Capítulo 17: El Novato.

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Caían como moscas uno tras otro, le sorprendió increíblemente lo natural que le salía pelear en contra de los muertos. Era tan sencillo como tomar a uno, bloquear cualquier golpe que le arrojara y luego contraatacar con el cuchillo a cualquier parte de la cabeza.

La Teniente Rowen tenía razón, debía concentrarse mejor en la acción y no en pensar y repensar cada movimiento, dejar que el cuerpo fluya, que la memoria muscular hiciera lo suyo para actuar en cuando la adrenalina estuviera activando su cuerpo.

Ignorando la lluvia que caía aún con fuerza, tomó otro objetivo para rematarlo al instante de un cuchillazo en la frente. Sacó su nueve milímetros, ejecutó una ráfaga cinco disparos con cinco Infectados abatidos, lo guardó y avanzó a golpe de cuchillo. Apuñalando aquí y allá, esquivando, haciendo perder el equilibrio con suma facilidad a los cadáveres a pesar del suelo lodoso.

Avanzó a golpes de cuchillo sin detenerse a ver si su escuadrón lo acompañaba, él podía mantener su postura sin resbalar y lograba afirmarse para cada duelo que se presentara, solo avanzó repartiendo muerte.

De repente, un Infectado extremadamente obeso se abalanzó sobre él. Arthur se afirmó al suelo, esperó hasta el último segundo y, cuando el cadáver lo atacó con un golpe de sus brazos, lo esquivó con facilidad para luego bloquear un segundo golpe. Pero algo salió mal; un tirón de su capa le hizo perder el equilibrio y recibió el tercer golpe en el rostro.

Sintió como parte del brazo del monstruo se frotó con sus propios dientes, haciendo que estos se rasparan con la piel muerta del Infectado. El sabor de la carne muerta le revolvió el estómago y le hizo lagrimear los ojos. A pesar de esto, trató de mantenerse firme en la postura, intentando no perder el equilibrio. Sin embargo, algo seguía tirándolo hacia atrás con fuerza sobrehumana. No lo había visto aún, de todas maneras sabía que era otro monstruo el que lo sujetaba.

Giró e intuitivamente levantó su brazo izquierdo para protegerse justo en el momento en que unos dientes de pesadilla se cerraron, mordiendo el cuero de las protecciones de sus antebrazos. A su vez, los dientes del cadáver obeso se abalanzaron sobre él. Atento a esto, aferró su cuchillo de caza y lo hundió en la boca abierta del mismo, atorando su mandíbula con el acero.

Pudo sentir cómo la desesperación tomaba su mente, el Infectado lo sostenía de la capa y con la otra mano llegó a agarrarle el cabello, tirando de este a la vez que mordía más y más fuerte buscando perforar el cuero endurecido de su uniforme; al mismo tiempo que luchaba contra el otro para que no dejara de masticar la filosa arma reglamentaria, agradeciendo a los Cielos por la dureza del mismo.

Imposibilitado de ambos brazos, buscó casi con pánico una forma de escapar antes de que un tercer cadáver se abalanzara sobre él. Maldijo por lo bajo lo tonto y confiado que fue; no tenía idea que tan lejos se encontraban sus compañeros, ni pudo realizar una observación periférica para saber cuantos otros enemigos tenía cerca, solo sabía que tenía que escapar de allí cuanto antes.

Se sacudió buscando liberar el cuero de sus antebrazos de las mandíbulas del primero con poco éxito, su mano derecha se le estaba acalambrando por la fuerza y la mala posición que se encontraba. Pensó en su padre, en su madre, la decepción que se llevarían ellos al enterarse que su hijo caería por una estúpida mala maniobra.

Entonces, una enorme figura vestida con la armadura de la Infantería apareció en su campo visual, de un certero golpe de su machete atravesó el cráneo del Infectado obeso partiendolo al medio como si fuera un melón, derrumbándose este al piso. Fue ahí que pudo liberar su cuchillo de la boca del objetivo y lo hundió en la frente del Infectado que aún tiraba de su cabello.

—¡Gracias! —le dijo al soldado cuando logró liberarse.

—¡Idiota! —le retó una voz femenina, un poco ahogada a través del casco—. ¡Vuelve a la línea si no quieres que yo misma te mate!

Después de La CaídaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora