Capitulo 2

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Dolor. Un dolor lacerante y profundo. Un dolor abrasador.

Jimin intentó librarse de aquel inexorable tormento movién­dose, pero no sirvió de nada. ¿Por qué estaba boca abajo, como si fuera un cordero dispuesto para el sacrificio, sufriendo más de lo que podía aguantar un hombre?

—Nam, está recobrando el conocimiento.

—Aún no he terminado, señorito Yoongi. No deje que se mueva.

—Eso intento, Nam, pero es muy fuerte.

De repente, Jimin soltó un grito y se volvió a quedar inconsciente.

—¡Lo he conseguido, señorito Yoongi! —La voz de Nam era exultante mientras dejaba caer en un plato metálico la bala que acababa de sacar de la espalda del desconocido—. Páseme ahora la botella de whisky para desinfectar la herida.

—¿Crees que es lo mejor?

—Es lo único que tenemos.

—¿Vivirá? —preguntó Yoongi, lleno de preocupación.

—Eso no puedo saberlo. Parece un hombre saludable. No muestra la palidez típica de la prisión. No sé de quién o de qué escapaba, pero no me parece un forajido. De todas maneras sólo es mi opinión.

—Confío en tu juicio, Nam. Ahora ya puedo ocuparme yo solo. Ve a comer algo.

—¿Está seguro?

—Sí.

Después de que Nam se marchara, Yoongi cubrió la herida con un apósito de algodón realizado con las tiras que había cortado de una sábana. Luego rodeó el pecho del hombre con otra larga lira para mantener el paño en su lugar. Cuando terminó, retroce­dió un paso para inspeccionar el trabajo.

Nam había desnudado al desconocido dejándolo en ropa inte­rior mientras él hervía agua y desinfectaba el afilado cuchillo que el vaquero le había pedido. Cuando regresó a la habitación, el ex­traño estaba boca abajo cubierto hasta la cintura por una sábana.

La espalda, los brazos y el pecho del hombre estaban bronce­ados, como si estuviera acostumbrado a trabajar al aire libre sin la protección de una camisa. Era alto y corpulento, un formidable espécimen masculino. Delgado pero musculoso en los lugares ade­cuados. No tenía acumulada grasa alrededor de la cintura. Supuso que si pudiera verle las piernas, éstas serían tan fornidas como el resto del cuerpo.

Tenía el pelo liso y oscuro y lo llevaba algo más largo de lo que se estilaba, justo por debajo de los hombros, pero aquello no ser­vía más que para realzar aquella agreste belleza masculina. Le había caído un mechón sobre los ojos y Yoongi alargó la mano sin pensar para colocárselo. Le pareció suave, espeso y pesado entre sus dedos, y lo estuvo acariciando durante más tiempo del necesario.

De repente se dio cuenta de lo que estaba haciendo y apartó la mano como si se hubiera quemado. Aquel extraño no era una de sus fantasías, sino un hombre al que no conocía. No tenía ni idea de quién podía ser, pues no llevaba identificación de ningún tipo, sólo un montón de dinero en el bolsillo del chaleco. La ropa era de buena calidad y las botas parecían nuevas. Si se trataba de un forajido, desde luego le iban muy bien las cosas.

Nam volvió al poco rato.

—Yo me quedaré con él ahora, señorito Yoongi. Vaya a comer algo. No podemos hacer nada más por él, salvo asegurarnos de que está cómodo.

—Me pregunto quién será —reflexionó Yoongi en voz alta.

Nam encogió sus delgados hombros.

—Me temo que tendremos que esperar a que esté lo suficien­temente bien como para decírnoslo.

—Volveré dentro de un rato —dijo Yoongi acercándose a la puerta. Se detuvo en el umbral y añadió—: Intenta que beba algo de agua antes de que le suba la fiebre.

Un amor extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora