toribio!! —chillé.

El gato, claro, no paró.

Seguí corriendo, y fue entonces cuando vi a Luke a lo lejos.

— ¡¡Luke, agarra ese gato!!

Él volteó a verme, desconcertado, y luego observó al gato, espantado.

— ¡¡Lily, me dan miedos los gatos!!

Ya lo sabía, pero tenía que atrapar a Toribio.

— ¡Por favor! ¡¡Tú puedes!! —Intenté animarlo.

Vi como tragó grueso, pero aun así se preparó para tomar a Toribio, y, cuando le pasó por el frente, lo logró, gracias al cielo.

Luke tenía los ojos cerrados y lo mantenía lo más lejos posible de su cuerpo. Toribio se removía y maullaba como loco.

Me detuve junto a ellos, y me doblé apoyando mis manos en mis muslos para tomar aire.

— ¿Lo puedo soltar?

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