Sofia
—Es que mamá, no lo entiendes, lo necesito —susurro con la cabeza gacha.
—No necesitas una mierda ese cuaderno, Sofia. Se una niña normal y aprovecha las clases que te he pagado por años, podrías ser popular al saber tocar piano y cantar tan bien como lo haces, eres bonita también, pero no paras de desaprovecharlo con tu ropa de vagabundo, te ves demacrada, ¿que hice para merecer una hija como tú? —gruñe harta lanzando a un lado el tazón dónde preparaba la comida.
Doy un pequeño brinco asustada por su reacción ante mi pedido por ir a la escuela a por mi cuaderno.
—Mamá...—sollozo intentando convencerla.
— ¡Cállate! —camina fuera de la cocina y un par de segundos después vuelve con un cigarro y encendedor entre las manos—. Mira lo que provocas, estaba tranquila, pero no, debías contrariarme —le da una calada tirando el humo en mi dirección sin cuidado haciéndome toser—. Yo solo quiero darte lo mejor y tu desagradecida solo te preocupa esos estúpidos cuadernos.
Tampoco entiendo porque me culpa por su gusto a fumar, por dañar sus pulmones ya de por sí mal. Desde que papá se fue ella está tan perdida en esta versión nueva de quien solía ser mi madre.
Suspiro apretando los puños y cubriendo con mi cabello negro mi cara asiento dándole la razón.
—Tienes razón, perdón, no quería parecer mal agradecida —susurro — de hecho ayer fui a la clase con la señora Moreau, me enseñó a tocar par...—mamá levanta su mano silenciándome y comienza a reír.
—Oh cariño, me entendiste mal, no me interesa lo que pueda salir de tu boca, lo que si me interesa son hechos, sé la mejor la próxima vez que tengan un recital y harás feliz a tu madre —palmea mi cabeza dejando un olor de nicotina a su paso saliendo de la cocina.
Claro, como si planeara ir a cualquier presentación. Bufo guardándome las ganas de soltar alguna lágrima, odio nunca ser lo suficiente para ella.
La veo sentarse en el sillón y prender la televisión sin la más mínima intención de hacerme caso.
—Ah, y Sofía, cariño termina la cena, vendrá a cenar alguien —se reclina en el asiento despreocupado.
Muerdo mi lengua aguantándome de negarme, solo quería descansar hoy, es de mis pocos días libres sin trabajo.
Tomo el tazón de la encimera recogiendo las pocas hojas de lechuga que cayeron cuando mamá lo tiro, miro al techo pestañeando repetidas veces alejando mis ganas de llorar.
No solamente por la preocupación del lunes no encontrar mi libro, también me frustra que mamá trate así las cosas, yo la apoyo a comprar cosas con mi trabajo, entre las dos salimos a flote, fue de mi bolsa la cena de hoy y ver pedazos de verduras en el suelo me hace un nudo en el estómago.
Cuando termino de cocinar los filetes de pollo los coloco en un plato alargado con una toalla de cocina para quitarle la grasa excesiva, tomo el tazón con la ensalada y la coloco en la mesa.
Armo todo poniendo cubiertos, una jarra de agua, vasos y tres platos, espero sea mi hermano el que vendrá, lo echo de menos.
Mamá se para frente a mí obstruyendo mi paso para llegar de nuevo a la mesa para dejar servilletas quitándomelas de la mano.
Se voltea a la mesa con el ceño fruncido.
— ¿Por qué hay tres platos?
Copio su semblante confundida por su pregunta.
—Somos la persona que vendrá, tú y yo —respondo obvia, pero mamá se gira hacia mí con una sonrisa e intenta acariciar mi rostro, mas yo huyo de su tacto.
Cuando hace cosas así es cuando dice cosas que más mal me caerán.
—No cariño, tú no, vendrá mi jefe y quiero dar una buena impresión, tú no tienes muchos modales, ni elegancia, solo mírate —señala mi vestimenta que consistía en un pantalón que me quedaba algo grande y una playera igual de suelta.
—Planeaba descansar hoy, por eso estoy mal vestida —me defiendo.
—Claro —me mira con una mueca haciendo un gesto que me vaya cuando escucha el timbre del departamento.
Me acerco con intención de agarrar el plato para servirme algo y poder cenar arriba pero me vuelve a detener mamá.
—No, necesitas adelgazar, usar tanta ropa grande no te deja verlo, pero... tus cachetes seguro si te pones algo ajustado notarias en otros lados lo mal que estás, cariño debes empezar una dieta, ya lo hemos hablado —murmura pellizcando mi mejilla.
Jalo la playera separándola de mi cuerpo incómoda y asintiendo a fuerzas camino hasta mi cuarto al final del corredor.
Tomo el celular de mi buró justo donde lo deje y marco el número de mi hermano con la esperanza me responda.
Un pitido.
Dos pitidos.
Tres, cuatro... buzón.
Marco una y otra vez con el corazón en la garganta exigiéndome llorar, quiero irme de este lugar, no me gusta estar aquí y menos sabiendo la verdadera razón de porque mamá me mando a guardar.
Seguro el hombre ni sabe que existo, seguro mamá quiere algo con él, así es como mamá olvida su dolor de la perdida de hace tanto de mi padre, ha perdido tantos trabajos por meterse con sus jefes y cuando se aburre de ellos solo renuncia, nos está quebrando a las dos y está tan cegada que no se da cuenta como sus acciones no solo la dañan a ella.
Me levanto de mi cama rindiéndome con mi hermano y me pongo frente al espejo de cuerpo completo que tengo al lado de mi cama, levanto la playera dejando mi abdomen a la vista y me doy cuenta.
¿Cómo no lo había visto?
Mamá tiene razón, me veo tan mal, la ropa lo esconde, pero de siempre ser delgada por pura genética dejé de tener cuidado, el estrés me ha hecho comer más de lo que debía, solo debo moderarme.
Me miro en el espejo y suspiro dejándome caer al suelo, quisiera ser la hija perfecta que quiere ella, todo sería mejor de esa forma.
ESTÁS LEYENDO
El chico que me escribió un arcoiris
Short Story(En pausa) Ella estaba escondida bajo la lluvia, el la miraba desde el prado soleado. El le ofrecía su mano, la quería ayudar, pero ella no la veía. ¿Quién dice que después de la lluvia sale el sol? Cuando puede salir un arcoiris . . . . Portada por...